El profesional (cristiano) y su iglesia (4)

Pablo Joel Santana Bonilla

Reflexiones conclusivas

Para concluir quisiera animarte a pensar en qué situación estás en tu relación con tu iglesia y en los riesgos que estás dispuesto a asumir. Terminaré con seis reflexiones finales sobre el tema que nos ha ocupado: el profesional cristiano y su iglesia.

¿Dónde estoy yo?

¿Dónde estás respecto a tu iglesia? ¿Transitando mundos paralelos en tu doble profesión? ¿De cuerpo presente? ¿Bajo mínimos? ¿En conflicto casi permanente? ¿O sirviendo de modo integral?

 

Te sugiero que a medida que siga hablando trates de ubicarte en una de las cinco posiciones que acabo de enumerar.

 

Si estás transitando mundos paralelos en tu labor como profesional y en tu profesión cristiana es porque sí tienes el síndrome SSS:

 

“El síndrome SSS es la Separación Sagrado-Secular: la extendida creencia de que algunas partes de nuestra vida no son realmente importantes para Dios – el trabajo, nuestra formación en el instituto o en la universidad, las actividades de ocio- pero sí lo son la oración, los cultos y toda actividad que tenga que ver con la iglesia” (Mark Greene, n.d.: 2).

 

“El síndrome de la Separación Sagrado-Secular –prosigue Mark Greene, del London Institute for Contemporary Christianity, quien acuño esta expresión- nos lleva a creer que las personas realmente santas llegarán a ser misioneras, que las personas moderadamente santas llegarán a ser pastores y que la gente que no está muy cerca de Dios se dedicará a trabajar” (Mark Greene, n.d.: 3).

 

La iglesia ha estado dominada la mayor parte de su historia, y con toda certeza desde San Agustín, por una visión del mundo deudora de la filosofía idealista griega. Para los filósofos idealistas griegos, el mundo de la material no es importante, lo que importa es el ‘espíritu’. Por lo tanto, el trabajo, los negocios, la creación de riqueza, la comida, la sexualidad y el resto de cosas materiales eran consideradas irrelevantes en comparación con el mundo del Espíritu. Esta visión de las cosas ignoró la corriente del pensamiento bíblico que afirma el mundo material como creación de Dios, el cuerpo humano como creación de Dios, y el placer sexual como un regalo de Dios, corriente de pensamiento que nos recuerda que Jesús tuvo un cuerpo y todavía lo tiene, y que nos habla de una tierra nueva y un cielo nuevo. La santidad, lejos de ser algo etéreo y de otro mundo, se manifiesta en pesas y medidas justas, en tomar precauciones para que las personas no se caigan de tu tejado, en alimentar al pobre –en hacer todo para la gloria de Dios” (Mark Greene, n.d.: 3-4).

 

Lo grave de este síndrome es que podemos tener las cosas claras a nivel intelectual pero experimentarlo vitalmente, por eso todos estamos sujetos a su acción a lo largo de nuestra vida.

 

La mentalidad clerical de la que hablaba hace unos momentos responde al síndrome SSS.

 

“Dios es el Dios de toda la vida. Y Cristo demanda ser el Señor de toda nuestras vidas –incluidas nuestra vida en el lugar de trabajo y nuestra vida en el barrio en el que vivimos” (Mark Greene, n.d.: 4).

 

No tiene sentido que nos dediquemos en cuerpo y alma a nuestra iglesia y descuidemos nuestra labor como profesionales y nuestra labor como testigos de Jesús en nuestro lugar de trabajo y en nuestro barrio.

 

El segundo modo de estar en la iglesia como profesionales lo he denominado sarcásticamente de cuerpo presente, por su significado asociado al cuerpo de una persona muerta. Si participas de las actividades de tu iglesia pero no reflexionas, no te inquieta la vida de tu iglesia; lo que va ocurriendo no te mueve a sentir dolor o alegría, desesperación o esperanza, ni a mover un dedo cuando hace falta, entonces para tu iglesia es como si no existieras, estás presente en el cuerpo pero de mente y corazón.

 

El tercer modo es estar bajo mínimos. Estar bajo mínimos es servir a tu iglesia a un nivel muy por debajo de los dones que Dios te ha dado y de las necesidades de tu iglesia, ya sea debido a las circunstancias o a tu propia decisión.

 

Quisiera subrayar que puede haber circunstancias de tu vida que hagan necesario que tu participación sea mínima. Sin embargo, esta no debe ser la tónica dominante, no es lo que Dios espera de ti y de mí.

 

También podemos vivir nuestra relación con nuestra iglesia local como un conflicto casi permanente. Esto puede deberse a que no estemos de acuerdo con cosas que se hacen o con decisiones que se toman. El conflicto puede ser solamente interno –que lo vivimos nosotros en nuestra vida interior, con nuestra mente, en nuestros pensamientos y emociones-, o interno y externo a la vez. Alzamos nuestra voz para poner en cuestión ciertas decisiones y vivimos momentos de confrontación, que en ocasiones puede tener carácter público. Situaciones de esta naturaleza desgastan mucho. No podemos vivir por mucho tiempo en una relación de conflicto casi permanente.

 

Ami entender, el mejor modo de relacionarnos con nuestra iglesia es sirviendo de modo integral, con todo lo que somos y tenemos. Ponemos nuestros dones al servicio del Señor y de la iglesia y el hace que seamos de bendición y que seamos bendecidos.

 

Puedo confesarles que, en algún momento de mi vida como profesional cristiano – dentro de dos meses cumpliré 21 años como trabajador el mes que viene y 30 años como miembro de la misma iglesia-, me he encontrado en alguna de las cinco situaciones descritas. Estamos en lucha espiritual permanente y debemos examinarnos periódicamente y rogar a Dios diariamente que nos capacite para servirle con todo lo que somos y tenemos.

¿Qué riesgos estoy dispuesto a asumir?

Cuando participamos en la iglesia –y también fuera de ella- nos arriesgamos a varias cosas. Nos arriesgamos,

 

A equivocarnos y meter la pata, pero si queremos contribuir hemos de arriesgarnos.

 

A no ser comprendidos. Podemos hacer algo con las mejores motivaciones y propósitos y, sin embargo, ser acusados injustamente de pretender justamente lo contrario de lo que queríamos.

 

A que nos critiquen y nos juzguen (condenatoriamente –Mateo 7.1). La crítica destructiva y el juicio condenatorio son dos de los deportes favoritos de los seres humanos caídos. Tú y yo entramos en esa categoría y, del mismo modo que criticamos y juzgamos a otras personas, si participamos en algo estamos sujetos a las críticas y al juicio de otros seres humanos.

 

A que hablen mal de nosotros. La murmuración es otro de nuestros deportes favoritos. Si haces algo estás sujeto a que hablen mal de ti, si no haces nada lo más probable es que pases desapercibido.

 

Hay otro riesgo, no tan frecuente, pero presente en no pocos casos y es que por ser fieles al Señor y a nuestro llamado para servirle podemos vernos en la tesitura de tener que dejar la iglesia local de la que formamos parte y buscar otra iglesia, otra comunidad cristiana en la que vivir en comunión y crecer.

Reflexiones finales

La iglesia no es un edifico terminado sino en construcción, no es una comunidad madura sino una comunidad en crecimiento (1ª Pedro 2.4-5; Efesios 4.11-16).

 

Los profesionales no somos mejores que nuestros hermanos y hermanas que no ejercen una profesión pero, en cierto sentido, somos más responsables delante de Dios (la parábola de los talentos: Mateo 15.14-30 y Lucas 19.11-27; el juicio sobre aquel que se le ha dado más: Lucas 12.47-48; Marcos 4.24-25; Lucas 8.18).

 

Colaborar en la iglesia no es un sustituto, ni debe hacerse en detrimento de la piedad personal, de las responsabilidades familiares ni del buen hacer profesional.

 

Servir desde posiciones de liderazgo formal no es en sí mismo el único ni el mejor modo de servir. Esta concepción responde a una visión clerical de la iglesia. El mejor modo de servir es hacer aquello para lo que Dios nos llama en cada momento de nuestra vida.

 

No somos llamados a hacer todo lo que nos pidan, pero sí somos llamados a asumir responsabilidades, según el llamado del Señor y las necesidades de la iglesia.

 

Las personas siempre dispuestas hemos de cuidar nuestras prioridades aprendiendo a decir que no.

 

Las personas que suelen eludir responsabilidades deben aprender a ir diciendo que sí a cosas pequeñas e ir haciéndose cargo poco a poco de tareas más complejas, siguiendo la dirección del Señor.

 

Quizás estarás pensando: “Vale Pablo, todo lo que has dicho está bien pero ¿qué hacer para sobrevivir en un entorno eclesial turbulento y difícil?” Vale, te contesto, pero transformo tu pregunta en otra pregunta: ¿qué virtudes somos llamados a ejercitar tú y yo como profesionales cristianos en relación con nuestras iglesias?

 

– PACIENCIA
Saber esperar (Efesios 4.1-2; Colosenses 3.13a; Hebreos 12.1).
Tener grandeza y constancia de ánimo en las adversidades (Colosenses 1.9-14, en especial v.11: longanimidad)

Del mismo modo que a veces mis hijos me desesperan porque hacen cosas que yo entiendo que ya no deberían de hacer o dejan de hacer cosas que ya deberían hacer, mi iglesia -esto es, mis hermanos y hermanas en la fe-me desesperan muchas veces porque hacen cosas que yo pienso que ya es hora que no hagan o dejan de hacer cosas que yo suponía ya aprendidas o superadas. En esas ocasiones el único remedio es la perseverancia paciente. La paciencia no consiste en hacer nada, tampoco es meramente esperar como si nada ocurriera, consiste –entre otras cosas- en seguir haciendo lo que sabemos que es bueno aún cuando las cosas a nuestro alrededor aparentemente no cambien e incluso empeoren.

 

– SABIDURÍA
Decir la palabra adecuada en cada momento (Proverbios 15.23).

Una de las cosas más difíciles en la vida de una comunidad cristiana es aprender a decir cada cosa en su momento y a decirla de buenas maneras, sin llevar a malos entendidos y sin herir. Conocemos a la fuente de la sabiduría, acudamos a ella (Santiago 1.5).

 

– SENTIDO DEL KAIRÓS
Somos llamados a obrar y hablar las cosas en su momento (Efesios 4.15-17; Eclesiastés 3.1-8). Esto no quiere decir que debamos andar con tal cantidad de plomo en los zapatos –es decir, que seamos tan cautos- que casi no podamos dar un paso. Tampoco significa que tengamos la expectativa de ser capaces de obrar y actuar siempre en el momento oportuno. En una ocasión, y en otra y en otra, erraremos y habremos de pedir perdón, pero somos llamados a discernir los tiempos y las ocasiones.

 

– INICIATIVA (estar dispuesto a ASUMIR RIESGOS)
Estar dispuesto a participar y equivocarse

Si no obramos no nos equivocaremos, si obramos a veces acertaremos pero otras –a veces las más- erraremos. No deberíamos contentarnos con ser profesionales cristianos que viven su vida en la iglesia como meros espectadores, o críticos, o Guadianas. Somos llamados a hacer el bien “según tengamos oportunidad” (Gálatas 6.10), y a no negarnos a hacer el bien a quien es debido cuando tengamos poder para hacerlo (Proverbios 3.27).

 

– HUMILDAD
Estar dispuesto a escuchar
Estar dispuesto a pedir perdón y a perdonar

Creo que la virtud que más necesito como profesional cristiano es precisamente la humildad (Santiago 4.10). Si obramos (y hablamos) con orgullo, con soberbia, generaremos rechazo, no creceremos y deshonraremos a Dios.

La humildad incluye la capacidad de escucha y la disposición a pedir perdón (Santiago 1.19 y Colosenses 3.13).

 

Para terminar, por tanto, como profesionales en relación con nuestra iglesia somos llamados a ejercer, entre otras, las siguientes virtudes: paciencia, sabiduría, sentido del kairos, iniciativa y humildad.

 

Te sugiero que anotes qué virtudes (una o dos) necesitas ejercitar en este momento de tu vida en relación con tu iglesia.

 

Me atrevería a decir que la impaciencia, la necedad, la impulsividad, la pasividad y el orgullo son cinco tentaciones del profesional cristiano en  relación con su iglesia. ¡Que el Señor nos libre de ellas y que hagamos lo que nos corresponde por cultivar la paciencia, la sabiduría, el sentido de la oportunidad, la iniciativa y la humildad!

 

“Bueno, Pablo” -podrás replicarme- “eso de las virtudes suena muy bonito pero es algo bastante etéreo. Yo quiero cosas prácticas.”

 

Te contesto. Lo básico es vivir cada día en la presencia de Dios, en conexión permanente con Él, alimentándose equilibradamente de su palabra. Pero además puedo señalar tres recursos que a mí me han resultado muy útiles: tener referentes (modelos) vitales, nutrir mi mente y mi corazón, y tener apoyos espirituales, morales y emocionales. Esto se concreta en:

 

– seguir el ejemplo de otros cristianos (profesionales o no) de dentro y de fuera de nuestra iglesia cuyas vidas nos inspiren,

 

– leer buenos libros escritos desde una perspectiva cristiana de la vida, pero también libros escritos desde otras perspectivas,

 

– cultivar la amistad (de verdaderos amigos cristianos y no cristianos), y recibir con gratitud las palabras y acciones de aliento y apoyo de hermanas y hermanos de nuestra comunidad cristiana, y

 

– buscar al consejo de cristianos maduros.

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REFERENCIAS

Greene, Mark (n.d.) The Great Divide – The Greatest Cultural Challenge Facing the Church (consultado el 24 de octubre de 2007 en http://www.gg2w.org.uk/documents/TheGreatDivide.pdf).

Snyder, Howard (2005) La Comunidad del Rey. Buenos Aires: Kairos (2ª edición revisada).

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