Jesús ante la soledad (III)

Higinio Cortés

QUÉ HAY QUE HACER

El primer paso que hay que dar para vencer la soledad es darnos cuenta de que tenemos compañía abundante. No somos los únicos que nos sentimos solos en nuestros problemas. Como ya hemos dicho, es seguramente la dolencia psíquica más extendida de nuestro tiempo. En todas partes hay personas que se sienten solas. Nunca vas a encontrar a una sola persona que no se haya sentido sola alguna vez.

 

Después que hayamos logrado hacernos a la idea de lo corriente que es la soledad, estaremos listos para dar el segundo paso: aceptar el hecho, su realidad. Lo mejor es admitirlo: a veces te sientes solo. Es preciso enfrentarse con el hecho, y no nos vamos a morir por aceptarlo. Es más, cuanto menos intentemos rechazarlo o negarlo, tanto más fácil nos resultará vencer la soledad.

 

Es posible que la soledad no resulte más grata que tener que madrugar todas las mañanas pero es un hecho: existe. Es parte de nuestra vida, es algo que está aquí, presente. Una vez aceptamos la soledad como algo natural (no como una sensación agradable, pero sí como una realidad que ya no tememos) hemos dado el paso decisivo y crucial.

 

Examinarnos para hacer un diagnóstico previo disminuirá la ansiedad y confusión que podamos experimentar.

¿QUÉ NOS DICE LA ESCRITURA?

En la Escritura encontramos grandes modelos de la soledad con los cuales podemos identificarnos: Cristo, Pablo, Elías, David, María y Rut, entre otros que experimentaron una profunda soledad.

 

Deberíamos fijarnos en estos ejemplos de la Biblia intentando precisar el tipo de soledad que padecieron y cómo enfocaron el problema. Esto puede ayudar a encontrar maneras para sobreponerse a la soledad. Pero lo más importante es que, al darte cuenta de lo antigua e inevitable que es esta condición, veas que tienes personas con las cuales te puedes identificar a quienes Dios ayudó, y eso te permitirá sentirte más cerca de Él, así como asegurarte de que conoce lo que es el dolor causado por la soledad.

 

¿Nos hemos preguntado por qué, tras las bodas de Canaan y la purificación del templo, aparecen tres pasajes sobre circunstancias en soledad? Nicodemo, la samaritana y el paralítico en el estanque,

 

“Y había un hombre de los fariseos que se llamaba Nicodemo, un gobernante de los judíos. Este vino a Jesús de noche y le dijo: –Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, a menos que Dios esté con Él”. Juan 3:1-2

 

“…dejó Judea y se fue otra vez a Galilea. Le era necesario pasar por Samaria; así que llegó a una ciudad de Samaria llamada Sicar, cerca del campo que Jacob había dado a su hijo José. Estaba allí el pozo de Jacob. Entonces Jesús, cansado del camino, estaba sentado junto al pozo. Era como la hora sexta. Vino una mujer de Samaria para sacar agua, y Jesús le dijo: –Dame de beber”. Juan 4: 3-7

 

“Se encontraba allí cierto hombre que había estado enfermo durante treinta y ocho años. Cuando Jesús lo vio tendido y supo que ya había pasado tanto tiempo así, le preguntó: –¿Quieres ser sano? Le respondió el enfermo:

 

–Señor, no tengo a nadie que me meta en el estanque cuando el agua es agitada; y mientras me muevo yo, otro desciende antes que yo”. Juan 5: 5

 

Uno se ampara en la soledad de la noche, otra busca la soledad del tórrido mediodía y el tercero se halla inmerso en una permanente soledad entre la multitud.

Podríamos relacionar cada uno con los distintos tipos de soledad, soledad que, a la luz de la creación “no es buena” “No es bueno que el hombre esté solo” Gen 2:18, y tras la caída, la soledad fruto de la alienación de Dios se ha mantenido.

 

Se ha relacionado con la impureza, “Todo el tiempo que tenga la llaga, quedará impuro. Siendo impuro, habitará solo, y su morada estará fuera del campamento”. Lev 13:46, e incluso con las luchas personales Jacob se quedó solo, y un hombre luchó con Él hasta que rayaba el alba. Gén 32:24

 

Job 7:13-19 Muestra la dimensión terrible de la soledad del justo en plena crisis: “Cuando digo: “Mi cama me consolará, mi lecho aliviará mis quejas”, entonces me aterras con sueños y me turbas con visiones. Y así mi alma prefiere la asfixia y la muerte, antes que estos mis huesos. ¡Me deshago! No he de vivir para siempre. ¡Déjame, pues mis días son vanidad! ¿Qué es el hombre, para que lo engrandezcas y para que te preocupes de Él; para que lo visites cada mañana, y para que a cada instante lo pongas a prueba? ¿Hasta cuándo no dejarás de observarme, ni me soltarás para que siquiera trague mi saliva?”

 

En el salmo 25 se tiene conocimiento de un lamento enternecedor: “Mírame y ten misericordia de mí, porque estoy solitario y afligido. Las angustias de mi corazón se han aumentado; sácame de mis congojas. Mira mi aflicción y mis afanes; perdona todos mis pecados. Mira cómo se han multiplicado mis enemigos, y con odio violento me aborrecen. Guarda mi alma y líbrame; no sea yo avergonzado, porque en ti me he refugiado. La integridad y la rectitud me guarden, porque en ti he esperado”. Sal 25:16-21

 

Se insiste en la conveniencia de la compañía con variadas figuras “Mejor dos que uno solo, pues tienen mejor recompensa por su trabajo. Porque si caen, el uno levantará a su compañero. Pero, ¡ay del que cae cuando no hay otro que lo levante! También si dos duermen juntos, se abrigarán mutuamente. Pero, ¿cómo se abrigará uno solo?” Ecle 4: 9-11

 

Incluso se ilustra el drama de la soledad urbana “¡Cómo está sentada solitaria la ciudad populosa! Se ha vuelto como viuda la grande entre las naciones. La señora de las provincias ha sido hecha tributaria. Amargamente llora en la noche; sus lágrimas están en sus mejillas. No hay quien la consuele entre todos sus amantes. Todos sus amigos la traicionaron; se le volvieron enemigos”. Lamentaciones 1:1-2

 

El hombre, criatura de Dios, “a su imagen y semejanza” sigue tutelado por su creador, en ningún momento ha sufrido su abandono. Ni tras la caída, ni tras sus múltiples infidelidades.

 

“Te doy gracias, porque has hecho maravillas. Maravillosas son tus obras, y mi alma lo sabe muy bien. No fueron encubiertos de ti mis huesos, a pesar de que fui hecho en lo oculto y entretejido en lo profundo de la tierra. Tus ojos vieron mi embrión, y en tu libro estaba escrito todo aquello que a su tiempo fue formado, sin faltar nada de ello”. Sal 139:14-16

 

En la providencia de Dios llegan los días de la Redención salvadora, y Cristo, el que «vino a buscar y a salvar lo que se había perdido», (Mt.18:11) el Hijo del Hombre, está en la Cruz y su sentimiento predominante, más intenso que su sufrimiento físico, es… ¡LA SOLEDAD! «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» (Mt.27:46). Era el efecto del pecado de la raza en el Redentor.

 

El pecado en el ser humano es no reconocer al Dios que ha creado al ser humano.

El hombre caído, sin el vínculo de origen, en el que no cree, transita separado, sin que les una un destino. No saben a dónde van, porque no reconocen de dónde vienen. El «yo» que no reconoce al Dios que lo ha creado, tampoco conoce al «tú» que también lo ha creado Dios. Esta soledad es derivada de aquélla.

 

Hay que volver a la compañía de Dios, mediante el conocimiento de Dios, hasta la afirmación de la fe. Hay que escapar del delirio ególatra que no pronuncia el «tú», hacia la recuperación, mediante Cristo, de nuestra auténtica personalidad, orientada en la fe de lo que Dios nos ha hecho SER, orientada en la esperanza de nuestro destino eterno, y en el amor que nos ha dado, hacia la comunión y la solidaridad por su gracia y su misericordia.

 

Tal vez, en esta época en que los avances científicos generan no pocos problemas éticos y por tanto ansiedad y tensión, cobran especial relevancia las palabras de Jesús:

 

“Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen. Yo les doy vida eterna, y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las ha dado, es mayor que todos; y nadie las puede arrebatar de las manos del Padre. Yo y el Padre una cosa somos”. Juan 10: 27-30 (Jesús está proclamando su deidad y es de notar la reacción del auditorio).

Como muestra palpable de que no estamos solos, añade más adelante:

 

“No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios; creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay. De otra manera, os lo hubiera dicho. Voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si voy y os preparo lugar, vendré otra vez y os tomaré conmigo; para que donde yo esté, vosotros también estéis. Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino. Le dijo Tomás: –Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo podemos saber el camino? Jesús le dijo: –Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. Si me habéis conocido a mí, también conoceréis a mi Padre; y desde ahora le conocéis y le habéis visto. Le dijo Felipe: –Señor, muéstranos el Padre, y nos basta. Jesús le dijo: –Tanto tiempo he estado con vosotros, Felipe, ¿y no me has conocido? El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo, pues, dices tú: “Muéstranos el Padre”?” Juan 14:1-9

 

Jesús insiste continuamente en la permanente compañía de Dios. Dios Padre, que nos llama, Dios Hijo quien nos muestra el amor del Padre:

 

“No os dejaré huérfanos; volveré a vosotros. Todavía un poquito, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis. Porque yo vivo, también vosotros viviréis. En aquel día vosotros conoceréis que yo soy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros. El que tiene mis mandamientos y los guarda, Él es quien me ama. Y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a Él”. Juan 14: 18-21

y Dios Espíritu Santo, el Consolador que debe generarnos paz:

 

“Pero el Consolador, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, Él os enseñará todas las cosas y os hará recordar todo lo que yo os he dicho. La paz os dejo, mi paz os doy. No como el mundo la da, yo os la doy. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo”. Juan14: 26-27

 

Un consolador que continúa testificando a Cristo:

 

“Pero cuando venga el Consolador, el Espíritu de verdad que yo os enviaré de parte del Padre, el cual procede del Padre, Él dará testimonio de mí”. Juan 15:26

 

Y mucho más que eso, por ese testimonio sabemos que somos considerados amigos de Dios (recordemos que esa expresión se utilizó con Abraham y Moisés)

 

“Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo más siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor. Pero os he llamado amigos, porque os he dado a conocer todas las cosas que oí de mi Padre. “Vosotros no me elegisteis a mí; más bien, yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y para que vuestro fruto permanezca; a fin de que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre Él os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros”. Juan 15:14-17

 

“Y cuando venga el Espíritu de verdad, Él os guiará a toda la verdad; pues no hablará por sí solo, sino que hablará todo lo que oiga y os hará saber las cosas que han de venir. Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por esta razón dije que recibirá de lo mío y os lo hará saber”. Juan 16: 13-15

Ello es un remedio para la soledad, incluso en Jesús:

 

“He aquí la hora viene, y ha llegado ya, en que seréis esparcidos cada uno por su lado y me dejaréis solo. Pero no estoy solo, porque el Padre está conmigo. Os he hablado de estas cosas para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción, pero ¡tened valor; yo he vencido al mundo!”. Juan 16:32-33

 

El conocer lo que Dios ha hecho y está haciendo por nosotros debe eliminar todo vestigio de temor.

 

Y por ello no sólo debemos transmitirlo y vivirlo, sino compartirlo:

 

Escuchemos al apóstol Santiago: “La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones”. Santiago 1: 27. Huérfanos y viudas, estereotipos de la soledad.

 

Por ello se nos insta a “Por lo cual, animaos unos a otros, y edificaos unos a otros, así como lo hacéis”.1a Tesalonicenses 5: 11

Para concluir:

 

“Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los que están enfermos”.

 

Mt. 9:12 Todos necesitan a Cristo, pero los que se dan cuenta de su necesidad reciben atención. En ese sentido se apunta la bienaventuranza “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. Mt. 5:4

 

Reconocerlo no debe darnos miedo porque “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor. Porque el temor conlleva castigo, y el que teme no ha sido perfeccionado en el amor. Nosotros amamos, porque Él nos amó primero”. I Juan 4:18

 

Dios puede servirse de la ansiedad que genera nuestra soledad para hacer que nos excitemos lo suficiente como para buscar ayuda, y sólo Dios puede borrar los efectos sobre el corazón y la mente.

 

“Este es el pacto que haré con ellos después de aquellos días”, dice el Señor; “pondré mis leyes en sus corazones, y en sus mentes las inscribiré” 1Co.5:7, y ello nos llevará a disponer del impulso para hacer la voluntad de Dios, parafraseando Ro.12: 2: “… dejad que vuelva a moldear vuestra mente desde dentro”

 

Podemos estar solos porque lo deseemos, no sería conveniente permanecer solos teniendo a nuestros hermanos, pero no podemos sentirnos solos teniendo a Cristo y discernir lo que esto significa.

 

“Echando toda vuestra ansiedad en él, porque él tiene cuidado de vosotros”. 1P 5:7

 

Porque tal como dice Santiago “… la sabiduría que procede de lo alto es primeramente pura; luego es pacífica, tolerante, complaciente, llena de misericordia y de buenos frutos, imparcial y no hipócrita. Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz.” Stg 3:17-18

 

Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestras mentes en Cristo Jesús. Fil 4:7

Serie de tres artículos: «Jesús ante la soledad»

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