¿Dirigente o capitán?

X. Manuel Suárez

Aveces, el problema no está en que los miembros de un grupo tengan baja autoestima, a veces tienen demasiada autoestima y van sólo a lo suyo. Hace poco, uno alguien me comentó que en una reunión de planificación, uno de los asistentes dijo: «Cuando hagáis algo interesante, avisadme». Otras veces, el problema está en la falta de sentido de responsabilidad personal: hace años presenté un proyecto de acción política apartidaria en un seminario, que requería la participación activa de todos; a muchos les entusiasmó. Les había indicado actuaciones prácticas para empezar; sólo uno me contestó ofreciendo su colaboración práctica; los demás me dijeron: «Me interesa mucho; tenme informado de lo que vais a hacer». Ésta es la actitud de los espectadores y «opinadores».

 

Un grupo formado por espectadores y «opinadores» necesita un líder autoritario que sobresalga sobre los demás, que mande. Un grupo formado por personas responsables, dispuestas a dar pasos, casi no necesita un líder, como las langostas, y en su caso éste debe ser un líder que no necesita destacar, que no mande, sino coordine.

 

En alguna ocasión, yo quise ser un coordinador en un grupo que reclamaba un líder autoritario. Un miembro de la dirección de mi partido me lo dijo una vez con claridad: «Tú sabes coordinar, pero no sabes mandar». Aquel grupo esperaba de mí que mandase, y creo que les defraudé. ¿Creéis que cometí un error? A veces el grupo rechaza al dirigente coordinador que reclama co-responsabilidad de los demás y reclama un líder que mande. Tu grupo puede reclamar de ti que les ahorres discusiones y decidas por ellos. Esto lo sufrió en carne propia Moisés, en un texto sobre el que volveremos pronto:

 

Números 14:1-4, Entonces toda la congregación gritó, y dio voces; y el pueblo lloró aquella noche. Y se quejaron contra Moisés y contra Aarón todos los hijos de Israel; y les dijo toda la multitud: ¡Ojalá muriéramos en la tierra de Egipto; o en este desierto ojalá muriéramos! ¿Y por qué nos trae Jehová a esta tierra para caer a espada, y que nuestras mujeres y nuestros niños sean por presa? ¿No nos sería mejor volvernos a Egipto? Y decían el uno al otro: Designemos un capitán, y volvámonos a Egipto.

 

No es casualidad que para volver a Egipto reclamasen un capitán. Volver a Egipto era volver a ser mandados, a no asumir responsabilidades individuales, a renunciar a la libertad, a que otros designasen las labores que tenían que hacer. Y para eso no necesitaban un dirigente como Moisés; para eso necesitaban un dirigente autoritario, un dirigente militar, un capitán que no explicase sus órdenes, que exigiese obediencia ciega, que tomase las decisiones sin comentarlas con los demás, que asumiese él toda la responsabilidad. Y para eso estaban dispuestos a pagar con su libertad.

 

¿Cómo son los miembros de tu grupo? ¿Les estás educando en la responsabilidad individual, en la libertad? ¿O esperan de ti, reclaman de ti, que asumas toda la responsabilidad, todas las iniciativas? De esto dependerá el tipo de líder que vas a ser, que quieres ser.

 

Es interesante: los pueblos de cultura protestante, y especialmente puritana, calvinista, son los que más han combatido los liderazgos autoritarios, no han soportado dictaduras, y esto es absolutamente coherente porque son los que más intensamente han enfatizado el criterio de la responsabilidad individual. De hecho, la propia palabra inglesa leader tiene una connotación mucho más autoritaria al usarla en castellano que en el propio idioma original (una interesante muestra de cómo el significado de las palabras depende de los valores que rigen en cada cultura).

 

En otro momento de su historia, Israel reclamó un rey; quisieron renunciar a la teocracia y ser como los demás pueblos de alrededor. Samuel les advirtió de que un rey diezmaría sus posesiones y perderían autonomía, Pero el pueblo no quiso oír la voz de Samuel, y dijo: No, sino que habrá rey sobre nosotros; y nosotros seremos también como todas las naciones, y nuestro rey nos gobernará, y saldrá delante de nosotros, y hará nuestras guerras. (1 S. 8:19-20). «Hará nuestras guerras»; el día en que tu grupo entienda que sus guerras las tienes que hacer tú, y no cada uno de ellos, te convertirán en un líder personalista, autoritario, y ellos se convertirán en una panda de espectadores y «opinadores». ¿Es eso lo que quieres?

 

¿Cómo son los miembros de tu grupo? ¿Espectadores y «opinadores» o activos y responsables? Y tú ¿qué tipo de líder quieres ser? ¿De los que mandan o de los que coordinan? Si quieres ser de estos últimos, tendrás que trabajar, descubrir las cualidades, los dones de cada uno, y potenciarlos, romper su escepticismo y cargarlos de entusiasmo, descubrirles su responsabilidad, exigirles que la ejerzan, estimularlos hasta que suban más alto que tú. Si lo consigues, destacarás poco, sobresaldrás poco sobre los demás, pero os convertiréis en un grupo imparable: seréis como langostas. Esto lo tendría Josué muy en cuenta el día en que se despidió de su pueblo para morir, en uno de los más emocionantes discursos de la Biblia; a él llegaremos.

 

Que Dios os convierta a vosotros y a los miembros de vuestros grupos en langostas.

La visión de un líder

¿Recordáis la expedición de espías que envió Moisés para reconocer la tierra de Canaán? Números 13:31-33, Mas los varones que subieron con él, dijeron: No podremos subir contra aquel pueblo, porque es más fuerte que nosotros. Y hablaron mal entre los hijos de Israel, de la tierra que habían reconocido, diciendo: La tierra por donde pasamos para reconocerla, es tierra que traga a sus moradores; y todo el pueblo que vimos en medio de ella son hombres de grande estatura. También vimos allí gigantes, hijos de Anac, raza de los gigantes, y éramos nosotros, a nuestro parecer, como langostas; y así les parecíamos a ellos. (…) 14:6-10, Y Josué hijo de Nun y Caleb hijo de Jefone, que eran de los que habían reconocido la tierra, rompieron sus vestidos, y hablaron a toda la congregación de los hijos de Israel, diciendo: La tierra por donde pasamos para reconocerla, es tierra en gran manera buena. Si Jehová se agradare de nosotros, él nos llevará a esta tierra, y nos la entregará; tierra que fluye leche y miel. Por tanto, no seáis rebeldes contra Jehová, ni temáis al pueblo de esta tierra; porque nosotros los comeremos como pan; su amparo se ha apartado de ellos, y con nosotros está Jehová; no los temáis. Entonces toda la multitud habló de apedrearlos.

Un mismo hecho, dos visiones diferentes

Los doce habían salido juntos y habían vuelto juntos. Diez volvieron con una visión de la tierra y esa visión fue apoyada abrumadoramente por el pueblo de Israel; sólo dos fueron capaces de mantener criterio propio en contra de los demás y ver con más profundidad, ver más lejos. Un líder tiene que tener criterio propio, tiene que ver más lejos, con más profundidad, con más realismo. Y tiene que romper, destruir el concepto de que ser realista es ser escéptico.

 

Uno de los días en que estuve en el chapapote, comentaba con alguien la reacción fantástica que había tenido la gente autoorganizándose para combatir este desastre; él me contestó:

 

– Esta reacción durará poco y pronto la gente se cansará.

– Pues yo espero que esto va a ser un punto de cambio en la mentalidad de nuestro pueblo, y muchas cosas van a cambiar.

– Eres un iluso.

– Tú eres un pesimista impenitente.

– Un pesimista es un hombre realista bien informado.

– El mundo lo cambian aquéllos que están dispuestos a transformar lo que nadie cree que se puede cambiar.

 

Los dos estábamos contemplando la misma escena, los dos estábamos en el mismo trabajo, pero teníamos una visión totalmente diferente de lo que estaba sucediendo delante de nosotros. En el episodio de Canaán que acabamos de leer, también doce exploradores salieron a cumplir una misma misión común para todos; todos eran excelentes (13:3, príncipes), todos cumplieron con rigor su programa: examinaron la tierra, su fertilidad, cuál era el número de sus pobladores, qué tipo de pueblo la habitaba, cómo eran sus ciudades, cómo sus fortificaciones; se esforzaron valientemente, tardaron cuarenta días en realizar su misión, y no se conformaron con hacer un informe, sino que se trajeron una prueba material de sus investigaciones con el racimo de uvas.

 

Todos vieron la misma tierra, todos vieron los mismos pobladores, todos vieron las mismas ciudades, las mismas fortificaciones. Todos dieron su informe, y no hubo muchas diferencias en sus descripciones: todos coincidieron en que, en efecto, aquella era una tierra «que fluía leche y miel» (13:27 y 14:8), pero no todos interpretaron de la misma manera la realidad que habían visto; ante la misma realidad, diez reaccionaron de una forma y dos de otra; la misma realidad, pero dos formas opuestas de reaccionar ante ella.

 

Diez reaccionaron con escepticismo, con desconfianza. Fueron realistas… ¿fueron realistas? ¿Acaso la tierra no era imponente? ¿Acaso sus moradores no eran gigantes? ¿Cómo vieron a los cananeos? ¿Cómo se vieron a sí mismos y a sus hermanos? ¿Cómo salieron parados al compararlos con los cananeos? (13:33), «Éramos nosotros, a nuestro parecer, como langostas» (como enanos; aquí tenemos un concepto menos glorioso de las langostas).

 

Hace poco, alguien presentó un proyecto a un grupo de hermanos; un experto nos dijo que el proyecto era perfectamente viable, pero uno de los hermanos apostilló: «Yo soy escéptico por principio; no creo que nosotros podamos llevarlo a cabo». Y siguió convenciendo a los demás de que no debían hacerse muchas ilusiones, porque los evangélicos tenemos muchas limitaciones y porque era fácil que los creyentes les dejasen colgados, porque no se puede esperar mucho de ellos. Yo no tengo miedo a enfrentarme con las dificultades de afuera, pero me hunde y me derrota la desconfianza, el escepticismo de mis hermanos, de los de dentro, nuestra desconfianza hacia nosotros mismos, la pobre imagen que muchas veces tenemos de nosotros mismos como pueblo evangélico. En este sentido, espero que seamos conscientes de nuestro papel en la iglesia en este país, de la necesidad de que trabajéis vuestra excelencia, y os convenzáis de que poseemos, como pueblo evangélico, y como grupo dentro de ese pueblo, calidad y dignidad.

¿Cómo ves a tus hermanos cuando los comparas con los no-creyentes?

¿Como enanos? ¿Tienes un pobre concepto de tus hermanos? ¿Apostarías un duro por muchos de ellos? ¿Crees que merece la pena confiar en ellos? ¿Te dejan escéptico? ¿Hasta dónde estás dispuesto a llegar? ¿Crees que más de uno te dejará en la estacada? ¿Crees que puedes llegar muy lejos con ellos? Si a estas preguntas estás respondiendo levantando la ceja decepcionado, con amargura, vamos mal: vamos como los diez exploradores.

 

Los diez exploradores no sólo se vieron limitados, como enanos, como langostas ante aquellos gigantes: percibieron que «así les parecíamos a ellos» (13:33). ¡Y cuánto les preocupó esto! ¡Cuánto les preocupó e intimidó la imagen que los cananeos tenían de ellos! Esto lo he visto entre creyentes y me ha dolido: son capaces de hacer los más duros juicios de sus hermanos y plantárselos a la cara, pero se derriten por sentirse aceptados por los de afuera, modifican su propia imagen y hasta su conducta para sentirse apreciados y aceptados por ellos. Romanos 12:2 es muy ilustrativo: No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento. «Conformarse» implica aquí «amoldarse a algo externo», mientras que «transformarse» tiene aquí el valor de «metamorfosearse», «desarrollarse a partir de lo que está dentro», como un código genético que se expresa con autenticidad.

 

Con este análisis, la conclusión de los diez estaba servida: ¿adónde podemos ir con esta perspectiva? (14:3), «¿No nos sería mejor volvernos a Egipto?». En Egipto no tenían que tomar decisiones, porque otros las tomaban por ellos; en Egipto eran esclavos, pero sobrevivían, y aquí, delante de Canaán, estaban a punto de ser liquidados porque unos ilusos, unos visionarios, unos optimistas fuera de la realidad, los habían conducido hasta el borde del aniquilamiento, unos zumbados les habían hecho creer que podían llegar a conquistar el mundo, les habían hecho creer que eran más de lo que eran… pero, afortunadamente, allí estaban los diez exploradores que les habían ayudado a volver a la realidad, les habían dicho: «Quietos, pero, ¿a dónde vamos con esta tropa?».

 

(14:4), «Designemos un capitán, y volvámonos a Egipto». También es éste un texto significativo. Quienes tienen un concepto escéptico de sí mismo y de los demás, quienes confían poco en ellos y en sus hermanos, necesitan un guía, un líder que les conduzca y decida por ellos, porque ellos mismos no están dispuestos a involucrarse, a embarcarse, a mojarse, a quemarse por los demás, a velar y esforzarse por los demás porque no confían en los demás.

Otra visión: El realismo optimista

(13:30), «Entonces Caleb hizo callar al pueblo delante de Moisés, y dijo: Subamos luego, y tomemos posesión de ella; porque más podremos nosotros que ellos». Allí estaban también otros dos exploradores, otros dos que habían visto la misma tierra que los diez, que habían observado los mismos pobladores, la diferencia de estatura con ellos, las mismas poderosas e inconquistables fortificaciones.

 

(13:31), Los diez dijeron: «Aquel pueblo… es más fuerte que nosotros», y los dos dijeron (13:30), «Más podremos nosotros que ellos».

 

(13:31), Los diez dijeron: «No podremos subir contra aquel pueblo», y los dos no dijeron «Sí que podremos subir», no se conformaron con opinar, se mojaron, se comprometieron con lo que creían, se pusieron a andar y convocaron a los demás a andar: (13:30), «¡Subamos luego!» (…) (14:9), No temáis a los cananeos, «los comeremos como pan».

 

¡Qué ilusos! ¡Qué fuera estaban de la realidad! ¿No? Seguro que mucha gente del pueblo diría: éstos no se enteraron, viven en una nube. Pero yo os pregunto: ¿Acaso no se pasaron en Canaán cuarenta días como los otros diez? ¿Acaso no vieron con sus propios ojos lo mismo que los demás? ¿Acaso no repararon en que los cananeos eran mucho más altos y fuertes que ellos? Ellos vieron la misma realidad que los diez, pero la interpretaron de forma diferente, mucho más optimista, mucho más optimista pero no menos realista. ¡No menos realista! El tiempo mostró quién analizó la situación con más realismo, quién tuvo una visión con más alcance, más profunda, más real; pero en aquel momento no era fácil demostrarlo.

¿Qué vieron ellos que no pudieron ver los diez?

(14:8), «Si Jehová se agradare de nosotros, él nos llevará a esta tierra, y nos la entregará». Josué y Caleb sabían bien quiénes eran sus hermanos, unos tipos que poco después (14:10) hablarían de apedrearlos; pero conocían bien al Dios que estaba con ellos: lo que hacía grandes a sus hermanos, más grandes que los cananeos, era su Dios Jehová.

 

¿Qué sientes cuando miras a tu hermano de al lado? ¿Cómo le ves? ¿Qué esperas de él? ¿Cuántos son de los que esperas mucho? ¿Qué metas esperas?

 

Tu hermano no es grande porque haya hecho méritos para eso: tu hermano es grande porque es pobre, débil, inconsecuente, pequeño. Pero Dios, tu Padre Dios, lo ha hecho grande, no por los méritos que se ganó, sino por la gracia de Dios que no mereció, que mereció tan poco como tú.

 

Cuando Caleb y Josué se levantaron y miraron a sus hermanos, los vieron dignificados por la gracia inmerecida de Dios: sí, inmerecida. Josué y Caleb no eran unos ilusos, no vivían en una nube, no estaban fuera de la realidad; al contrario: veían la realidad más profunda, y no se quedaron en la superficie: no se quedaron en la pobre imagen que daba aquella tropa de hebreos errantes, inconsecuentes y muertos de miedo; vieron con profundidad, vieron, en ellos, hermanos que podían ser transformados y usados por Dios para grandes conquistas. Tuvieron la visión que tienen los líderes de verdad.

 

¿Cómo ves a tu hermano que se sienta contigo? La próxima vez que le mires, no te quedes en la superficie: mira su realidad profunda, la de un hermano débil, pobre, inconsecuente, pero que ha creído en Jesús y ha sido dignificado por Dios, un hombre, una mujer, para la que Dios tiene un plan, un plan que tú tienes que ayudarle a descubrir.

 

¿Y qué esperas de ti mismo hoy? ¿Sigues atreviéndote a tener esperanza? ¿Te atreves a mantener ilusiones? ¿Te atreves a diseñar proyectos? ¿Te atreves a proponerte horizontes lejanos? ¿Te atreves a conquistarlos? Si te sientes limitado, débil, incapaz, incompetente, está bien, porque así es como te debes sentir tú, me debo sentir yo, nos debemos sentir todos, porque no nos salvamos por méritos propios: 2 Corintios 3:4-6, Y tal confianza tenemos mediante Cristo para con Dios; no que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios, el cual asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto. Gracias a Dios, no tienes que buscar en ti tu competencia, tu competencia no está pendiente de que tú consigas hacerte grande y fuerte, sino de que Dios te hace grande y fuerte. Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad (Fil. 2:13). En esa confianza puedes atreverte a tener esperanza para tu vida no sólo en el cielo, aquí, en la tierra, puedes atreverte a mantener ilusiones, a diseñar proyectos, a proponerte horizontes lejanos, a conquistarlos. Un dirigente debe tener esta visión de sí mismo.

 

Un líder cristiano es capaz de ver más allá, es capaz de ver más adentro, es capaz de superar la inmediatez, es capaz de ahondar más allá de lo superficial, es capaz de proyectar su vista por encima de las montañas, es capaz de ver la luz limpia al otro lado de la niebla.

 

Y no dejes que el paso de los años te vuelva escéptico. Después del episodio de los espías de Canaán, pasarían cuarenta años más por la vida de Caleb, cuarenta años en los que Caleb vio de todo, el episodio del becerro de oro, las rebeliones y todos los motivos de decepción, frustración y amargura que ya conocéis. Pero Caleb no se dejó derrumbar por el escepticismo. A los 85 años seguía con el mismo optimismo realista de su mejor juventud: Josué 14:10-14, 10Ahora bien, Jehová me ha hecho vivir, como él dijo, estos cuarenta y cinco años, desde el tiempo que Jehová habló estas palabras a Moisés, cuando Israel andaba por el desierto; y ahora, he aquí, hoy soy de edad de ochenta y cinco años. Todavía estoy tan fuerte como el día que Moisés me envió; cual era mi fuerza entonces, tal es ahora mi fuerza para la guerra, y para salir y para entrar. Dame, pues, ahora este monte, del cual habló Jehová aquel día; porque tú oíste en aquel día que los anaceos están allí, y que hay ciudades grandes y fortificadas. Quizá Jehová estará conmigo, y los echaré, como Jehová ha dicho. Josué entonces le bendijo, y dio a Caleb hijo de Jefone a Hebrón por heredad. Por tanto, Hebrón vino a ser heredad de Caleb hijo de Jefone cenezeo, hasta hoy, por cuanto había seguido cumplidamente a Jehová Dios de Israel.

 

Nos esperan años en los que tendremos que progresar, crecer, pasar por crisis, enfrentarnos a nuevas dificultades, cumplir nuestra función en la historia de la iglesia. Nos esperan también años en los que veremos a grupos debilitarse, a personas que nos decepcionarán, grandes campañas duramente preparadas que fracasarán; que el paso de los años no nos vuelva escépticos, no nos robe nuestro realismo optimista.

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