
Historia y significado de la Reforma (2ª parte)
Michael Reeves
Esta es mi postura
Pronto Lutero fue citado a una sesión (o “dieta”) en la corte imperial de Worms, donde se daba por sentado que en breve sería quemado por herejía. Cuando llegó, se sintió tan intimidado por el interrogatorio en presencia de todos los gobernadores y nobleza, que en un principio apenas pudo hablar. El nuncio papal pensó que Lutero era demasiado estúpido como para haber escrito todo lo que se le atribuía y quiso saber quién estaba detrás de los panfletos de la Reforma. Después de que se le ordenara retractarse, llegó la respuesta final de Lutero:
Estoy ligado a las Escrituras que he citado y mi conciencia está sometida a la Palabra de Dios. Ni puedo ni quiero retractarme de nada, puesto que ni es seguro ni correcto ir en contra de la propia conciencia. No puedo hacer otra cosa, esta es mi postura, que Dios me ayude, amén. [4]
El emperador no tardó mucho en declarar a Lutero “un cismático obstinado y hereje manifiesto” a quien nadie debía dar asilo ni debía leer, bajo pena de los más terribles castigos. Pero Lutero no se quedó a esperar a que le condenaran en Worms. Tan pronto como pudo se subió a un carromato camino a Wittenberg.
Después de eso, Lutero desapareció. Lo que se sabía con seguridad al respecto era que unos hombres armados lo habían secuestrado del carruaje; lo que nadie sabía es qué había sido de él. La mayoría supuso que lo habían raptado para ejecutarlo sin hacer mucho ruido. La realidad era que los secuestradores trabajaban para Federico el Sabio, que había trazado todo un plan para mantener a Lutero a salvo sin correr el riesgo de que se supiera que había dado asilo a un proscrito. Amparado por la noche, Lutero fue escoltado hasta el castillo de Wartburg, el baluarte de Federico en el Electorado de Sajonia.
Este castillo se convirtió en el hogar encubierto de Lutero durante los siguientes diez meses. Se dejó crecer el cabello y la barba, y se presentaba a sí mismo ante la gente como “señor Jorge”. Más importante aún fue que, mientras estaba escondido allí, consiguió traducir el Nuevo Testamento del griego al alemán. De manera sorprendente, Lutero se las ingenió para producir una pieza maestra de la traducción en un espacio de tiempo tan breve. La lengua que utilizó era tan contundente, tan vívida y tan de la calle, que cambió la manera en la que la gente hablaba alemán. Lutero se convirtió así en el padre del alemán moderno. Aún más, al publicarlo en 1522, Lutero cumplió su sueño de que la gente pudiera “entender y probar la Palabra de Dios, prístina y pura, y aferrarse a ella”.
No obstante, no fueron tiempos felices. Enjaulado en su escondite, a Lutero le asaltaban infinidad de dudas. Sin embargo, la manera en la que batalló con sus dudas dice mucho de él. A menudo, Lutero solía escribir algún versículo bíblico significativo en la pared de su celda, en un mueble, o en cualquier cosa que tuviera a mano. Lo importante era que él sabía que dentro de sí solo albergaba duda y pecado. Toda su esperanza estaba puesta fuera de sí mismo, en la palabra de Dios, donde cómo se sintiera y cómo estuviera no iba a afectar a su seguridad en Dios. Así, cuando la duda se apoderaba de él, en lugar de buscar consuelo en sí mismo, Lutero ponía ante sus ojos esas palabras externas e invariables. Durante el siguiente cuarto de siglo hasta su muerte en 1546, Lutero vivió en Wittenberg, promoviendo la reforma de la iglesia con sermones, catecismos, libros, himnos y conversaciones. Puede que el más conocido de sus himnos sea aquel grito de guerra de la Reforma, cuya letra promovió sus ideas entre millones de personas:
¡Que muestre su vigor Satán y su furor! Dañarnos no podrá, pues condenado es ya por la Palabra Santa.
Al final de su vida, el carácter de Lutero seguía siendo impetuoso y turbulento. Tenía partidarios y detractores, a quienes les habría gustado que fuera algo menos rudo y crudo. Lo que es seguro es que no fue un santo con peana de iglesia ideal. Sin embargo, quizás lo que se necesitaba para la aparentemente imposible tarea de retar a toda la cristiandad y ponerla patas arriba fuera precisamente un hombre tan directo y cortante como él. Lutero supuso una terapia de choque para el mundo y, de alguna manera, su personalidad encaja perfectamente con el evangelio que descubrió: no inspiró ninguna superación personal a través de potenciales disciplinas; más bien, su evidente humanidad era testimonio de la absoluta necesidad de la gracia de Dios que tiene el pecador.
Tres jugadores clave: Erasmo, Wycliffe y Tyndale
La historia de Lutero no habría sido la misma sin el trabajo del gran humanista y erudito Erasmo de Rotterdam. En 1516, Erasmo publicó una nueva edición crítica del Nuevo Testamento. Antes de esta edición, la mayoría de la gente solo conocía la traducción oficial de la Vulgata Latina que la iglesia utilizaba. Erasmo abrió la puerta al estudio del texto original griego, en el que hombres como Lutero hallaron un mensaje nada claro en la versión latina.
Pero no fue solamente Lutero. En Gran Bretaña, eruditos y estudiosos eran transformados por lo que leían en el texto griego. Un siglo y medio antes, un estudioso de Oxford llamado John Wycliffe había preparado una traducción de la Biblia Vulgata Latina al inglés, y sus seguidores seguían leyendo sus Biblias y predicando con entusiasmo. Sin embargo, lo que encontraron quienes podían leer en la edición de Erasmo fue algo distinto. Hasta quienes no podían leer se topaban con copias de las obras de Lutero, que habían empezado a circular por el país. En Cambridge, un grupo de catedráticos se reunía en la posada “White Horse”, donde toda aquella charla en torno a Lutero hizo que se pareciera tanto a Wittenberg que acabó siendo apodada “Pequeña Alemania”.
Uno de aquellos estudiosos era un joven y brillante lingüista llamado William Tyndale. Inspirado por su estudio del Nuevo Testamento, concluyó que “será imposible educar a la gente lega en verdad alguna, a no ser que las Escrituras les sean presentadas en su lengua materna”.[5] Por ello, se impuso a sí mismo la tarea de traducir la Biblia de los originales griego y hebreo al inglés. Viajó hasta Alemania, llegando a Worms y allí, donde hacía solamente cinco años que Lutero había pronunciado su discurso de “Esta es mi postura” ante el emperador, Tyndale publicó el Nuevo Testamento completo en inglés.
Los seguidores de John Wycliffe llevaban cerca de cien años produciendo y leyendo traducciones del Nuevo Testamento en inglés, pero no eran más que copias manuscritas, rígidas interpretaciones de la Vulgata Latina. No eran aptas para una producción en masa, además de que seguían incluyendo todos los problemas teológicos del latín (“compensar” en lugar de “arrepentirse”, por ejemplo). Sin embargo, el Nuevo Testamento de Tyndale podía ser y sería impreso en grandes cantidades, que luego pasarían de contrabando a Inglaterra escondidas en fardos de telas, pronto acompañadas también por su Parábola del malvado Mammón, una defensa de la justificación solamente por medio de la fe. Más importante aún, el Nuevo Testamento de Tyndale era una joya de traducción. Riguroso y de gran belleza, era una obra apasionante.
Finalmente, la ira de la iglesia se volcó en Tyndale, pero no antes de que hubiera conseguido terminar de traducir una gran parte del Antiguo Testamento, y de que unas dieciséis mil copias de su Biblia fueran introducidas secretamente en Inglaterra, una gran hazaña si se tiene en cuenta que la población de Inglaterra por aquel entonces era de unos dos millones y medio de personas, la gran mayoría de las cuales era analfabeta. Tyndale fue finalmente capturado en 1535 y estrangulado y quemado oficialmente cerca de Bruselas en octubre. Sus inmortales últimas palabras fueron “¡Señor, abre los ojos del rey de Inglaterra!”.
Ese “rey de Inglaterra” era Enrique VIII, un gobernador cuyo odio hacia Lutero no había hecho sino profundizar con el paso de los años, cuando el reformador se opuso a que se anulara su matrimonio. De hecho, por su resistencia a Lutero el Papa le había premiado con el título de “Defensor de la fe”. Enrique VIII no era precisamente la esperanza más brillante de la Reforma y, sin embargo, tan solo dos años después de que Tyndale muriera pronunciando aquella oración, se decretó que hubiera una Biblia en inglés en cada iglesia del país. En 1538 el rey ordenó que “no debe disuadirse a ningún hombre a no leer o escuchar la Biblia, sino que debe provocarse, animarse y exhortarse expresamente a toda persona a leer la muy viva palabra de Dios” [6].
En la catedral de San Pablo se colocaron seis Biblias inglesas, e inmediatamente la muchedumbre se apretujó alrededor de quienes podía leer en voz lo suficientemente alta como para ser oídos. El entusiasmo era tan grande que los sacerdotes se quejaban de que los legos se leían la Biblia en voz alta unos a otros incluso durante el sermón. La lectura privada de la Biblia se convirtió en una característica muy extendida de la vida cotidiana, puesto que incluso los analfabetos aprendían a leer para conseguir acceso inmediato a “la muy viva palabra de Dios”.
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Notas:
4. Martín Lutero, Luther’s Works, Vol. 32: Career of the Reformer II [Las obras de Lutero, vol. 32: La Carrera del reformador II], (ed. Jaroslav van Pelikan, Hilton C. Oswald y Helmut T. Lehmann, Philadelphia: Fortress Press, 1999), 112-113.
5. William Tyndale, “The Preface of Master William Tyndale, That He made Before the Five Books of Moses, Called Genesis”, en The Works of William Tyndale [El prefacio del maestro William Tyndale, que escribió antes de los cinco libros de Moisés llamados Génesis, en Las obras de William Tyndale], (1848, repr., Edimburg: Banner of Trhuth, 2010), 394.
6. Segunda Orden Real de Enrique VIII, artículo 3.
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