
Hacer la teología desde todo el pueblo de Dios (2)
R. Paul Stevens
2. “Para” todo el pueblo de Dios: Más allá de la teología no aplicada
Una teología para el supuesto laicado se considera normalmente como la comunicación hacia el cristiano “corriente”, no entrenado en la teología académica, de cómo inciden las grandes verdades de la fe en su vida. En ocasiones, esto equivale a una “diluida” teología sistemática o bíblica, que la hace más accesible. En el mejor de los casos, una teología para el laicado es exactamente de lo que trata la teología: la tarea continua y dinámica de traducir la palabra de Dios a situaciones donde el pueblo vive y trabaja. La teología bíblica es práctica hasta sus cimientos y es una herejía fomentar, tal como han hecho las instituciones teológicas durante décadas, una teología no aplicada.[19]
Para la mayoría de la gente corriente, la teología académica está abstraída de la vida, algo que Lesslie Newbigin lamenta, a la vez que señala, cómo la obra de los eruditos puede hacer que al cristiano corriente le parezca que alguien que no esté entrenado en sus métodos no pueda entender de verdad lo que dice la Biblia. “Estamos —nos explica— en una situación análoga a aquella de la que se quejaron los grandes Reformadores…”.[20] ¿Qué significaría recuperar una teología para todo el pueblo de Dios?
En primer lugar, la funcionalidad de la teología es mucho más que la relevancia de su teoría. Se suele decir que la teología es práctica porque es la base de una acción llena de fe y de vida; ayuda a las personas a obtener la verdad de Dios para suplir su necesidad fundamental de conocer a Dios y de relacionarse de la forma correcta con el mundo. Sin embargo, en esta opinión aplicada o teología práctica se encuentra el mecanismo de entrega: comunicar a las personas la verdad, persuadirlas de ella y de su necesidad de actuar en consecuencia. [21] Es la antigua forma lineal de hacer teología: primero, tienes la teoría y, a continuación, cuando acumulas la verdad, la aplicas —por lo general en el caso de la educación teológica— después de graduarte en un seminario. ¿Pero y si la acción forma parte de la verdad? ¿Y si toda acción está cargada de la teología y toda teoría está cargada de acción? ¿Y qué haremos con las palabras y las obras de Jesús quien, como a rma Alister McGrath, es el “principal explicandum de la teología del cristiano… algo y alguien que requiere ser explicado”? [22] Jesús dijo: “El que esté dispuesto a hacer la voluntad de Dios reconocerá si mi enseñanza proviene de Dios” (Juan 7:17). El término hebreo para “conocer” es el mismo que “trato”. Como explica Robert Banks, invitar a alguien a tomar un curso sobre un tema es invitarle a tener un trato con esta materia.[23]
Desde luego, el término “teología aplicada” no aparece en la Biblia, pero la idea de vincular pensamiento y acción, de relacionar la fe y la vida; y de unir la doctrina con la práctica ética; la idea de que la verdad divina implica amar a Dios y al prójimo, es tan fundamental que la única teología verdaderamente cristiana es una que haya sido aplicada.
Muchas de las palabras de Jesús enfatizan que la obediencia es el órgano de la revelación. [24] En Lucas 16:31, Jesús afirma que si las personas no están actuando conforme a la luz que tienen (la ley y los profetas), “no se convencerán ni aunque alguien resucite de los muertos”, sugiriendo así que su propia resurrección tendrá poco valor probatorio para quienes no estén poniendo en práctica su conocimiento. Francisco de Asís declaró una vez: “La humanidad tiene tanto conocimiento como el que ha ejecutado”. Esto significa que lo que uno conoce realmente —en el sentido más plenamente bíblico y hebraico— es lo que uno vive. Lesslie Newbigin lo expone de una forma adecuada: “Dado que la realidad suprema en la Biblia es personal… somos llevados a la conformidad con esta realidad no mediante un proceso en dos pasos de teoría y práctica… sino por una sola acción compuesta por oír, creer y obedecer”.[25]
En segundo lugar, a lo largo de la historia de la actividad teológica cristiana, la separación de la teoría y la práctica no tuvo lugar hasta hace poco. Desde el fundamento de la Iglesia hasta el siglo XI, la teología no fue la base de la acción práctica, pero sí fue esencialmente práctica. En su obra reciente By the Renewing of Your Minds [A través de la renovación de sus mentes], Ellen Charry describe su experiencia de trabajo a través de los escritos de Pablo, Atanasio, Basilio de Cesarea, Agustín de Hipona, Anselmo, Tomás de Aquino, Juliana y Juan Calvino. Con esa que las divisiones del currículo teológico moderno tenían cada vez menos sentido.[26] Apela a una recuperación de la “sapiencia”, comprometiéndose con Dios en amor para que conocedor y conocido estén conectados en lo emocional, algo que se ha perdido ampliamente en la modernidad cuando la teología se convirtió en la justificación intelectual de la fe,[27] de modo que la teología, como teología práctica, y la teología, como teología espiritual, quedaron desconectadas, fragmentadas. Entender la historia de esta fragmentación de la teología es fundamental, aunque, solo puedo tratar esto a grandes rasgos.[28] La teología en la iglesia primitiva estaba integrada y surgió en la vida de las comunidades cristianas o monasterios locales. Estaba relacionada con las cuestiones prácticas y las preguntas que surgían de la liturgia y de la vida del pueblo de Dios.[29] Era un habitus práctico, la disposición del alma, la verdad vivida, phronésis, ‘sabiduría práctica’.[30] No separaba teoría y práctica. Uno no estudiaba teología durante tres años, acumulando información sobre Dios y, después, al graduarse, la aplicaba en el campo. Congar observa que “de manera genérica podríamos decir que hasta el final del siglo XII, la teología es esencial y, podemos añadir, exclusivamente bíblica”.[31]
Esto fue claro hasta bien entrado el siglo XI, aun cuando emergieron las universidades que, al principio, estaban agregadas a monasterios y catedrales. Pero alrededor del siglo XII, a medida que las universidades se fueron volviendo más independientes, los académicos adoptaran un modelo aristotélico de pensamiento que tenía por objetivo demostrar el conocimiento lógico, ordenándolo para su propio bien. La teología se con- virtió en una ciencia especulativa, en especial con Tomás de Aquino,[32] marcando así el final del acuerdo de que la teología era práctica en su esencia, aunque no fue así en la Iglesia Oriental hasta mucho más tarde.[33]
A medida que la teología se fue reduciendo cada vez más a fórmulas lógicas, racionales, las cuestiones de aplicación, los asuntos relacionados con la vida real de las personas en el mundo quedaron relegados a una sola sección de los extensos libros de texto, como lo están hoy día. La teología aplicada se ve como el ocaso de la teología sistemática, junto con la ética, la misionología y otras cosas subsidiarias. A pesar de la protesta de los franciscanos, la teología práctica se marginalizó, mientras los teólogos académicos mantuvieron un análisis desapasionado y riguroso de la verdad. En las universidades se buscaba la teología, mientras que los teólogos prácticos, por lo general ubicados en monasterios, iban tras espiritualidad cristiana ejempli cada en la obra de Thomas de Kempis, Imitación de Cristo. Deberíamos considerar estos libros como teologías para el pueblo de Dios e incluso teologías escritas por laicos,[34] aun cuando se las tenga normalmente por clásicos de teología espiritual. La Reforma fue, en sí misma, una reacción contra la Iglesia medieval y Lutero dijo en una ocasión: “La verdadera teología es práctica … la teología especulativa pertenece al diablo en el infierno”.[35]
Hacia el siglo XVIII, la teología pastoral emergió como una disciplina separada de la teología moral y se preocupaba de la poiménica (“pastoral”), es decir, las actividades del pastor. En torno al siglo XIX, la cautividad clerical de la teología aplicada estaba casi completa. En la mayoría de los seminarios modernos la teología práctica se ha reducido, pues, a cursos de manuales, a menudo medidos por la eficacia y el éxito en el crecimiento de la Iglesia, con independencia de que tales acciones sean normativamente cristianas y sin la adecuada reflexión teológica.[36] La teología “pura” se ha reducido a lo que Dios dice sobre los deprimentes consoladores de Job: lógicos, objetivos y abstractos.
¿Se puede sanar la teología? Existen algunas señales alentadoras de renovación.
En tercer lugar, estamos presenciando una recuperación de la teología como phronésis, ‘sabiduría práctica’, en especial con muchos teólogos contemporáneos, aquí podemos incluir las teologías de la liberación de Segundo, Gutiérrez y Bonino, y las teologías autóctonas de diferentes grupos de personas por todo el mundo.[37] Por todos los problemas que suponen estas teologías —asuntos cuidadosamente criticados por los evangélicos por una defectuosa hermenéutica y lo que Stott llama, en el caso de la teología de la liberación, su “peligrosa inocencia”[38]— Se ha recuperado, sin embargo, algo esencial. Henri Nouwen lo expresó cuando visitó Perú. Afirmó: “theologia no es principalmente una forma de pensar, sino un modo de vida. Los teólogos de la liberación no piensan en vivir de una nueva manera, sino vivir en una nueva forma de pensar”.[39]
Por tanto, estamos ahora en mejor situación para definir la teología de un modo que conserve su naturaleza esencialmente práctica. El puritano William Perkins lo hizo con brillantez cuando declaró que la teología es la “ciencia de vivir bendecidos para siempre”.[40] Años antes de él, Martín Lutero confesó, con respecto a la forma en que sus pruebas, sus controversias y sus sufrimientos lo habían convertido en teólogo de la cruz: “La verdadera teología y el conocimiento de Dios tiene lugar cuando uno pasa por el tormento de la cruz, la muerte y el infierno… Solo la cruz es nuestra teología” (CRUX sola est nostra theologia).[41] Precisamente esta “teología que se escurre de la vida”, que subyace a esta célebre declaración de Lutero en cuanto a los requisitos del verdadero teólogo: “vivir, o más bien morir y ser condenados, hace que un teólogo no sea comprendido, no leído o que no se especule sobre él”. [42]
Solo una revolución curricular puede remediar esta bifurcación de manera que no pensemos únicamente de forma teológica, sino vivir de un modo teológico. Si todas las disciplinas de la academia teológica se enseñara de forma sistemática en la dirección en que señala la Biblia —fe activa en amor— con la teoría y la práctica vinculadas de forma interdependiente, más que colocarla linealmente, ¿habría necesidad de una disciplina aparte llamada teología aplicada?
¿Qué es teología para el pueblo completo de Dios? Como afirmó William Perkins, no es una teología meramente “diluida” y una sistemáticamente popularizada, sino más bien “la ciencia de vivir benditos para siempre”. Explica y potencia la vida del creyente corriente en el mundo, pero significa incluso más: considera que los actos de fe no solo se aplican, sino que descubren la doctrina. En 1949, Ian Fraser escribió un influyente artículo en el Scottish Journal of Theology, titulado “Theology and Action”. En este, declara:
La obediencia al Dios vivo siempre debe estar expandiéndose más allá de los muros contenedores teológicos actuales. Cuando Abraham salió, no sabía adónde iba. La incumbencia de la teología no debería restringirse a este tipo de obediencia; debería alimentarse de ella… La teología saca su vida de la adoración y esta vida se nutre de la obediencia.[43]
Es, precisamente, la cuestión de la obediencia —la verdad vivida— la que da lugar a una tercera distinción: la teología por la totalidad del pueblo de Dios.
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Notas:
19 Se reconoce ampliamente que la teología práctica es la Cenicienta del seminario. Don Browning dice que “a lo largo de su historia [la teología aplicada] ha sido la más atribulada y menospreciada de las disciplinas académicas”. Sugiere que la teología histórica, sistemática y práctica (en el sentido más especí co del térmi- no) debería verse como subespecialidades de una disciplina más amplia y que pueda abarcar más, llamada: teología práctica fundamental (D. Browning, A Fundamental Practical Theology: Descriptive and Strategies Proposals. (Minneapolis: Fortress Press, 1991), 3, 7–8).
20 L. Newbigin, Foolishness to the Greeks: The Gospel and Western Culture (Grand Rapids: Eerdmans, 1986), 142–143.
21 Esta es la opinión expuesta en K. S. Kantzer, Systematic Theology as practical Discipline en Lewis y McGrath, Doing Theology, 24 (21–41).
22 McGrath, The Genesis of Doctrine,1.
23 En una conferencia en la Coalición para el Ministerio en la Vida Diaria, Chicago, 1993.
24 Ver Jn. 15:10; 8:31; 8:39; 8:51.
25 L. Newbigin, Proper Confidence: Faith, Doubt and Certainty in Christian Discipleship (Grand Rapids: Eerdmans, 1995), 38–39.
26 E. T. Charry, By the Renewing of the Minds: The Pastoral Function of Christian Doctrine (Nueva York: Oxford University Press, 1997), VIII.
27 Ibíd., 4. E. Charry realiza un cuidadoso análisis de la distinción que hace Agustín entre scientia (juicio lógico de los actos de Dios) y sapientia (deleite en la gracia de Dios), en particular en los Libros XII–XIV de La ciudad de Dios. Scientia era saber de la gracia de Dios y la sapientia era amar a Dios como resultado de dicha gracia. Es la diferencia entre el conocimiento de fe y la sabiduría de amor, siendo amar el mayor de todos. Comenta: “Hoy nuestra situación es inmensamente diferente. Los teólogos profesionales están forma- dos en universidades o mediante programas doctorales orientados a la universidad, guiados por las normas académicas seculares. Con frecuencia ven que su tarea consiste en articular la estructura de la Trinidad o de Cristo, o de la lógica de la salvación según se exponen históricamente, o como aclarando las razones y el mecanismo de la fe del lado humano. Rara vez se aprovechan estas tareas con el objetivo de la sapientia, forma en que Agustín entendió sus propias responsabilidades pastorales”. Observa, asimismo, que Pedro dijo: “Lombard criticó a Agustín por fomentar el amor de Dios por encima de la especulación racional sobre los asuntos eternos, precisamente lo opuesto a la crítica moderna del Obispo de Hipona” (Academic Theology in Pastoral Perspective, 90–96).
28 Reconozco que estoy endeudado en parte por hacer esta re exión, con R. L. Maddox, The Recovery of Theology as a Practical Discipline, (Theological Studies 51, 1990), 650–672.
29 Maddox observa que un buen ejemplo de esto fue la obra de Basilio, On the Holy Spirit, trad. David Anderson (Crestwood, NY: St Vladimir’s Seminary Press. 1980), que analizó las interrelaciones de la deidad tratando con la pregunta de si los cristianos deberían orar al Espíritu Santo.
30 E. Farley, Interpreting Situations: An Inquiry into the Nature of Practical Theology, en L. S. Mudge y J. N. Poling, Formation and Re ection: The Promise of Practical Theology (Filadel a: Fortress Press, 1987), 18 (1–26).
31 Congar, A History of Theology, 51.
32 E. Charry describe cómo argumentó Tomás de Aquino que la sagrada doctrina es una forma de sapiencia aunque no esté perfundida con el Espíritu Santo, posibilitando así que se puedan hacer juicios teológicos precisos sin tener fe. “Aquino disolvió, por tanto, la distinción que Agustín hacía entre el conocimiento y la sabiduría, como la distinción entre el conocimiento y el amor de Dios y estableció posteriormente la teología sobre una senda que tomó la teología académica como conocimiento objetivo independiente de la disposición del conocedor, o en relación al material dominado, o incluso la confesión de la fe cristiana. Esta es, precisamente, la puerta por la que la teología sapiencial cedió el paso a la teología académica” (Academic Theology in Pastoral Perspective, 97).
33 Ver A. Schmemann, Church, World, Mission (Crestwook, NY: St Vladimir’s Seminary Press, 1979), 129–144. En el siglo XIX, la ortodoxia oriental estableció contactos con la Universidad occidental de teología.
34 Reconozco que estoy en deuda con la reflexión del Dr. John Toew sobre el surgimiento de teologías “laicas” en los primeros siglos de la iglesia, incluida la escuela de Origen (hoy llamada Escuela de Alejandría), el aprendizaje monástico (que era, por lo general, “laico” aunque ampliamente desconectado de la vida en el mundo), las obras de Pedro Waldo que eran una teología de protesta y los franciscanos que reaccionaron contra las escuelas dominicas dominantes.
35 Luther’s Works, (T. G. Tappert. St Louis: Concordia, 1955–86), 55 vol.; LIV, 22, citado en Maddox, The Recovery of Theology, 654.
36 C. Dykstra, Reconceiving Practice, en B. Wheeler y E. Farley, Shifting Boundaries: Contextual Approaches to the Structure of Theological Education (Louisville, KY: Westminster/John Knox Press, 1991), 35–66 (55). Véase también E. Farley, Theologia: The Fragmentation and Unity of Theological Education (Filadel a: For- tress Press, 1983); J.N. Poling y D.E. Miller, Foundations for a Practical Theology of Ministry (Nashville: Abing- don Press, 1985); M.L. Stackhouse, Apologia: Contextualization, Globalization and Mission in Theological Education (Grand Rapids: Eerdmans, 1988).
37 Véase S. Amirtham y J.S. Pobee (eds.), Theology by the People, 3.5. Estos autores observan la aparición de una teología negra, una teología africana, una teología feminista, una teología coreana Minjung; todas estas teologías emergen de pequeños grupos de estudios bíblicos, comunidades de base e iglesias autóctonas.
38 ‘Theology’ A multidimensional Discipline, 3–19.
39 H. Nouwen, ¡Gracias! A Latin American Journal (Maryknoll, NY: Orbis Books, 1983), 159, citado en Lewis y McGrath, Doing Theology, 13.
40 A Golden Chain (1592), en I. Breward (ed.), The Courtenay Library of Reformation Classics. III. The Work of William Perkins (Appleford, UK: The Sutton Courtenay Press, 1970), 177 (169–249).
41 D.M. Luthers Werke. Kritische Gesamtausgabe (Weimer, 1993), V. 176.32–3, citado en A.E. McGrath, Luther’s Theology of the Cross: Martin Luther’s Theological Breakthrough (Oxford: Basil Blackwell, 1985), 152.
42 Ibíd., V.163.28–9, citado en McGrath, Luther’s Theology, 152.
43 I.M. Fraser, Theology and Action, (Scottish Journal of Theology 2.4, diciembre 1949), 414-415 (411-423).
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