
Ética bíblica del trabajo (1ª parte)
José Grau
I. El trabajo: una estructura creacional
Los textos
Los primeros textos de la Biblia que nos hablan del trabajo:
Gn. 1:28 «Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra».
Gn. 2:15 «Tomó, pues, Yahvéh Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase».
El trabajo es: 1. Una bendición: «Y los bendijo Dios, y les dijo…» (Gn.1:28). 2. Una responsabilidad: «… lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara» (Gn. 2:15). 3. Una creatividad: «Yahvéh Dios formó, pues, de la tierra toda bestia del campo, y toda ave de los cielos, y la trajo a Adán para que viese cómo las había de llamar; y todo lo que Adán llamó a los animales vivientes, ese es su nombre. Y puso Adán nombre a toda bestia y ave de los cielos» (Gn. 2: 19-20).
Tres tareas principales aparecen en estos textos: 1. Dominar. «Llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread» (Gn. 1:28). 2. Cultivar. «Tomó, pues, Yahvéh Dios al hombre y lo puso en el jardín de Edén, para que lo cultivase…» (Gn. 2:15, RVA). 3. Conservar. Para que lo cultivase y lo guardase (Gn.2:15).
La imago Dei
En estas tres actividades se refleja la Imago Dei –la imagen del Creador– en el ser humano.
¿Quién sino Dios es el primero en dominar, cultivar y conservar? ¿Quién sino Dios es el gran Conservador del universo al que gobierna con su providencia?
En la Biblia, Dios aparece como realizando un gran número de trabajos:
1. Es el primer Trabajador, comparado a un Arquitecto (Sal. 104:2-5, «Él fundó la tierra sobre sus cimientos; no será jamás removida». ¡Cuán innumerables son tus obras, oh Yahvéh! Hiciste todas ellas con sabiduría; la tierra está llena de tus beneficios», v. 24).
2. A Dios se le compara con un Alfarero: «He aquí que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano» (Jer. 18:6).
3. A Dios se le compara a un Campesino que riega sus tierras (Sal. 65:10- 13).
4. A Dios se compara con un Pastor de ovejas: «Yahvéh es mi Pastor…» (Sal. 23).
5. A Dios se le compara con un Médico: «Ved ahora que yo, Yo soy, Y no hay dioses conmigo; yo hago morir, y yo hago vivir; yo hiero, y yo sano» (Dt. 32:39).
6. A Dios se le compara con el Labrador que planta sus viñas: «Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador» (Jn. 15:1).
¡Y con muchos otros profesionales se compara a Dios en la Biblia!
Dios, el gran trabajador
«Porque tú formaste mis entrañas; Tú me hiciste en el vientre de mi madre. Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; Estoy maravillado, Y mi alma lo sabe muy bien» (Sal.139:13-15).
«¡Alégrese Yahvéh en sus obras!» (Sal. 104:31).
El hombre como trabajador
Toda la actividad del ser humano reproduce, por analogía, la actividad del Creador. El hombre imita a Dios, pero su actividad es siempre por delegación sujeta al Señor del universo. Diferente infinitamente de la obra de Dios. No saca de la nada, lo recibe todo del Señor. El hombre como trabajador, imitador de Dios, responsable ante Dios:
1. El trabajo es una mayordomía. Somos responsables de los bienes de otro, de los bienes de Dios. Tendremos que rendir cuentas de nuestra labor. Es la enseñanza de muchas de las parábolas de Jesús.
2. El trabajo glorifica a Dios en su criatura. Expresa intención, gusto, inteligencia y creatividad. Y así refleja la gloria de Dios. Isaías admira la obra de Dios hecha por medio de los hombres: Isaías 28:24-29.
3. El trabajo despierta la alabanza. El mismo verbo «cultivar» se emplea en el Antiguo Testamento para la liturgia: los levitas mayores de 25 años entrarán a ejercer su ministerio en el servicio (lit.: «cultivo») del Tabernáculo. «Servirán [cultivarán] con sus hermanos en el Tabernáculo» (Nm. 8:23-26).
Trabajo – Servicio – Culto – Cultura
Cf. Apocalipsis 7:15 «…están delante del trono de Dios, y le sirven [trabajan] día y noche en su templo…».
El trabajo puede asumir una dimensión cúltica, porque podemos glorificar a Dios mediante el trabajo.
Tres palabras con idéntica raíz:
– Cultivo = trabajo.
– Cultura = civilización.
– Culto = piedad.
II. Consecuencias de la caída sobre el trabajo
Génesis 3 relata la caída debido a la desobediencia del ser humano. El trabajo es la primera realidad contaminada por el pecado. «A la mujer dijo: Multiplicaré en gran manera los dolores en tus preñeces; con dolor darás a luz los hijos; y tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreara de ti. Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá…, Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás» (Gn. 3:16-19):
1. El primer trabajo de la mujer: la maternidad, de gozoso se convierte en doloroso.
2. Maldita la tierra por causa de la caída (cf. Ro. 8:20-22) sólo con dolor podremos comer de ella. Con el sudor de su rostro comerá el pan hasta volver al polvo.
El trabajo ha quedado alterado por la caída. No su dignidad sino las condiciones en que se realiza. Más las condiciones en que ha de realizarse ahora que su naturaleza intrínseca.
Dios no maldice el trabajo en tanto que tal sino las circunstancias en las cuales se desarrolla:
1. Recordemos: el pecado no ha destruido la naturaleza humana que sigue siendo imago Dei, incluso después de la caída (cf. Gn. 9:6 «a imagen de Dios es hecho el hombre»).
2. Lo que ha quedado perturbado son las relaciones entre el hombre y Dios, entre el hombre y el hombre, y entre el hombre y la naturaleza.
3. El trabajo queda afectado precisamente porque consiste en la modificación de la naturaleza por parte del hombre. «La creación sujetada a vanidad» (Ro. 8:20). La falta de confianza del hombre en Dios y su desobediencia han introducido la desconfianza en todos los órdenes y a todos los niveles: la naturaleza se vuelve amenazante, y produce «espinos y cardos». ¡Ahora tenemos que luchar contra ella! Finalmente, nos devuelve al polvo.
Si grave es la alteración sufrida por nuestras relaciones con la naturaleza, no menos graves son las alteraciones de las relaciones humanas en el trabajo.
El trabajo y las relaciones con el prójimo
1. En vez de colaboradores, nuestros semejantes se convierten en competidores:
«He visto asimismo que todo trabajo y toda excelencia de obras despierta la envidia del hombre contra su prójimo. También esto es vanidad y aflicción de espíritu» (Ec. 4:4).
2. Este conflicto da lugar a toda clase de injusticias:
«Me volví y vi todas las violencias que se hacen debajo del sol; y he aquí las lágrimas de los oprimidos, sin tener quien los consuele; y la fuerza estaba en la mano de sus opresores, y para ellos no había consolador» (Ec. 4:1).
3. Violencia, injusticia, dolor. Frente a los sufrimientos que comporta inevitablemente el trabajo en un mundo caído, el ser humano se halla situado entre dos tentaciones y la Biblia se refiere, a menudo, a estas dos tentaciones:
1ª Tentación: convertir el trabajo en un ídolo. Es la revolución prometeica. La historia de Babel es ejemplo elocuente. ¡El trabajo contra Dios! ¿En que quedará Babel?
«Así ha dicho Yahvéh de los ejércitos: El muro ancho de Babilonia será derribado enteramente, y sus altas puertas serán quemadas a fuego; en vano trabajaron los pueblos, y las naciones se cansaron solo para el fuego» (Jer. 51:58).
2ª Tentación: la pereza, el desprecio del trabajo. Dios condena la pereza (Pr. 21:25).
El trabajo entendido como algo indigno
Ejemplos históricos:
– En el paganismo: trabajo es función solamente de esclavos. – En la España católica: el trabajo es para los plebeyos, los nobles no trabajan. Menosprecio del trabajo. – Rafael Sánchez Ferlosio habla de «la noción cristiana del trabajo como una maldición» (EL PAÍS, 6-2-80) – En su encíclica RERUM NOVARUM (1891), León XIII intenta defender a los obreros, pero todavía afirma que «el hombre debe soportar el trabajo para expiar sus pecados».
– Velázquez, en el s. XVII, tendrá que demostrar que pintar no es trabajar para poder ingresar en la orden aristocrática de Santiago.
– ¿Y la leyenda de San Isidro de Madrid? Expresiva de toda una mentalidad [1].
El trabajo no era apreciado ni en la Grecia pagana ni en el catolicismo romano medieval (con la excepción de algunas ordenes religiosas pero, incluso, éstas lo aceptaban como una «humillación» autoimpuesta).
El ideal de vida cristiana era ser sacerdote, fraile o monja. Dedicación completa a ocupaciones «espirituales» solamente.
La Reforma del siglo XVI
Enfatizó la igualdad y la importancia de todos los trabajos: el del mercader, el campesino, el médico, el tendero, el zapatero, el alcalde y el ministro del Evangelio.
Redescubrió la doctrina bíblica del Sacerdocio universal de todos los creyentes: (1 P. 2:5, 9) «sacerdocio santo» «real sacerdocio». Enseñó la santificación por el trabajo cotidiano, el trabajo como ofrenda hecha a Dios y para el bien del prójimo.
Encontramos esta enseñanza en todos los reformadores, sin excepción: Lutero, Calvino, Zwinglio Bucero, Bullinger, etc.
Lutero decía: «Dios te ha puesto en una tienda; tus herramientas son mensajeros de Dios. Tu martillo es un predicador que te dice: úsame en el servicio del Señor».
La sátira del perezoso es un tema constante en la literatura sapiencial: «El deseo del perezoso le mata, porque sus manos no quieren trabajar» (Pr. 21:25).
La pereza embrutece. La pereza aumenta la insolidaridad. La pereza fomenta el egoísmo. Conduce a la disolución de la personalidad. A la muerte por inanición.
Tanto la idolatría del trabajo, como la pereza constituyen una rebelión del ser humano contra la voluntad de Dios.
William Tyndale, reformador y traductor de la Biblia al inglés, fue quemado –entre otras «razones y acusaciones»– por la «herejía» de afirmar que: «A Dios no le agrada un trabajo más que otro. Ser apóstol, predicador, zapatero remendón, o lavar los platos y barrer las calles, es igual a los ojos de Dios».
¿Queremos ser auténticamente protestantes?
Redescubramos estos principios bíblicos:
1. El sacerdocio universal de los creyentes.
2. La dignidad de todo trabajo.
3. Las posibilidades de santificación y de servicio que conlleva el trabajo.
4. Los verbos «cultivar» y «servir» en el Antiguo Testamento se emplean también para el culto (cf. Nm. 8:23-26) (ello no obsta para que demos más valor a un trabajo que a otros en determinadas situaciones de necesidad).
Los efectos de la caída son evidentes:
1. El hombre no discierne la voluntad de Dios para su trabajo, su vida, etc.
2. Y cuando la discierne no sabe cumplirla.
3. El pecado domina al hombre y las mejores obras y trabajos están manchados.
Notas
[1] Sobre la figura de Isidro del Campo se han vestido muchas narraciones populares. La más conocida de ellas es la que nos presenta a un hombre muy piadoso que muy a menudo tenía que soportar las burlas de sus vecinos porque cada día iba a la iglesia antes de salir a labrar el campo. A veces, Isidro llegaba algunos minutos tarde al trabajo y sus compañeros lo denun- ciaron al patrón por holgazán. Juan de Vargas, que así se llamaba el propietario de la finca, lo quiso comprobar por sí mismo, y un buen día se escondió tras unos matorrales situados a medio camino entre la iglesia y el campo. Al salir del templo le recriminó su actitud. Cuando llegaron al campo, su patrón vio con sorpresa que los bueyes estaban arando ellos solos la parte que le correspondía a Isidro. El patrón entendió aquél hecho como un prodigio del cielo. Otra versión de la leyenda dice que eran los ángeles los que araban el campo mientras que San Isidro rezaba (aunque según las actas de la canonización, Juan de Vargas vio cómo dos Ángeles ayudaban a S. Isidro a arar más rápido tras haberse detenido éste anteriormente a rezar en todas las parroquias por las que pasaba).
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