
Jesús ante la ansiedad
Josep Araguàs
El tema de la ansiedad es de tanta actualidad, que parece como si Jesús hubiera pronunciado hoy mismo estas palabras. Como personas que vivimos en el siglo XXI, quien más quien menos, nos hallamos inmersos en una lucha para que la ansiedad no nos deteriore. Por ello, las palabras de Jesús –que además son un mandamiento- a fin de que no nos preocupemos ni vivamos en ansiedad, son todo un reto.
La ansiedad, como vamos a analizar, es un tema realmente complejo y que incluye varias disciplinas del saber científico. Podemos adelantar que probablemente Jesús se refería en este texto a “la ansiedad existencial”, a esa preocupación excesiva por nuestra vida. De hecho, ésta es la ansiedad-matriz a partir de la cual se generan muchas de nuestras ansiedades secundarias. Ya sea porque no acabamos de encontrar el sentido a nuestra existencia o porque otras muchas cosas de la vida acaban convirtiéndose en preocupaciones primarias, nuestro bienestar queda turbado. Las repercusiones de tales ansiedades tanto primarias o secundarias se traducen en síntomas físicos, emocionales o psicosomáticos.
La ansiedad, desde un punto de vista psicológico, ha venido a ser la causa directa o indirecta que está detrás de muchas consultas médicas, psicológicas o psiquiátricas. Está siendo sin duda la primera causa de consulta en la sociedad moderna. Como generación, hemos intentado dar respuesta a varios niveles:
a) Desde una perspectiva organicista, se ha considerado la ansiedad como una descompensación química que debía regularse con la administración de fármacos. Para ello se han elaborado medicaciones capaces de relajar nuestro sistema nervioso, ayudarnos a descansar mejor por las noches y evitar el colapso. No estoy en absoluto en contra de tales medicaciones que están aliviando a millones de personas, pero sería quedarnos cortos de miras en la consideración del tema si sólo lo reducimos a una mera descompensación química de nuestro organismo.
b) Socialmente se están ofertando toda una serie de opciones que consisten básicamente en prestar atención al cuerpo. Desde el ejercicio físico, el deporte, el masaje, el balneario con aguas termales, los balnearios urbanos, los aparatos de relax, etc.
Por supuesto, el uso y el cuidado del cuerpo resultan esenciales para un buen funcionamiento de nuestro ser, pero de nuevo nos quedamos limitados en nuestro tratamiento.
c) Más peligroso que lo anterior resulta la proliferación de “nuevas adicciones”. Muchas veces, de forma totalmente inconsciente (al menos al principio), ante la presión con la que la gente está viviendo, se buscan “islas” o “escapes” que se basan en una nueva forma de relación con los objetos o actividades. Por ejemplo, si la persona antes comía por necesidad, ahora lo hace por placer y esto repetido de forma compulsiva lleva a una adicción que la acaba por esclavizar.
Tenemos adictos a la comida, a la compra, al sexo, al juego, al trabajo y a las nuevas tecnologías (teléfono, televisor, ordenador).
Mención aparte, pero dentro del mismo apartado escapista-adictivo, hay que hacerle al uso de las drogas –incluyo tabaco y alcohol-, que ha pasado de ser algo exclusivo o elitista en cuanto al número de usuarios, a un consumo masivo e indiscriminado. Hay cada vez más adictos poli-tóxicos (más de un tóxico) y drogas tan variadas que ni siquiera los investigadores conocen toda la variedad de productos.
d) La preocupación por el futuro, ese futuro que nos parece tanto incierto como frágil ante tantos males que nos afligen (guerras, destrucción nuclear, armas químicas, terrorismo). Las ganas de saber el futuro han hecho que haya proliferado toda una pléyade de charlatanes que se especializan en predecir el futuro y hacer conjuros para que este sea mejor. De forma ingenua, muchas personas -abarcando diferentes segmentos sociales- se han entregado a estas prácticas que pasan por normales, e incluso reclaman un lugar dentro de la ciencia o de la espiritualidad. Esto conecta con el deseo profundo de saber qué será de nosotros.
e) Pero no sólo nuestros cuerpos o nuestras emociones se ven afectadas por la ansiedad, sino incluso nuestras relaciones interpersonales. Tenemos muchas relaciones, pero pocas de ellas son profundas. Dentro de las relaciones de pareja estamos asistiendo cada vez más a problemáticas de celos patológicos, de dependencia emocional, de maltrato y de infidelidad. También a nivel familiar las relaciones con los hijos se están viendo afectadas por el ritmo de vida en el cual estamos inmersos, el tiempo insuficiente y la hiperactividad social en el que ellos mismos viven.
Tenemos un sentimiento crónico de vacío, vivimos bajo una fuerte presión, con insatisfacción constante…
Tres puntos me gustaría compartir a continuación. Uno es una breve reflexión respecto a la ansiedad como condición humana. El segundo punto tendría que ver con el texto que hemos leído y la forma con la que Jesús confronta la ansiedad. Y el tercer punto está relacionado con considerar la invitación personal inmediata de buscar el reino de Dios en primer lugar en nuestras vidas.
1. La ansiedad como condición humana
La ansiedad es una experiencia profundamente humana, es una vivencia de preocupación y de tensión ante aquello que nos resulta incierto, desconocido y amenazador.
A nivel neurológico, la ansiedad produce en nosotros un estado de excitación y de intranquilidad que puede provocar síntomas muy variados. Dado que el sistema nervioso recorre todo el cuerpo, puede tensar músculos y comprimir órganos muy variados. Entre los síntomas más frecuentes estarían las palpitaciones y taquicardias en el corazón. A nivel digestivo, puede haber nauseas, “nudos en el estómago”, vómitos, úlceras o irritación del intestino. La sequedad de boca, sudor excesivo, enrojecimiento de la cara, o migrañas son otros síntomas frecuentes.
Desde un punto de vista clínico, la ansiedad puede avanzar en forma de un proceso o de crisis. Si este proceso lo llevamos desde la infancia, nuestro “yo” se desarrolla ligado a la ansiedad, con lo cual cuando llegamos a adultos vivimos instalados en una “neurosis de ansiedad”. Pero lo más probable es que avance en forma de crisis más o menos soportables hasta que cursamos una “crisis de ansiedad” o “ataque de pánico”. Puede ocurrir en este último caso que la ansiedad acumulada sea tan grande que incluso estando en reposo o de vacaciones, la ansiedad salga como un geiser y se dispare. La sensación de malestar es tan fuerte que nos puede parecer que la muerte es algo inminente porque en realidad ha habido una excitación muy rápida de nuestro sistema nervioso.
La ansiedad tiene un efecto paralizante y bloqueador en nuestras vidas. Nos hace perder la concentración, la capacidad de disfrutar y a menudo el sólo recuerdo de que se pueda repetir la crisis aguda nos crea pavor.
Desde una perspectiva psico-social, el pasado siglo XX fue denominado como “la Era de la Ansiedad”, aunque me temo que el presente siglo XXI todavía merecerá con mayor propiedad esa designación. Nunca antes en la historia humana habíamos sido tan conscientes de nuestra capacidad de autodestrucción como lo somos desde 1945. Al inventar el hombre el poder nuclear sabemos que somos capaces de autodestruir este planeta en cuestión de minutos. En los últimos años ya hay que añadir a las armas convencionales las nucleares, las químicas y las bacteriológicas.
Desde un punto de vista científico-médico nunca antes la humanidad había sido tan capaz de predecir y diagnosticar algunas enfermedades de nuestro cuerpo con tanta precisión, pero nunca como ahora habíamos sido tan conscientes de lo difícil que nos resulta el poder controlarlas.
La comunicación vía satélite nos acerca casi al instante noticias, eventos, guerras y catástrofes que se producen en cualquier parte del planeta. Es información que sin tal comunicación nos hubiese resultado desconocida. Sin embargo, se genera en nosotros un almacenamiento de noticias que casi nunca se corresponde con un nivel de implicación personal.
La velocidad de los cambios y la cantidad de información a procesar es tal, que nos resulta muy difícil la adaptación. De hecho estamos en una adaptación constante para no quedar desfasados. Nuestros periódicos o nuestros servidores de Internet vierten mucha más información de la que nuestro cerebro puede procesar de forma sana.
A todos estos cambios que se han producido tanto en la medicina como en la situación política y en el progreso tecnológico hay que añadir también la implantación de ciertos valores en Occidente. Valores tales como el éxito, la competitividad, el individualismo o la lucha por el poder que han sido asumidos de forma colectiva y han permeado todas las esferas de la experiencia humana: familia, enseñanza, trabajo…. A menudo la persona se ve aislada, sin amigos, sin relaciones de confianza, sin relaciones donde mostrarse transparente.
Así pues, la Era de la Ansiedad, difícil de asumir, complicada en cuanto a nuestra adaptación, nos ha hecho conscientes de nuestra posibilidad de destruirnos física y psicológicamente.
Ante tanta ansiedad, ¿qué hacer para poder sobrevivir de forma sana?
La psicología ha tratado abundantemente el tema de “los mecanismos de defensa”: aquellas estrategias que elabora nuestra mente –a menudo de forma inconsciente y automática- para no desintegrarnos ante el impacto de la ansiedad. Estos mecanismos de supervivencia, si bien permiten un cierto alivio o desvío de la ansiedad, en su mayor parte son desadaptativos, es decir, que no contribuyen al crecimiento de la persona. Estos son por ejemplo la disociación, el comportamiento impulsivo (acting-out), la negación, la racionalización, etc.
Ahora bien, como antes expresaba, Jesús, en este texto, no está hablando de la ansiedad clínica sino que está hablando de la “ansiedad existencial”. Aquella ansiedad que es inherente a todos los seres humanos, ansiedad que experimentamos porque el hombre es el único ser capaz de entender aquello que le amenaza, capaz de reflexionar sobre su propia existencia y al mismo tiempo ser consciente de su finitud y de sus límites. Palabras fuertes pero tremendamente reales resultan las del filósofo alemán Martín Heidegger: “el conocimiento de que tenemos que morir es la música de fondo que suena débilmente durante todas nuestras vidas. A veces podemos apagar el volumen, pero en otras ocasiones, el volumen se eleva y no podemos dejar de ignorarlo”.
Pero no sólo nuestra temporalidad y finitud nos crea ansiedad sino, a un nivel más íntimo, “la posibilidad de rechazo o no aceptación”. Este es un valioso argumento freudiano acerca de la ansiedad en relación con la posibilidad de rechazo por parte de nuestros padres que a mí me gustaría extrapolar a la relación que, como criaturas, tenemos con nuestro Padre-Dios. El rechazo nos crea un dolor, no es un dolor físico, sino un dolor muy interno, muy profundo, debido a la falta de amor.
Delante de la infinidad de Dios, el hombre es consciente de su propia finitud, de que un día terminará dejando muchas cosas pendientes de realización. Delante de la eternidad de Dios, el hombre se da cuenta de su temporalidad. Pero también delante de la santidad de Dios y sus demandas de justicia, se suscita una enorme ansiedad derivada de nuestra propia incapacidad para obrar el bien. Y nos preguntamos no sin cierta razón, ¿me aceptará Dios?, ¿cómo podré salvar la distancia entre Él y yo? De hecho, esta “sana ansiedad” es un prerrequisito para poder llegar a entender el Evangelio de Jesucristo, que se basa en la gracia y en un amor incondicional más que en nuestros propios recursos.
Según el teólogo y psicoterapeuta Paul Tillich: “esta ansiedad existencial, este darnos cuenta delante de Dios de nuestra existencia, de hecho es la fuente de todas las otras ansiedades”.
Sin duda hay una relación entre la ansiedad clínica y la ansiedad existencial, de tal forma que los psicólogos y médicos podemos presenciar la ansiedad como síntoma, pero no tenemos el remedio definitivo para la ansiedad, que se deriva de un encuentro personal con Dios.
Por lo tanto, la solución al impacto de la ansiedad no consiste en negarla ni eludirla, sino en afrontarla. Sabias son a este respecto las palabras de Soren Kierkegaard, que nos invita a considerar a “la ansiedad como un buen maestro que nos guía a lo largo de la vida”.
Analicemos, por lo tanto, nuestras ansiedades en profundidad y dejémonos guiar a fin de experimentar ese crecimiento que nos libera del bloqueo y las limitaciones.
2. La forma en la que Jesús confronta la ansiedad (análisis del texto bíblico)
En segundo lugar, la forma en la que Jesús confronta la ansiedad en el texto considerado es muy hermosa porque denota que Jesús conoce profundamente la naturaleza humana y, por tanto, nuestra tendencia a la ansiedad. Su enseñanza está tan llena de sabiduría como de compasión. Por nuestra condición de fragilidad conoce que las pequeñas cosas de la vida nos desestabilizan fácilmente, como dicen las Escrituras: “las zorras pequeñas echan a perder las viñas” (Cantares 2:15).
Jesús asume que existen toda una serie de necesidades relacionadas con la vida. Ya se trate de necesidades vinculadas a nuestro cuerpo: comida, vestido, vivienda, o necesidades de signo emocional: sentirnos amados, protegidos o aceptados. La Biblia nunca está en contra de la responsabilidad y de la preocupación que emana de procurar que no nos falte lo esencial. Proveer y trabajar es loado en las Escrituras y es visto como algo lícito. Pero Jesús no quiere ni siquiera que esta sana ansiedad domine nuestro ser y, de hecho, nos lo prohíbe.
Jesús propone poner el mañana en manos de Dios. De hecho, esta actitud de confianza es la que nos libera de la ansiedad. Por el contrario, el querer asegurar el mañana nos presiona, nos inquieta y no nos deja ni disfrutar del hoy. Si repasamos nuestra vida, veremos que muchas de las preocupaciones que alguna vez nos hemos imaginado nunca nos han ocurrido, pero nuestra mente ha sido capaz de imaginarlas y vivirlas con ansiedad. La gran respuesta a la ansiedad humana -dirá Jesús- es aceptar la soberanía de Dios sobre todo aquello creado. Dietrich Bonhoeffer afirmaba de forma solemne: “sólo Dios puede preocuparse porque él es quien gobierna al mundo y si tú y yo nos preocupamos nos ponemos en el lugar de Dios”.
Como hermosa ilustración de su enseñanza, Jesús hace que los discípulos consideren dos criaturas ínfimas, muy pequeñas: los pajaritos y las flores del campo. Los pajaritos eran unas criaturas muy poco apreciadas y supongo que los judíos debían hacer como algunos de nuestros ancestros, se los comían. En cuanto a las flores a las cuales Jesús se refiere, constituían el combustible para encender el horno, es decir, la gente en Palestina cogía aquella hierba, la cortaba y la usaba para encender la llama, colocando más tarde el carbón. Y Jesús viene a decir: si esas dos cositas tan insignificantes, que son y no son, tienen tanta hermosura, ¿qué no hará Dios por ti, que tienes eternidad en tu corazón?; Sin duda tendríamos que aprender a reflexionar cuántas cosas pequeñas nos hablan diariamente de esta belleza y cuidado de Dios.
Jesús dice que Dios cuida constantemente de aquello que Él mismo ha creado. Por tanto, si Dios nos ha dado la vida también nos dará todo lo que necesitamos para sostenerla. El saber que estamos en sus manos y en sus propósitos nos proporciona una serenidad profunda. Este Dios soberano es, además -según Jesús en el versículo 32- “vuestro Padre celestial”. Esta expresión tan hermosa que sólo aparece en el evangelio de Mateo es muy profunda. De hecho Jesús está estableciendo una comparación con los paganos. Éstos también tenían sus dioses a los cuales asimismo se les llamaba “padres”. Zeus era el padre de todos los griegos, Júpiter era el padre de todos los romanos y los pueblos cananeos tenían también sus baales (es decir, señores). Así Jesús establece que Dios es ese Padre, no sólo todopoderoso, sino al mismo tiempo amante, cercano y proveedor, que conoce en profundidad todo aquello que necesitamos.
3. La búsqueda del reino de Dios
Por ello, y en tercer lugar, en el versículo 33 Jesús nos invita participar del reino de Dios: “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia y todas estas cosas os serán añadidas”. Decimos muchas veces que un árbol nos tapa el bosque, y resulta cierto. Muchas veces, la ansiedad de la vida no nos deja ver el reino de Dios. Jesús nos invita a considerar primeramente el Reino de Dios, ese nuevo orden que desciende del cielo y de ese Dios infinito, eterno y compasivo que estábamos considerando. Ese reino que, por tanto, trasciende la historia de la humanidad. Si bien tiene lugar dentro de esta historia, sobretodo tiene lugar dentro la historia personal del ser humano, provocando la liberación de toda ansiedad.
Si se tratase de un reino humano estaríamos hablando de un proyecto utópico y temporal, pero al tratarse del reino de Dios, lleva en sí las marcas de certeza y eternidad. Se trata del reino de un Dios soberano que ha creado la historia, que la sostiene y la conduce hacia su culminación. Se trata de un reino aparentemente pequeño, “semejante a un grano de mostaza… el cual aunque es la más pequeña de todas las semillas, cuando ha crecido, es la mayor de todas las hortalizas, y se hace un árbol” (Mt.13:31-32). Y a la verdad debemos admitir nuestra pequeñez e insignificancia en el presente, a la luz de la grandeza y pompa de los reinos humanos. Pero también es cierto que el reino de Dios lleva siglos creciendo, que sus súbditos se cuentan por millones y millones, y que en su manifestación todos los demás reinos se mostrarán realmente intrascendentes y minúsculos.
También decía Jesús que: “el reino de Dios es como una red, que echada en el mar recoge de toda clase de peces” (Mt. 13:47). Gracias a Dios por la inclusividad de “toda clase”, ya que ninguno es excluido ni por su color de piel, ni por su género, ni por su falta de bienes, ni por su incapacidad.
El Reino de Dios es asimismo “como aquella perla de gran valor que un comerciante encuentra, y entonces va y vende todo aquello que tiene y la compra” (Mt. 13:46). Y de esta forma Jesús nos enseña a priorizar, ya que a la luz del Reino todo lo demás es secundario. El Reino de Dios es lo primero que debemos buscar porque si Dios nos ha dado a Cristo -de hecho nos lo ha dado todo- lo que falta nos lo dará añadido. Ante semejante dádiva sólo podemos responder con una aceptación gozosa.
Quisiera añadir también que hay otra concepción de la expresión “buscad primero” que se acercaría al significado de “buscad continuamente” el reino de Dios. Esto resulta muy estimulante para todos aquellos que, siendo creyentes, debemos estimularnos a buscar el Reino de Dios en medio de nuestro peregrinaje y hacer que este reino avance dentro de nosotros, de nuestras vidas, de nuestros matrimonios, de nuestras familias, de nuestra iglesia, de nuestra profesión, etc. Que el Reino de Dios sea imparable en ti y en mí y vaya conquistando todas aquellas áreas donde aún nos estamos resistiendo hasta alcanzar la consumación del tiempo y la segunda venida de aquel que es el legítimo Rey de Reyes y Señor de señores.
Hagamos pues que esta búsqueda prioritaria e incesante del reino de Dios ilumine todas nuestras ansiedades y las sitúe en la perspectiva que les corresponde. No estoy pensando en una fórmula simple la cual aplicamos de forma automática, sino de una actitud profunda, propia de haber encontrado los tesoros del reino, a partir de la cual analizamos nuestra realidad. No es seguro que toda nuestra ansiedad se vaya a desvanecer rápidamente pero sin duda experimentaremos unos efectos menos devastadores.
Había un hombre, el apóstol Pedro, que siguió a Jesús gran parte de su vida. Era un hombre como tú o como yo, probablemente muy ansioso e impetuoso (Mt.22:33), que miraba la realidad de forma muy horizontal (Mt.16:22-23), acostumbrado a ser señor de sus actos (Jn. 21:18) pero capaz de escribir unos años antes de ser llamado por el Señor: “echad toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros” (1 Pedro 5:7). Desde su experiencia de peregrino, miró su vida en perspectiva y reconoció que habiendo experimentado muchas ansiedades, Dios había tenido cuidado de cada una de ellas.
En último lugar, Jesús añade en el versículo 34 que nuestra sociedad estresada y estresante vive “en la preocupación del día de mañana” cuando realmente, el mañana, como hemos considerado anteriormente, ni nos pertenece ni lo podemos controlar. Generación afanada en la búsqueda ansiosa de tantas cosas, cosas que van a perecer y muchas veces cosas que no van a merecer el esfuerzo y la energía que les hemos dedicado. Ojalá que en lugar de vivir como paganos podamos vivir como hijos del Reino, con una presencia no-ansiosa en medio de nuestra generación, porque aquello que era de gran valor ya lo hemos obtenido y con respecto al resto de cosas que necesitamos en nuestro viaje, tengamos por cierto que un día, cuando estemos en su presencia y se nos pregunte si carecimos de algo, responderemos con rotundidad: “Nada” (Lc. 22:35).
© 2009 «Josep Araguàs», Básicos Andamio
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