
Jesús ante la soledad (II)
Higinio Cortés
LA MODERNIZACIÓN
La modernización y la prosperidad han cambiado nuestro estilo de vida. Nuestros abuelos nos cuentan que, de niños, tenían que andar varios kilómetros para ir a la escuela, que trabajaban muchas horas cada día y que el trabajo era agotador, en tanto que nosotros vivimos en una época en que la jornada es de ocho horas, disfrutamos de aire acondicionado, hay un sinnúmero de aparatos y máquinas que nos facilitan la labor, y las comunicaciones y el transporte son vertiginosas.
Tenemos, pues, mucho más tiempo libre para dedicarlo al asueto, pero si hemos de gozar del mismo necesitamos estímulos y, de ellos, los mejores son el contacto con otros. El problema, hoy, no es hallarse agotado al regresar a casa después del trabajo, sino la manera en que podemos usar las numerosas horas libres del día; y si no las usamos de modo provechoso, nos sentimos culpables, tenemos que lamentarlo y, naturalmente, producen soledad.
La modernización acarrea también mayores expectativas y todo el mundo quiere «vivir bien». No basta con ganarse la vida en sentido estricto. Queremos vivir satisfechos, «autorrealizados», contentos y prósperos. Por todas partes se nos incita a metas más ambiciosas. Los libros que nos dicen que hemos de «utilizar todo nuestro potencial» se venden a espuertas. Otros nos dicen que «seamos todo cuanto podemos llegar a ser», otros que «pensemos de modo positivo» «que realicemos nuestras posibilidades», y que nuestra vida ha de estar enfocada a «la realización propia». Los movimientos dedicados a exaltar el potencial humano, o los cursillos ofrecidos en centros y círculos de carácter social, sugieren la posibilidad de un nuevo jardín del Edén a disposición de quien lo busque. Es fácil sentirse solo cuando estas expectativas no se realizan, de modo especial si vemos que otros han alcanzado lo que creemos son las suyas.
Además, estamos frente a una cantidad de alternativas en la vida que ha crecido inmensamente. Cuando nuestro abuelo tenía dieciocho años probablemente ya sabía a qué se dedicaría el resto de su vida. Se casaría con una mujer que vivía en la misma calle y probablemente nunca pensaría en otra cosa que en dedicar su vida a ser madre y cuidar la casa.
Hoy día es muy distinto. La mitad de los que se licencian habrán cambiado sus planes de especializarse una vez por lo menos durante sus estudios. No es raro llegar a los veintidós sin tener la menor idea de la profesión a que vas a dedicarte. En realidad, son muchos los que más adelante, incluso a los cuarenta, elegirán otra carrera, empezarán negocios o cambiarán por completo su horizonte del trabajo.
Y los lazos matrimoniales son, a menudo, endebles, incluso entre cristianos. La búsqueda de satisfacción es una amenaza a la fidelidad, en un medio ambiente que ofrece muchas más posibilidades que diez años antes.
El efecto de todas estas posibilidades hace difícil seguir con firmeza una coherencia de vida. Sin embargo, sólo cuando nos mantenemos tenaces en la línea fijada, podemos desarrollar una auto imagen bien perfilada. Sin una auto imagen claramente definida y estable, nos encontraremos embarcados en una búsqueda penosa y difícil con el fin de descubrir y reunir, de modo congruente, los fragmentos dispersos del sentido de nuestro propio yo.
Debido a la incertidumbre y la abundancia de alternativas que actúan como fuerzas centrífugas, la mayoría no disponemos de la intimidad con nosotros mismos que nos permita llegar a un sentido claro de dirección personal.
LA VIDA EN LA CIUDAD
El vivir en grandes ciudades incrementa los sentimientos de soledad. La vida urbana se caracteriza por un número muy superior de contactos con otros seres humanos, pero este contacto es ínfimo en cuanto a intensidad y calidad. Las relaciones en las oficinas o fábricas se basan en los deberes profesionales del orden que sea. Una vez en el trabajo no cuenta para nada lo que sientas por dentro, el humor, o el estado mental, tan sólo cuenta que ejecutes bien la tarea asignada.
Abundan las relaciones impersonales. Las relaciones de carácter personal, íntimo, son muy escasas en una sociedad que funciona a base de «¿qué has hecho tú por mí?». Desde el café instantáneo y cocina microondas, hemos llegado a las relaciones instantáneas, que no son personales, sino impersonales, un roce que es, o bien fugaz, o superficial, todo ello dentro del marco de una sociedad inestable y movediza.
CAMBIO Y TENSIÓN MENTAL
La palabra que mejor caracteriza nuestra edad es la de cambio. Haciendo un juego de palabras, lo único permanente en la vida contemporánea es el cambio. No se trata de una paradoja, sino de una verdad. No hay manera de escapar de ella. Nuestra soledad es un vehículo que carece de frenos.
Con el cambio se borran las distintas personalidades, porque el fondo de nuestra vida -su marco- es como arena movediza. Es como tratar de verse en un espejo en movimiento. No hay nada fijo, incluyendo nuestra propia personalidad, por lo que nos sentimos solos en medio del barullo caótico de una actividad incesante.
La presión se intensifica, aumentan las exigencias, el paso se acelera, todo ello incrementando la tensión psíquica y somática. Los resultados de esta tensión son innumerables y pueden verse en la literatura médica sobre el tema. Pero una de las consecuencias de esta implacable angustia que nos oprime es hacer que las personas se encierren en sí mismas a cal y canto. Todo esfuerzo y energía se concentra en hacer frente por dentro a sus vidas ulceradas y fragmentadas, en lugar de abrirse y compartir sus experiencias con almas afines alrededor.
OTROS FACTORES
Incluso la televisión es causa de soledad. La sucesión interminable de escenas y los rostros de sonrisa vacua de los anuncios crean un mundo de mentirijillas, gente sin problemas y vidas emocionantes y ficticias. Cuando, después de pasar hora tras hora sumergidos en este lavado del cerebro y evasión de la realidad, damos vuelta al botón y se borran las imágenes en la pantalla, descubrimos de súbito que era sólo un mundo de ilusión en que estábamos inmersos: la realidad es que estamos solos.
Finalmente, con la preocupación general de hoy sobre la soledad, han proliferado los medios destinados a combatir el problema. Sean grupos de solteros, clubs para cultivar la salud y los deportes, cursos de mejora personal, que de modo directo o indirecto se nutren del sentimiento actual de aislamiento social de la gente. Por desgracia, no suelen ofrecer ni siquiera un paliativo de mucho valor. Las más de las veces, dejan a quien los frecuenta más solo que al principio.
TIPOS DE SOLEDAD
La soledad no es toda, ni siempre, igual. En realidad, es posible sentirse solo en un sentido y no en otros. Podemos hablar de cuatro tipos de soledad. Aunque hay superposición entre ellos, es útil distinguirlos para eliminar parte de la confusión que resulta al considerar los sentimientos que experimentamos.
a) La Soledad social. Ésta podemos diferenciarla en soledad en medio de una relación, llamada soledad interior, y soledad debida a la carencia de relaciones significativas, llamada soledad exterior.
La soledad interior es especialmente dolorosa, porque aquí uno ha invertido su energía psíquica en una relación con el propósito claro de gozar de una verdadera compañía para el alma, pero sigue en su soledad. El sentimiento de privación y soledad es aumentado a causa de esta paradoja: «el otro está presente y ausente» al mismo tiempo. Los matrimonios insatisfactorios, los noviazgos borrascosos, las amistades excéntricas e impredecibles son ejemplos de la soledad interior. Esta soledad es muy común y resulta en un sentimiento de contrariedad e ira, puesto que la víctima, en su inocencia, había creído el mito de que la solución de la soledad persistente se hallaba en formar parte de una relación.
La soledad exterior no necesita ser explicada. Queda tipificada por cualquier tipo de aislamiento, sea debido a una vida en la que no hay amor de otro, o a la ausencia de amigos íntimos.
b) La soledad situacional se debe a causas circunstanciales. Es temporal en el sentido de que, al corregirse la situación, desaparece. La soledad situacional suele presentarse en la forma de la soledad exterior, pero hay que distinguirla de ella debido a que esta última suele durar períodos prolongados. El traslado a un nuevo vecindario, el cambio de empleo, el ir a una universidad distante del hogar, el ingreso en el ejército o la partida para un viaje de negocios prolongado pueden ser causa de soledad situacional.
c) La Soledad íntima (o sea, dentro de uno mismo). Ésta se refiere al sentimiento de alienación o enajenación del propio yo. Suele deberse a la carencia de una identidad clara y bien definida, de no saber de modo preciso quién se es y adónde se va. En una era de cambio constante, múltiples opciones en la vida e ideologías en pugna, se hace difícil saber dónde prefiere uno invertir la propia vida, y este tipo de soledad es muy frecuente.
El no tener ideas claras de uno mismo, del sentido de los valores y objetivos vitales personales, hace difícil que uno esté en paz consigo mismo, el gozar el diálogo interior reconfortante y el ser el mejor amigo de uno mismo. Hay confusión y desasosiego interior en tanto que dura la búsqueda de un yo coherente. Tanto los estudiantes de la universidad que tienen necesidad de dejar los estudios durante un cuatrimestre para «encontrarse a sí mismos», como las amas de casa en barrios residenciales que se dan cuenta de que la vida se les escurre entre los dedos, debido a su aislamiento y lo difuso de su identidad personal; y las personas que viven en el ajetreo incesante de las actividades de negocio y disponen de poco tiempo para pensar en su vida interior, todos ellos padecen de soledad íntima (o intrapsíquica).
d) La soledad espiritual se debe a que la persona vive separada de Dios. Los no creyentes experimentan esta soledad especialmente, sintiendo un vacío y la falta de sentido en el núcleo central de su vida. Se cita un estudio de Buhler en que éste preguntó a los encuestados «qué era lo decisivo» y final en importancia para ellos. La mayoría contestaron que no tenían la menor idea. En el caso del no creyente, la soledad espiritual suele coincidir en parte con la soledad íntima debido a la ausencia de paz interior.
No obstante, los cristianos en modo alguno se hallan inmunes a la soledad espiritual. El gran número de libros existentes sobre la oración no contestada, la intimidad con Dios, y el ser lleno del Espíritu Santo, son pruebas de zonas vacías en la vida de muchos cristianos.
LA SOLEDAD EN LA JERARQUÍA DE MASLOW
Para darnos cuenta de lo básico que es el concepto de la soledad, será útil repasar brevemente un modelo psicológico muy conocido. Se trata de la jerarquía de las necesidades de Abraham Maslow.
Según Maslow, los seres humanos en la vida tienen cinco necesidades esenciales que les es necesario cubrir, en orden de mayor a menor, si esperan gozar de una salud mental genuina. Su modelo presenta la forma de un triángulo con las necesidades más esenciales; en orden ascendente hacia el vértice las necesidades tienen mayor dificultad para ser cubiertas.
a) La primera es la necesidad fisiológica. Se comprende que sea esencial cubrirla, pues si no se hace es imposible la supervivencia. La vida se extingue. Cuando uno se siente amenazado a este nivel, todo lo demás disminuye en importancia en la perspectiva de esta persona. Es concebible que alguien cometiera un asesinato para apoderarse de un vaso de agua en las manos de otro cuando los dos se hallan perdidos y sedientos en un desierto. Toda noción de comportamiento civilizado puede borrarse en circunstancias extremas.
Es fácil no darse cuenta de la importancia de la necesidad de este nivel debido a que tenemos poca experiencia de primera mano de la misma. Sin embargo, el reconocer el hecho, debería ser motivo de agradecimiento y estímulo altruista, ya que es un hecho que las dos terceras partes de la humanidad se enfrentan con esta imperiosa necesidad de satisfacción cada día, de modo implacable, sin poderlo cubrir de modo satisfactorio.
b) El segundo nivel de la seguridad personal se refiere al hecho de ver cubiertas todas las necesidades para la supervivencia, para un período indefinido, al menos en el futuro previsible. Si tenemos la impresión de que nuestra supervivencia puede correr peligro en el futuro cercano, hacemos todo lo posible para asegurar el futuro. Para conseguir esta seguridad el norteamericano abre cuentas de ahorro, establece pensiones, retiros y seguros de vida.
c) Si conseguimos de modo satisfactorio las cosas que necesitamos para sentirnos seguros, entonces pasamos al nivel de pertenencia. El sentido de pertenecer incluye, como es natural, el amor y la atención de los demás. Precisamente por eso tienen tanta importancia las relaciones. Aquí es donde experimentamos la soledad interior y la exterior. En tanto que estemos preocupados por la supervivencia o por asuntos de seguridad, las relaciones ocuparán un lugar secundario. Sin embargo, si el sentimiento de pertenecer surge como una necesidad, es algo que nos domina totalmente.
d) Después del sentimiento de pertenecer, tenemos la autoestima. La autoestima incluye el sentido de la dignidad personal y de respeto hacia uno mismo. Me parece interesante el hecho de que siga al sentimiento de pertenencia en vez de precederle en este esquema. En muchos casos no es posible establecer una relación significativa sin tener antes una imagen positiva de nosotros mismos. Sin embargo, Maslow creyó que uno de los caminos para tener una imagen propia sana, era tener buenas relaciones. Si tiene razón, entonces la soledad interior y la exterior nos pueden impedir llegar al nivel de la autoestima y cubrirla satisfactoriamente. De cualquier manera, debido a que la autoestima requiere que sepamos quiénes somos y cuáles son nuestros valores, la soledad intima es el enemigo público número uno en este caso.
e) El último nivel es la realización y cumplimiento personal. Éste es un estado absolutamente ideal en el cielo y en la tierra, que implica el sentimiento de habernos realizado por completo, de haber alcanzado nuestro pleno potencial en las relaciones y en la profesión. Según Maslow pocas personas alcanzan este nivel de modo pleno, especialmente debido a que requiere el haber resuelto positivamente los cuatro niveles anteriores.
La jerarquía de Maslow tiene un mérito considerable. No obstante, no puede olvidarse que sólo es una teoría. Vamos a hacer algunos comentarios a la misma.
En primer lugar, este modelo condena a la gran mayoría a un nivel que está por debajo de la salud mental plena. De hecho, si tenemos que subir, por así decirlo, los cinco peldaños de la jerarquía para poder considerarnos sanos, muy pocas personas podrían decir que poseen una vida satisfactoria. Eso es difícil de aceptar. Todos conocemos a cristianos que han visto destrozados sus sueños terrenales de éxitos y triunfos por la enfermedad o la pobreza, pero que, a pesar de ello, sienten gozo, paz y energía a un nivel superior al de aquellos otros que nos quieren convencer de que han triunfado en el mundo que nos rodea.
Además, la jerarquía de Maslow no habla del bienestar espiritual. Los que disfrutan de caviar y cava, pero carecen totalmente del alimento espiritual, no pueden ser considerados como personas realizadas, por satisfechos que se sientan de sí mismos o por excelentes que sean sus relaciones. Tanto si se dan cuenta de ello como si no, sufren de soledad espiritual.
No obstante, el modelo de Maslow puede sernos útil. Destaca las necesidades humanas más importantes y puede utilizarse para ver en qué forma la soledad puede privarles de su satisfacción.
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