
Jesús ante la soledad (I)
Higinio Cortés
Hace algún tiempo, en El Madrigal, durante el partido Villarreal-Barcelona entrevistaron a un “avi” de Terrassa que, vestido de “pages” acompaña al Barça en sus desplazamientos (un abuelo vestido con el traje típico regional catalán). El locutor, Josep Ma Puyal no salía de su asombro al oír la respuesta: “El Barça es mi vida”. “Estoy sólo, las únicas alegrías que encuentro están ahí, el Barça es mi salvación, es lo único que me queda en la vida”.
En el diario La Vanguardia del 19.4.99, se presentaba mediante entrevista el nuevo disco del conjunto “Els Pets”. Se presentaba bajo el anuncio de 12 formas de estar solo, y se apuntaba que sus textos “no dan una visión de la vida muy bonita. La experiencia te va quitando optimismo a cucharadas. Cuanto más vives y más bofetadas te da la cotidianeidad más te desengañas”. Y ahí entra la soledad “como una manera de afrontar las cosas”. Soledad como la del mundo rural -su mundo- que contraponen “al vértigo de la vida moderna, que te obliga a ir a una velocidad excesiva: en este sentido, reivindicamos el estilo de las comarcas, más reposado”, Soledad, aún, como la que ellos mismos perciben en lo relativo a asuntos cómo la justicia, la lengua, el país. Los intelectuales se nos van muriendo y no vemos que exista un relevo generacional».
Estas personas, como muchas otras, tienen algo en común: aunque algunas viven solas y otras viven en familia, cada una sufre de la dolencia psíquica más extendida y común en nuestro tiempo: la soledad. Cada una de ellas se siente sola en una forma distinta. Pero todas ellas se sienten solas. La soledad tiene que ser vencida, porque, como un enemigo silencioso, corroe y socava nuestra vida emocional.
PUNTOS BÁSICOS AL CONSIDERAR LA SOLEDAD
Hay unos pocos puntos básicos que es necesario subrayar desde el principio. Primero que la soledad es común. Todo el mundo la experimenta. Con todo, la gente raramente habla de ella, pues, como la muerte, es un tema tabú. El admitir que uno se siente solo ya es mostrarse vulnerable; lleva consigo una especie de estigma. Además, a los otros no les gusta codearse con uno que se considera solitario. La soledad engendra vibraciones deprimentes, negativas, y la vida ya ofrece bastantes a todos; y los otros no necesitan las que tú proyectas. La soledad puede hallarse por todas partes. Nos visita a todos, como la muerte, a pesar de nuestros frenéticos esfuerzos por mantenerla a distancia, entre otras formas, no hablando de ella. Pero no hay modo de evitarla. Lo que sí se puede hacer es vencerla.
Además, y en sentido estricto, todos estamos radicalmente solos. Nacemos en la soledad. Nuestra vida interior -nuestro pensar y sentir- se realiza a solas, como lo prueba el que nadie pueda saber lo que transcurre por tu cerebro, lo que piensas o lo que sientes, excepto en una fracción pequeña de ello, y esto es así a pesar de lo hábiles que seamos en comunicarlo o lo agudos que sean los demás en captarlo. En este sentido todos somos extraños el uno al otro. Y, naturalmente, cuando morimos, lo hacemos a solas.
Finalmente, el estar a solas no es sinónimo de sentirse solo. En muchas ocasiones habrás estado a solas porque así lo querías. En estos momentos no sentías dolor alguno, ni aislamiento. De hecho, tenías la sensación de sosiego y paz. Estabas en comunión contigo mismo y quizá con Dios. Este tipo de estar solo es muy diferente de la soledad, puede incluso ayudarte a derrotar el sentimiento de soledad.
Al contrario, sin duda, de otras ocasiones en que, aunque estabas en compañía de otros, te sentías solo. Es posible, incluso, que los otros te estuvieran hablando; pero tú te sentías aislado, aparte, con un sentimiento deprimente de vacío.
¿QUIÉN SE SIENTE SOLO?
Se puede definir la soledad como un sentimiento de aislamiento, alienación, extrañamiento, un verse distanciado y separado de los demás. Es el problema del que más se queja la gente hoy en día (y no utilizamos aquí la palabra «quejar» en el sentido negativo). Todo terapeuta o consejero pondría la soledad a la cabeza de la lista de las preocupaciones expresadas por sus clientes o pacientes.
La soledad no hace acepción de personas. De ella se sufre sin diferencias de clase social, y recursos económicos dispares. La sufren hombres sin distinción de sexo o color. Gente de carrera y obreros. Todos ellos buscan vencer su soledad.
Para darse cuenta de lo general que es la soledad, consideremos todas las personas que pueden sentirse solas: el adolescente que se ha enamorado, pero no ve su amor correspondido; el estudiante que acaba de llegar a la universidad (el promedio elevado de suicidios entre estudiantes es prueba de su soledad); la persona de mediana edad que echa de menos algo en la vida y se va haciendo cargo paulatinamente de que el curso de la misma tiene un límite infranqueable; el anciano arrojado a la periferia de la sociedad, en espera de la muerte; el casado o casada que tiene una relación de afecto superficial y rutinario hacia su cónyuge, pero que vive en realidad aislado emocionalmente; los padres que ven el último hijo que les quedaba abandonar el hogar para poder seguir el curso de su propia vida; la madre soltera cuyo horizonte queda limitado por el cuidado del niño 24 horas al día; el divorciado o divorciada, que arrastra el sentimiento de culpa por haber destrozado un matrimonio o por haber sido rechazado por el que se marchó; el viudo o viuda, que ha visto como le arrancaban una parte de su vida; el soltero o soltera contra su voluntad, que ha suspirado toda la vida por afecto e intimidad; la persona atractiva, que se mueve en los círculos sociales, pero sin contacto alguno que penetre debajo la superficie; el chico o chica poco agraciados, que no tienen atractivo entre los de su generación; el que vive dependiendo de otros en exceso, sin darse cuenta de que los asfixia; el hombre de negocios, con un horario vertiginoso, rodeado de teléfonos y empleados, entrando y saliendo de reuniones de juntas y comités, pero que sabe que en medio del bullicio nadie tiene el menor interés en él como persona; el hombre de carrera que ha fracasado y con el que nadie quiere asociarse; el hospitalizado a quien no visita nadie; el enfermo que ya ha sido desahuciado, cuya compañía recuerda a los demás que ellos seguirán el mismo camino; el que lucha por una causa a la que se ha entregado de todo corazón, pero lo hace solo; el pastor que escucha problemas de los miembros todo el día, pero que por dentro se siente incomprendido; el potentado que tiene todo lo que puede apetecer, pero tiembla al pensar en la muerte -la soledad definitiva- porque en su vida Dios no existe; el creyente que trabaja todo el día en un ambiente ordinario, ajeno, cuando no hostil, a sus creencias, entre gente que le rechaza y se mofa de él.
Y es probable que tú también te sientas solo.
No hay nadie que no haya probado el sabor de la soledad. No sólo se halla por todas partes, sino que hoy es más común que en el pasado. ¿Por qué? Debido a la gran variedad de fuerzas sociales en la sociedad de nuestros días que la intensifican.
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