La prioridad de Dios (I)

Esteban Rodemann

(extraído del Básico Andamio «Prioridades»)

Introducción

Escena cotidiana: un joven entra en un burger para pedir un bocadillo. «¿Carne, pollo, o pescado?» – pregunta la dependienta. «Carne» – responde el joven. «¿Con pan normal, chapata, o de sésamo?». «Normal». Sigue el interrogatorio: «¿Con lechuga y tomate?» «¿Quiere el «Especial», con patatas y bebida incluidas?» «¿Será para tomar o para llevar?».

 

Luego la bebida. «¿Quiere Coca-Cola, limón, naranja, o Nestea?», «¿Vaso pequeño, mediano o grande?», «¿Con hielo o sin hielo?», «¿Con tapa o sin tapa?», «¿Con paja o sin paja?», «¿Para tomar o para llevar?». El pobre está mareado ya…

 

Esta viñeta podría servir de estampa de nuestros tiempos: el desafío de las decisiones. Las elecciones se multiplican. Hay un asombroso abanico de posibilidades en todos los ámbitos: productos para comprar, alternativas de ocio, programas de televisión, canciones para bajar de Internet, medios de perfeccionamiento personal, estilos de vida, lugares de vivienda, modos de trabajar, formas de relacionarse con los demás, gobernantes que elegir. Si algo no gusta o no funciona, lo cambiamos por otro.

 

Es como un anuncio de televisión de hace poco. La cámara enfoca una cocina, donde el marido acaba de poner una lavadora. Sale estropeada la prenda favorita de su esposa; ha puesto el agua muy caliente, o ha echado lejía, o ha puesto el centrifugado que no era… algo ha fallado. Ella se enfada, llama al servicio técnico: «Es que no funciona». Aparecen dos operarios con el mono puesto y, en vez de llevarse la lavadora, que es lo que esperas ¡se llevan al marido! Porque no funciona…

 

Lo tenemos claro: si algo no funciona, lo cambiamos. Por eso las empresas se emplean a fondo para cautivarnos. Han tejido una red de seducción constante, donde desde todos los lados, todo invita, todo reclama y, por tanto, todo te obliga a decidir entre posibilidades rivales.

 

Esto es un fenómeno relativamente nuevo, propio del siglo XX, y más concretamente de los últimos veinticinco años. Antes, nacías en un lugar y no había mucho que escoger. Había un rey y unos señores feudales, tenías tu destino marcado. Poca comida, poca ropa, cuatro posesiones materiales. La vida era trabajar de sol a sol, hacer hijos, sufrir y morir.

 

Pero hoy los occidentales dedicamos gran parte de la vida a deshojar la margarita – o cien margaritas – tomando decisiones. Entras en cualquier tienda de deporte y tienes que decidir entre 50 modelos de zapatillas. Suena el teléfono y es una Compañía de seguros, o un Banco, que te invita a probar su producto. El buzón se llena de anuncios de pisos en la costa, pizzas en el barrio y reformas en casa. Y todo, así por el estilo.

 

Como cristianos nos toca nadar en este mar de seducción. Nuestro corazón regenerado nos dice que conviene optar por la voluntad de Dios, antes que por el pecado. Pero el pecado muchas veces se disfraza, no parece tan pecaminoso. El egoísmo alega móviles nobles para llevarnos a la huerta de la independencia. Y por otra parte, lo bueno, lo justo, lo que Dios quiere, todo lo que sí hemos de elegir, se presenta con un cariz multicolor: hay modalidades distintas para cumplir con el trabajo, convivir en familia y hacer el bien. También existen diferentes posibilidades para servir al Señor: personas para atender, reuniones donde asistir, múltiples eventos que apoyar, diferentes ministerios en qué colaborar, destinos dignos de recibir ofrendas, etc. Abundan las alternativas en el campo de la adoración, la vida espiritual, la vivencia congregacional…

 

¿Cómo nos guiamos, entonces, en la toma de decisiones? Podríamos sacrificar un animal y estudiar el hígado palpitante, como hacían los antiguos. O contemplar las estrellas, o analizar los posos de té en el fondode una taza. Echar dados, echar cartas. O tirar palillos al suelo de un templo budista. Acudir a un santón que nos dirija. También podríamos guiarnos por lo que parece más razonable o apetecible, o lo que nos aconseja el amigo, o lo que otros siempre han hecho. Si es una decisión pequeña – ponerte los calcetines negros o marrones – a lo mejor cualquier método de éstos puede valer. Pero si se trata de decisiones realmente significativas, donde mucho está en juego, urge acertar.

1. Clases de decisiones

El libro de Proverbios afirma «El buen entendimiento da gracia; mas el camino de los transgresores es duro» (Proverbios 13:15). Tomar decisiones sabiamente abre caminos en la vida, produce alegría, y aporta la satisfacción de vivir en sintonía con Dios. Equivocarse puede acarrear complicaciones amargas. Conviene analizar las distintas clases de decisiones con que el cristiano se enfrenta:

 

1. Decisiones trascendentales.Son las opciones que generan resultados de largo alcance. Errar significa un desastre calamitoso, cuyos efectos pueden durar toda la vida. Acertar supone paz de corazón, seguridad y un porvenir esperanzador. Por su grado de importancia, estas decisiones requieren la máxima atención. Algunos ejemplos:

 

− Quién va a ser la autoridad final, el Señor, el Dios de tu vida.

 

− Con quién casarte.

 

− Qué estudios seguir y en qué lugar: Formación Profesional, carrera, estudios postgrado, oposiciones.

 

− En qué trabajar, si cambiar de trabajo, si aceptar un ascenso o un traslado a otra provincia o al extranjero.

 

− Cuántos hijos tener, si adoptar; si colegio de pago, cursos en el extranjero.

 

− Asumir un ministerio de gran envergadura.

 

− Qué vivienda alquilar o comprar, en qué lugar.

 

− Decisiones desde un puesto de autoridad, que pueden condicionar la vida de otras personas (empresa, familia, iglesia, gobierno).

 

2. Decisiones ordinarias.Son opciones puntuales e importantes, porque fallar en ellas puede estropear el día, la semana o el año, aunque quizá no la vida entera. Acertar abre puertas para el futuro, aporta satisfacción, y mejora las relaciones con los demás. Algunos ejemplos:

 

− Qué hacer con un hijo problemático.

 

− Cómo plantear una compra importante.

 

− Cómo tratar un asunto de salud.

 

− Resolver un problema de convivencia (matrimonio, familia extendida, vecinos, compañeros de trabajo).

 

− Cómo encajar situaciones de injusticia que te afectan directamente.

 

− Como cristiano, dónde asistir y colaborar: cultos, reuniones, células, conferencias en otras iglesias, eventos de fin de semana, etc.

 

3. Decisiones habituales.Se trata de patrones diarios de comportamiento, de reflejos e instintos en la vida cotidiana, de hechos repetitivos que pueden estar bien o mal. El efecto acumulado de estas elecciones sirve para construir una vida estable y próspera, o al contrario, puede conducir a la ansiedad, la depresión, y problemas con los demás. Algunos ejemplos:

 

− Forma de tratar con la gente, amistades.

 

− Modo de educar a los hijos.

 

− Manera de plantear el trabajo.

 

− Manejo del dinero (ganando, gastando, ahorrando, ofrendando).

 

− Administración del ocio.

 

− Formas de convivencia en el matrimonio y con la familia.

 

− Respuesta a las autoridades de la vida.

 

− Convivir con una debilidad física.

 

− Formas de plantear la salud mental: angustias, dudas, espiritualidad en general.

 

En cada encrucijada de la vida, para cada decisión que uno toma, hay una serie de valores que informan la decisión. Son formas de percibir la realidad y valoraciones sobre la importancia relativa de cada cosa, que podríamos llamar «prioridades».

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