
Aproximación a una ética económica cristiana para la época moderna
Pablo Wickham
I. Introducción
El tema que nos ocupa es vasto, complicado y controvertido. Aun los expertos (los economistas profesionales que son creyentes, de los que hay varios centenares en todo el mundo) difieren en cuanto a la posibilidad o no de articular una ética económica cristiana.
Algunos insisten que la Ética y la Economía (mejor, el estudio de los asuntos económicos) son dos disciplinas autónomas e intentar mezclar las dos resulta en devaluación de ambas. Dice al respecto uno de los más destacados de ellos, Sir Fred Catherwood:
La ciencia económica tiene que ver con los medios, no con los fines; con la relación entre recursos disponibles y recursos demandados. No se preocupa por la tecnología mediante la cual se lleva a cabo el desarrollo económico de los recursos, ni por los valores éticos que se emplean para decidir prioridades en la satisfacción de demanda [1].
Por supuesto, esto no quiere decir que Catherwood crea que las decisiones acerca de prioridades en el uso de recursos no implican valores éticos, sino que el rigor del análisis económico como disciplina ha de respetarse en primer lugar. Los que así piensan creen que un economista que introduce postulados religiosos o éticos en su análisis pierde credibilidad en su propia disciplina, ya que conciben el análisis económico como el matemático, es decir, como una teoría que se puede ajustar a cualquier situación.
Otros, en cambio, creen que hay que construir una economía mas humana y abierta, que toma más en cuenta la historia del desarrollo económico (como, v. g. Karl Marx, Schumpeter, y las distintas corrientes de pensamiento católico asociados especialmente con las encíclicas papales de León XIII, Pablo VI y Juan Pablo II) [2], y el impacto de factores políticos, sociales y humanos que no pueden ser cuantificados matemáticamente. Dice A. Kirk que este nuevo enfoque de los estudios económicos «representa una nueva esperanza, no sólo para la disciplina en sí, sino también para la humanidad entera» [3].
Es evidente que el modelo clásico de estudios económicos no sirve para responder a las necesidades económicas humanas del presente, porque es demasiado hipotético, no toma en cuenta todos los datos necesarios. Cada premisa de la teoría económica, como la optimización de beneficios, la actuación racional en cada situación, el equilibrio del mercado entre demanda y producción, etc., supone un grado de libertad decisoria del hombre mayor que la que realmente tiene. La vida real es más compleja, con lo cual hay un divorcio cada vez más grande entre lo que la teoría dice que debe ocurrir y lo que realmente ocurre. Además, el modelo clásico ignora (o por lo menos relega a un segundo plano) ciertos problemas económicos que han cobrado relieve en los últimos años, como por ejemplo los recursos naturales no renovables, los ecosistemas, la distribución equitativa de las ganancias, el bienestar social.
No se puede soslayar el problema humano a escala mundial en cualquier planteamiento económico: los valores éticos, culturales, sociales, filosóficos e ideológicos han de ser tenidos en cuenta. La teoría clásica o neoclásica derivada de Adam Smith y otros, postula un sistema económico de libre competencia con la convicción de que el mercado se autorregulará automáticamente. Pero está ampliamente comprobado –y se ve cada vez más en el entorno de la economía mundial– que esto no funciona en la práctica. Como dice una economista de reconocida fama, la Sra. Joan Robinson:
Todos los problemas económicos del presente son éticos y su solución, por lo tanto, demanda, además de un análisis económico, una toma de posición ética. [4]
Con todo, hemos de reconocer que el tema no sólo es apasionante e importante en sí, sino que existe un debate vivo entre los expertos que lo hace definitivamente subjúdice en estos momentos, y pienso que los aficionados como somos algunos de nosotros, no debemos, ni podemos, entrar por ahí. Yo tengo una licenciatura de Ciencias Económicas de la Universidad de Londres –en aquella época la institución académica más prestigiosa del mundo para el estudio de esta disciplina– pero nunca ejercí como economista profesional ni seguí interesándome mucho por la evolución de esos estudios. Sólo ha sido en los últimos 20 años realmente –y a raíz de un interés creciente en los temas de la ética cristiana– que he vuelto a ponerme al día con los estudios económicos, y he descubierto que en el intervalo –entre 1953, cuando me gradué, hasta hoy– ha habido cambios sustanciales en esta área que será preciso tener en cuenta cuando lleguemos un poco más adelante para intentar nuestra aproximación.
Pero antes de entrar de lleno en el tema, hace falta clarificar un poco más el título:
a) El punto de partida es la presuposición de que la Biblia sí contiene principios generales acerca de la vida económica del hombre en todas las épocas, de las que la moderna no puede constituir ninguna excepción pese a su evidente complejidad, a diferencia especialmente de los tiempos bíblicos.
b) Al mismo tiempo, hay que recordar que la Biblia no es un libro de texto de Ciencia Económica, como tampoco lo es de ninguna otra disciplina académica, como la Historia, la Geografía, la Ciencia, etc.
c) Lo que buscamos es una aproximación o resumen de una ética cristiana para la vida económica de los creyentes, no un conjunto de principios para el mundo secular (aunque, indudablemente, muchos principios cristianos reflejan valores que la sociedad necesita tener en cuenta, especialmente hoy en día cuando los problemas internacionales se amontonan, y la situación global de la economía mundial preocupa seriamente).
II. La Biblia y la ética económica
Dice Andrés Kirk que:
Algunos opinan que la Biblia no dice nada sobre los factores económicos, porque su interés mayormente es otro (espiritual, la relación vertical Dios/hombre, con algunas consecuencias económicas), pero esto no es toda la verdad. La salvación bíblica tiene que ver con el hombre y su entorno total. [5]… por lo que se deduce que la revelación bíblica contendrá los componentes necesarios para guiar y facilitar el trabajo del hombre en el desempeño de sus responsabilidades económicas.
Pero, antes de abordar nuestra aproximación, hace falta considerar un poco la metodología que hemos de seguir. Observa D. Hay [6] que hemos de distinguir tres elementos esenciales para la construcción de una teoría ética:
1. Que permita una clara percepción de la realidad.
2. Que tenga objetivos éticos claramente definidos.
3. Que contenga un mecanismo de motivación para poder comportarse éticamente.
Ni que decir tiene que estos tres elementos son aportados por la revelación bíblica. Nos facilita un cuadro exacto de la realidad del hombre, es decir, su creación en la imagen de Dios, su responsabilidad como mayordomo de la tierra y de los bienes que Dios le encomendó, su caída y subsecuente desviación de la norma divina que ha afectado todas las áreas de su ser y vida y le separa de Dios y del resto de los hombres, como también el plan de redención puesto en marcha para su restauración y la de toda la creación con Él.
Asimismo, provee los objetivos éticos que Dios espera cumpla el hombre en colaboración con Él y, finalmente, mediante la provisión para su reconciliación por Jesucristo y la regeneración por el Espíritu Santo, le da la motivación necesaria para poder corresponder fielmente en amor y gratitud.
¿Cuáles son los componentes bíblicos principales que se pueden aportar para construir nuestra aproximación?
1. La revelación original: creación y caída
La actividad económica del hombre forma parte sustancial de la mayordomía que el Creador le asignó en el principio, antes de la Caída, es decir, el trabajo, el orden, la creatividad, el desarrollo y explotación racional de recursos, el desarrollo tecnológico de capacidades, como la artesanía, la música, la cultura en general, el intercambio de productos, y todo en un ambiente armónico y deleitoso. Este cuadro idílico quedó empañado por la Caída, pero no anulado. Aparecieron los resultados negativos, el trabajo duro, el egoísmo, la avaricia, la injusticia y la violencia, juntamente con el abuso de los recursos dados por Dios, la explotación del hombre por el hombre, las desigualdades socio-económicas, los grandes imperios, la esclavitud física y política, y consiguientes desequilibrios en la naturaleza como sequías, hambres, epidemias, etc.
2. La Ley mosaica
El juicio de Dios se puso en marcha inmediatamente después de la Caída y tuvo su punto culminante en el Diluvio, que dio a la raza la responsabilidad de un nuevo comienzo, pero una vez formado el pueblo de Israel, Dios introdujo su ley para frenar y regularizar los peores abusos, juntamente con la promesa de una restauración futura en el reino mesiánico. Aquí, el principio de la mayordomía responsable forma parte de la relación pactada entre Dios y su pueblo, y toda la historia subsecuente de Israel, en cuanto a las cuestiones económicas, constata la reiterada apelación divina, por medio de sus portavoces los profetas, a los principios que ya había revelado antes. Los profetas no añadieron nada nuevo a tales principios; apelaban constantemente a la Ley para denunciar los abusos económicos en orden a la propiedad, el trabajo, la dignidad, y el respeto que se debe a todas las personas, la cooperación y la comunión, el cuidado de los más débiles, la explotación, el fraude, etc. El descanso del hombre y de la tierra, por medio del sábado, los años sabáticos y el jubileo, formaba parte del plan restaurador de Dios, y varios incidentes en los libros proféticos ilustran la importancia que tenía esta legislación, aunque es muy posible, dadas las características de rebeldía y desviación que manifiesta la generalidad de la historia de Israel, que jamás llegara a ser una práctica habitual.
3. La revelación novotestamentaria: la venida del reino y la enseñanza de Jesús
En el contexto de la llamada de Jesús a los hombres a identificarse con su reinado por el arrepentimiento y la fe, se sube el listón de las demandas éticas divinas en cuanto a los asuntos económicos. El trabajar para el propio sostén y para dar a otros es lo que Dios espera de su pueblo, pero la avaricia –el amontonar riquezas– es condenada sin paliativos como algo que desplaza a Dios del lugar que le corresponde como Señor en la vida del hombre, y traduce la mayordomía en egolatría.
Se espera el reparto generoso de los bienes en beneficio de otros, siempre desde el corazón; el hombre ha de vivir por fe, confiando en Dios para el presente y el futuro en cuanto al suministro, de lo necesario, para poder servir mejor a Dios. Ha de haber una fidelidad absoluta en la palabra dada (contratos, acuerdos, promesas) pero, además, el trabajo tiene que hacerse al Señor, no a los hombres. Lo de cada uno es para compartirlo, porque pertenece a Dios y a su reino, por lo que el creyente ha de ejercer hospitalidad, financiar la obra de la extensión del Evangelio, recibiendo todo de la mano de Dios con gratitud, sencillez y contentamiento. En el trabajo, el creyente ha de proceder con fidelidad, entusiasmo y esfuerzo al Señor, respetando el principio de autoridad tanto en las relaciones laborales como en las políticas. No ha de ser nunca un revolucionario que procura derribar el status quo por métodos violentos aunque, en la medida de las posibilidades pacíficas que se le ofrecen, ha de procurar el bien de toda la sociedad.
Si bien está claro que la práctica de la comunidad de bienes en la iglesia de Jerusalén no puede servir como paradigma perenne a todos los efectos en la subsecuente historia de la iglesia, sí queda como ilustración viva y símbolo de un principio fundamental en la vida comunitaria: que lo de cada uno es para compartirlo con los demás y, según la necesidad que tenga cada persona y familiar, debe operar una especie de «redistribución por amor», parecida a la que hubo bajo la ley en la legislación mosaica.
4. La perspectiva escatológica
Aunque no forma parte todavía de nuestra experiencia e historia, para los creyentes las perspectivas hermosas de los «nuevos cielos y nueva tierra en las que morará la justicia», que se inaugurarán en la Segunda Venida de Cristo, son un elemento imprescindible para la creación y orientación de las actitudes y comportamientos éticos consecuentes frente a la vida en el presente orden de cosas. Vivimos, trabajamos y servimos en esperanza, por fe y no por vista, echando mano de realidades ocultas para los demás pero que han de influir poderosamente en nuestras vidas. Tales perspectivas nos salvarán de ilusiones terrenales infundadas pero, al mismo tiempo, nos ayudarán en la lucha por extender el reino a los demás, sirviéndoles con amor en el Evangelio por palabra y obra, en la plena confianza de que Dios llevará a cabo su plan de restauración de todas las cosas, a su tiempo y manera, ya que la gran meta de la historia es la restauración de todas las cosas en el reino de Dios.
Como dice el apóstol: «Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo? Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia la aguardamos» (Ro. 8:24-25).
De todos estos componentes extraídos de la revelación bíblica, podemos deducir ciertos principios orientativos que nos ayudarán en nuestra práctica de los asuntos económicos y, a la vez, echarán luz sobre algunos de los problemas económicos que sufre la humanidad de hoy en día:
1. Todos los hombres tienen igual derecho de usufructo de la tierra. La Biblia habla de «cada uno bajo su vid y su higuera» (Mi. 4:4), y se regularizaba la vida económica para que no se alienasen las heredades. Es el principio de la distribución equitativa de las riquezas, asegurado, además, por el júbilo.
2. Las personas que se empobrecían habían de ser ayudadas generosamente hasta que se pudiesen valerse por sí mismas económicamente. Nadie tenía derecho a sobrantes, si todavía quedaban personas pobres que padecían necesidad. Dice B. Griffiths que:
Para el cristiano debe de haber más preocupación por aliviar y eliminar la pobreza que no por buscar una redistribución equitativa de los bienes. [7]
3. No se pueden sacrificar los intereses de la generación actual en aras de proveer para el futuro, como ha pasado tres veces en este siglo, en Rusia, China y Brasil. El mayor costo recae siempre, además, sobre los más desprotegidos: los niños, los enfermos y los de la tercera edad. Éste es el sistema que se sigue en los regímenes de capitalismo mixto y en el del Estado.
4. El sistema de libre competencia del mercado puro, lejos de cumplir los puntos 1 y 2 anteriores, crea y mantiene grandes desigualdades entre las personas, las clases sociales y las naciones. Dice Kirk al respecto:
Si las corporaciones económicas son privadas y transnacionales, no puede existir ningún mecanismo por el cual los más pobres tengan acceso a una porción más grande de la «tarta» que ellos mismos ayudaron a crear. [8]
Y Griffiths añade que se deben remediar las injusticias económicas en la medida de lo posible para el creyente, sean cuales sean sus circunstancias y posibilidades reales de influir para conseguir este fin.
5. La economía esta hecha por causa del hombre y no viceversa, como pasa hoy. El fracaso de los distintos sistemas económicos que prevalecen en nuestros días se debe a su incapacidad de solucionar las tensiones económicas a escala mundial que ellos mismos han causado. El Neocapitalismo margina al hombre y persigue el factor económico (el lucro) como meta de todo; en cambio, el Marxismo en sus diversas formas, aunque pretende respetar y apoyar al hombre, acaba quitándole tanto su libertad como su dignidad. Hemos asistido al fracaso del Marxismo estatal en estos últimos años, y estamos asistiendo en estos meses a claros síntomas de desequilibrio del sistema capitalista que amenazan con dañar seriamente la economía mundial y exacerbar aún más los graves problemas humanos que padece nuestro planeta.
A propósito de esto, opina Joaquín Estefanía, que el desarrollo último del Capitalismo nos ha llevado a la «mercadolatría»… una especie de metafísica económica que absolutiza al mercado como panacea de todos los problemas, lo cual, en una primera fase, obligó a la ejecución de «durísimos planes de espabilización que… aumentaron el desempleo, disminuyeron el consumo y la demanda, cerraron empresas… y redujeron salarios reales», pero que ahora sus reglas de juego no sirven por la poderosa influencia, a menudo puramente caprichosa, del mercado de capitales internacional. Y sigue Estefanía:
La economía financiera ha sustituido a la economía real… Todo se basa en el beneficio, y mediante la informática, se desplazan de un lado a otro del mundo, en cuestión de segundos, enormes cantidades de dinero… Es un capitalismo de «casino», sin reglas de juego. [9]
III. Conclusiones para reflexionar
Me gustaría señalar algunas cuestiones prácticas que surgen del tema que hemos estado considerando. Cito extensamente de un artículo escrito en la Revista Andamio «Economía: Una perspectiva cristiana» [10]:
1. La doctrina de la creación que nos indica que el hombre fue creado por Dios a su imagen y semejanza, para glorificarle y servirle mediante una mayordomía inteligente y un desarrollo responsable de los recursos naturales, se contrapone a todo lo que se relaciona con el abuso y la explotación egoísta de los mismos que surgen de la Caída. Las personas son más importantes que las propiedades y posesiones.
2. En un mundo caído, hemos de reconocer que los altos ideales de la voluntad revelada de Dios para el hombre no pueden alcanzarse sin su ayuda. Se opone a su realización el pecado individual y colectivo que no toma en cuenta a Dios y sus leyes y abusa sistemáticamente del hombre y de la creación que Dios le ha dado. De hecho, el reino de Dios sólo puede encarnarse, en alguna medida parcial e incompleta, donde se busca acatar esa voluntad mediante la aceptación del mensaje redentor que la misma revelación divina introduce a fin de hacerlo posible en el corazón del hombre.
3. Hay que valorar la redención física y espiritual que Dios ha operado en su historia, en su pueblo Israel, mediante su liberación de Egipto, su introducción en la tierra de Canaán, y por medio de la redención espiritual que trajo Jesucristo por su muerte y resurrección, que libera al hombre de su fatal sujeción al pecado egocéntrico, a fin de que pudiese amar a Dios y al prójimo desinteresadamente, lo que le lleva a emplear las posesiones suyas en beneficio de los demás. Esto lleva al patrón cristiano no sólo a pagar sueldos justos sino a preocuparse –en todos los sentidos– del bienestar de sus obreros, y a los obreros a trabajar, no sólo para ellos mismos sino por la empresa y, a través de ella, por la sociedad en general. Debiera preocupar a todos los creyentes también cualquier forma de injusticia social y llevarles a mostrar interés genuino hacia los más pobres y marginados, tal como Dios instruyó a su pueblo a hacer bajo la Ley mosaica. Por supuesto, el derecho a la propiedad privada queda reconocido claramente por la ley divina, pero está supeditado siempre a la ley del amor hacia el prójimo necesitado. Como mayordomo de Dios, el cristiano debe de dar marcha atrás al egoísmo económico en lo que vivía antes de su conversión y procurar compartir generosamente con otros lo recibido (Ef. 4:28, Lc. 19:8).
4. Como consumidor, el creyente debe vigilar y poner freno a todo consumo que sobrepasa los límites estrictos de la necesidad, conceptuada ésta en función de lo que exigen las circunstancias familiares, sociolaborales y culturales en que se mueve. Es decir, el gasto no debiera medirse por lo que dispone la familia como si tuviese un derecho exclusivo sobre el dinero, sino por lo que realmente se necesita, entendiendo claramente que si Dios nos ha dado más que esto, es para compartir con otros como Él nos indique.
Todo lo anterior nos lleva a una conclusión evidente: los cristianos (tanto en el ámbito personal como colectivo) tenemos que desarrollar un estilo de vida alternativo al de la sociedad humana que está a nuestro alrededor, radicalmente altruista y antimaterialista, si queremos demostrar la verdad bíblica reiterada por Jesucristo de que «la vida del hombre no consiste en la abundancia de bienes que posee» (Lc. 12:15). Todos los sistemas económicos parten indefectiblemente de la independencia y soberanía del hombre y su derecho de disponer y usar lo suyo como quiere, pero la Biblia coloca el punto de mira principal en la revelación de Dios y sus propósitos salvíficos para con todos los hombres, meta suprema del reino de Dios que irrumpió en la historia del hombre en la persona de Jesucristo y cuya misión ha de continuar su iglesia hasta que Él venga de nuevo.
Palabra final
En el fondo, nuestro tema trata de que los cristianos evangélicos seamos plenamente consecuentes con todas las implicaciones de nuestra fe para este testimonio al reino de Dios que quiere prevalecer en la historia del hombre. En cuestiones económicas, se trata de los grados de libertad de decisión que cada uno tiene y los valores éticos prioritarios que han de iluminar e informar esas decisiones, tanto si intervenimos en los procesos económicos como productores (empresarios), trabajadores, consumidores o los que intervienen en algún grado en servicios, sea al nivel personal, familiar, social o políticamente.
K. Johnston ha dicho acertadamente:
Los evangélicos son los que creen que el Evangelio ha de ser experimentado personalmente, definido bíblicamente y comunicado apasionadamente y no puede ser menos cuando se trata de valores éticos trascendentes que se concretan, se proyectan y se recomiendan a los demás, como parte sustancial de un mensaje hablado y vivido intensamente en medio de una sociedad que hace tiempo ha perdido el norte y camina hacia la autodestrucción (leer Mt. 5:14-16).
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Notas
1. Catherwood, Sir F., p. 16.
2. Vidal. M., pp. 79-140.
3. Kirk, A., p. 32.
4. Kirk, op. cit., p. 34.
5. «La Biblia y la economía actual», ANDAMIO, artículo no IV, 1994, p. 36.
6. Hay, D., pp. 60-62.
7. Griffiths, B., p. 95
8. Op. cit., p. 40.
9. «El capitalismo sin reglas», EL PAÍS, 11/4/95.
10. Economía: Una perspectiva cristiana. Revista Andamio no4/1994. Wickham, P., pp. 11-14.
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Bibliografía
En Castellano:
Caixedo, J. La presencia y práctica cristiana de la economía (notas de un taller de los BG).
Estefanía, J., «Capitalismo sin reglas», de EL PAÍS.
Falise, M. (1991). Economía, ética y fe cristiana. U. Pontificia Comillas. Madrid.
Gómez Pérez, R. (1990). Introducción a la ética social. Rialp. Madrid.
Kirk, A. (1994). «La Biblia y la economía actual», artículo no IV, Andamio. Barcelona.
Vidal, M. (1994). ¿Podemos bautizar el capitalismo? San Pablo. Madrid.
Weber, M. (1989). La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Orbis. Barcelona.
Wickham, T. P. (1994). «Los sistemas económicos y la Biblia», artículo no IV, Andamio, Barcelona.
En Inglés:
Catherwood, Sir F. (1980). The christian in industrial society, (IVP). Leicester Inter-Varsity Press. Leicester.
Escobar, S. y Driver, J. Christian mission and social justice, (Herald).
Griffiths, B. Morality and the market place (Hodder & S.).
Hay, D. Economics today: a christian critique (Apollos).
Schumacher, E. Small is beatiful, (Abacus).
Stamp, Sir J. (1926). The christian ethic as an economic factor. Epworth. Londres.
Storkey, A. A christian social perspective, caps. 13-14, (IVP).
Stott, J. (1990). Issues facing christian today, caps. 10-12. Marshall–Pickering. Londres.
Tawney, R. (1969). Religion and the rise of capitalism. Pelican Books. Nueva York.
Varios Autores, artículos en Bulletin of christian economist, no 23, Spring, 1994.
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