
¿Aún hay esperanza para Europa?
Jeff Fountain
Después de los ataques y las amenazas en Paris, en Hannover y ahora también en Bruselas que han fortalecido el objetivo de miedo y xenofobia de los nacionalistas y los políticos, se asoma una gran pregunta: ¿aún hay esperanza para Europa?
Durante décadas hemos estado promoviendo un mensaje de esperanza e intentando despertar la conciencia de la responsabilidad de los cristianos con respecto a dar forma al futuro de Europa. Pocos parecieron interesados. Pero con el crecimiento del nacionalismo, las tensiones causadas por la crisis financiera, el surgimiento repentino de refugiados del Oriente Medio y ahora el miedo y el caos que entran en nuestras salas de estar a través de la televisión y los medios de comunicación, el futuro de nuestra sociedad europea ‘abierta’ parece que está en el aire. De repente nos estamos despertando al ver la seriedad del futuro de Europa.
La casa europea, como sugerí hace unas semanas, se está convirtiendo en una casa de okupas, que se preocupan poco por las bases en las que la casa se construyó originalmente. Algunos están sin descanso serrando las bases que aún quedan y que sostienen la estructura. Las crisis que Frans Timmermans de la Comisión Europea describió como convirtiéndose en una tormenta perfecta están revelando las raíces poco profundas de nuestros valores europeos, los cuales los miembros de la UE se comprometen a cumplir. Estos incluyen solidaridad – ‘con aquellos que piensan como nosotros’, igualdad –‘pero obviamente algunos son más iguales que otros’, libertad – ‘para los europeos pero no esperéis que estemos preocupados por los extranjeros’…
La falta de fe, valores o verdades de Europa que está dispuesta a defender, aparte del secularismo, materialismo y liberalismo, la expone a otros con fuertes convicciones preparados para sacrificar sus propias vidas por la causa de Alá.
BARBARISMO
Una cosa es profesar valores. Pero, ¿qué hace que creamos en ellos? Si no están arraigados en realidad eternas, se convierten en ‘valores para cuando todo va bien’, rápidamente reemplazados por políticas de conveniencia. Aunque estos valores provenían históricamente de las bases bíblicas, los europeos se han separado de su fuente. Las consecuencias son serias.
El Premio Nobel anglo-americano de literatura, T. S. Eliot, creía que si perdiéramos el cristianismo perderíamos Europa. “No creo que la cultura de Europa podría sobrevivir la desaparición completa de la fe cristiana”, argumentó en 1948. “Si el cristianismo se pierde, toda nuestra cultura se pierde. Entonces tienes que volver a empezar con dolor y no puedes poner una cultura ya hecha. Tienes que esperar a que la hierba crezca para poder alimentar a las ovejas para obtener lana con la que se hará tu nueva chaqueta. Tienes que pasar por muchos siglos de barbarismo. No viviríamos para ver la nueva cultura, tampoco nuestros bis-bis-bis-bisniestos: y si lo hiciéramos, ninguno de nosotros estaríamos contentos en nuestra nueva cultura”.
En nuestros tiempos, el Rabino Jonathan Sacks se hizo eco de la advertencia de Eliot, diciendo que la futura salud de Europa, políticamente, económicamente y culturalmente, tiene una dimensión espiritual. Pierde esto, dice, y vamos a perder mucho más, incluyendo la dignidad humana, la libertad y la responsabilidad, la santidad de la vida, el matrimonio como matriz de la sociedad, la sociedad de pacto y límites morales en el poder. Cuando una civilización pierde su fe, pierde su futuro. Cuando recupera su fe, recupera su futuro. Por el bien de nuestros hijos, y de sus hijos que aún no han nacido, nosotros – los judíos y cristianos, juntos – debemos renovar nuestra fe y su voz profética. Tenemos que ayudar Europa a recuperar su alma.
MISTERIO
Todo esto parece que debilita la esperanza. Pero la esperanza bíblica no se basa en las circunstancias actuales: está anclada en la persona de Dios y sus propósitos, dos cosas inmutables (Hebreos 6:18,19). Nuestra esperanza no está puesta primeramente en el proyecto europeo, aunque la visión de las naciones viviendo juntas en paz sí que recuerda al Salmo 133:1. Muchos líderes europeos han hecho caso omiso a la advertencia del padre fundador Robert Schuman de que el proyecto necesita un alma.
Dios es soberano y Jesús es el Señor de la historia. Sí, ocurren contratiempos y retrasos en el curso de la historia, tal como la incredulidad de Israel retrasó su progreso por cuarenta años. Aún así, continuamos esperando y orando por la expansión del reino de Dios, su gobernación, en la Tierra – incluyendo Europa – como en los cielos. Sino deberíamos dejar de orar el Padre Nuestro.
Este es un misterio de la historia: como la oración toma el futuro de Dios y lo trae al presente. Europa ha enfrentado peores momentos en su historia, cuando el Espíritu Santo hizo algo nuevo. Erasmo efectuó reformas mediante el regreso a la fuente, el Evangelio y las cartas, en las que ‘la palabra de Dios aún vive, respira, actúa y nos habla’. Sus traducciones catalizaron la reforma hace 500 años. John Wesley trajo avivamiento y reforma a una Inglaterra que solo podía describir como ‘sin Dios, atea’ hace casi 300 años, extendiendo reformas sociales cuando la modernidad empezó. Schuman con sus compañeros creyentes, Adenauer y De Gasperi, se atrevieron a aplicar la enseñanza de Cristo de amar y perdonar, y extendieron las bases de la Casa Europea, empezando setenta años de paz en Europa.
¡Ahora nos toca a nosotros!
Traducido por Cristina Rovirola.
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