
La prioridad de Dios (IV)
Esteban Rodemann
(extraído del Básico Andamio «Prioridades»)
4. Motivos
Como se ha dicho anteriormente, en el sentido descriptivo de «prioridad», Dios lo es absolutamente: él es Creador, Autor, Fuente de toda vida y de toda realidad: «Él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas… porque en Él vivimos, y nos movemos, y somos…» (Hechos 17:25, 28). Como dice el salmista: «Abres tu mano, se sacian de bien. Escondes tu rostro, se turban; les quitas el hálito, dejan de ser, y vuelven al polvo» (Salmo 104:28-29). En este sentido, el ser humano se lo debe todo. Cada vez que late su corazón, cada vez que respira, el hombre sigue siendo absolutamente dependiente, lo reconozca o no.
Pero también queda el sentido prescriptivo de la palabra. Dios ruega (porque es para nuestro bien), invita (porque es razonable), y también exige (porque es justo) que cada persona le ponga en el primer lugar de la vida, para que «en todo tenga la preeminencia». Así indica el Señor a través de Jeremías: «Porque no hablé yo con vuestros padres, ni nada les mandé acerca de holocaustos y de víctimas el día que los saqué de la tierra de Egipto. Mas esto les mandé, diciendo: Escuchad mi voz–» (Jeremías 7:22- 23). Es como si dijera, «no os fijéis en una larga lista de mandamientos y prohibiciones, sino ponedme simplemente en el primer lugar».
Jesucristo afirma lo mismo cuando destaca cuál es el gran mandamiento de la ley: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente» (Mateo 22:37). En otra ocasión insta a los oyentes: «Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas» (Mateo 6:33). Es el sentir del apóstol Pablo cuando dice, «para mí el vivir es Cristo» (Filipenses 1:21), o del apóstol Pedro cuando dice, «a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis…» (1 Pedro 1:8).
Hay personas en la Biblia que reciben la aprobación especial de Dios, como Abraham «mi amigo», o David, el «varón conforme a mi corazón», o Job, que «no hay otro como él en toda la tierra», o Daniel, el «muy amado», o Moisés, que «habló con él cara a cara». La voz del cielo resume todos estos elogios cuando dice acerca de Jesucristo, «este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia». Se supone que, en cada caso, es porque estas personas han conseguido darle al Señor el lugar que le corresponde en sus vidas. Le han hecho su prioridad.
Al mismo tiempo, la Palabra afirma que «el principio de la sabiduría es el temor de Jehová» (Proverbios 1.7), frase que viene a decir que dar prioridad a Dios aclara la mente del cristiano. Le suministra los criterios necesarios para luego fijar todas las otras prioridades en la vida. De esta manera, plantear que Dios sea el punto de referencia para todas las decisiones que tomas en la vida, no sólo responde al deseo divino, como tampoco se limita a una lógica agradecida («El me ha creado, me ha comprado con sangre, y me ama profundamente»). Más aún, responde a una realidad psicológica: «Buen entendimiento tienen todos los que practican tus mandamientos» (Salmo 111:10).
El caso de Asaf, el sacerdote-director de alabanza del rey David, resulta especialmente interesante. Asaf compone doce de los salmos que tenemos en la Biblia, y en el Salmo 73 relata el camino que recorrió su alma para progresar de una condición de apatía a la plena entrega al Señor, para hacerle su prioridad, para darle la preeminencia en su vida. Su proceso nos puede ayudar.
Asaf recuerda la desesperación que sentía porque los impíos prosperaban y los justos no. Parece que los que no quieren saber nada de Dios tienen toda una vida fácil en este mundo: «tuve envidia de los arrogantes, viendo la prosperidad de los impíos» (Salmo 73:3). A pesar de su angustia, Asaf afirma que no quiere seguir el ejemplo de aquellos creyentes que se unen a los impíos, buscando alegría sin Dios (las «aguas en abundancia» del versículo 10) (1). Si optara así, perjudicaría a sus hermanos en la fe: «a la generación de tus hijos engañaría» (73:15).
El salmista recupera la perspectiva correcta cuando vuelve al templo en Jerusalén: «entrando en el santuario de Dios, comprendí el fin de ellos» (73:17) (2). Por un lado recuerda que las bendiciones que reciben los inconversos son transitorias, no duran (73:18-19). Son las invitaciones amorosas de un Dios que hace salir su sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre justos e injustos, con el fin de que todos vuelvan a Él. Pero son «bendiciones de tobogán», porque si el hombre persiste en no responder a la bondad del Dios, entonces llegará a su fin en el momento menos esperado, y en un instante se resbalará. Llegará el desenlace fatal: absoluto, total y sin escapatoria.
Sin embargo, la contemplación del fin de los impíos tampoco soluciona el problema de Asaf: «se llenó de amargura mi alma» (73:21). Es un consuelo de tontos. «Vale, ellos perderán todo lo bueno que han disfrutado en esta vida…pero ¿qué me dice eso a mí? ¿Para qué amar a Dios y ponerle en el primer lugar, si parece que no recibo nada a cambio?»
Entonces Asaf repasa cuatro motivos que restauran su alma. Los ha recordado – o aprendido algún matiz nuevo tal vez – al pisar los recintos del templo. La enseñanza, la alabanza, la oración, y el ritual de los sacrificios, llevado a cabo por los otros sacerdotes, le devuelven la perspectiva de la fe. Son los mismos motivos que llevan al cristiano a dar prioridad al Señor en su vida.
1. «Yo siempre estuve contigo» (73:23). Asaf no dice, «tú siempre estabas conmigo», como si Dios fuera un pequeño talismán que llevara en el bolsillo. No, Dios es el que manda, el que es Señor. Pero Asaf recuerda que, a pesar de sus estados de ánimo volátiles, a pesar de sus dudas y su amargura, el Señor siempre mantiene su relación con él. Es una relación permanente, porque el Señor es bueno para con aquellos que han entrado en pacto con él («para con Israel, para con los limpios de corazón», 73:1). Tener la seguridad de una conexión permanente con Dios es algo grande.
2. «Me tomaste de la mano derecha» (73:23). La frase recuerda el momento cuando Jesús toma la mano de Pedro, para que no se hunda en el mar (Mateo 14:31). Se refiere a la intervención activa de Dios. Tenemos un Dios que escucha y contesta la oración, que actúa, que interviene, que produce cambios, que soluciona problemas y libera de conflictos.
3. «Me has guiado según tu consejo» (73:24). Asaf recuerda que el Señor ha cumplido su promesa de que «te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar…» (Salmo 32:8). Ha habido experiencias concretas, reales, de la dirección de Dios en medio de la incertidumbre de la vida. Por la palabra, por la sabiduría, por el Espíritu, por el consejo maduro – sea cual fuere el medio – el Señor ha indicado los pasos para dar. Esto también es algo grande.
4. «Y después me recibirás en gloria» (73:24). Asaf alude aquí a la certeza de una redención completa. Ya no hay enemistad, no hay culpa, no queda condenación. Ha sido reconciliado con Dios, por la fe en el Redentor que vendrá, y sabe que la promesa antigua, de que el Salvador «heriría en la cabeza» a la serpiente, supone una liberación final del pecado y de la muerte, una transformación completa en todo su ser. Hay esperanza. Habrá una resurrección. Volverá a tener una plena comunión presencial con Dios: «veré tu rostro en justicia; estaré satisfecho cuando despierte a tu semejanza» (Salmo 17:15).
Son cuatro motivos para dar prioridad a Dios en la vida. Él es Prioridad, pero también reclama serlo – que así decidamos – en nuestra vida. Cuando meditamos sobre la conexión permanente que tenemos con Aquél que nos ha creado y nos ha redimido, la intervención constante que Él demuestra en respuesta a la oración, la dirección real en los asuntos de la vida, y la transformación completa que ha empezado y que dará su fruto final, todo esto nos lleva a decir con Asaf «¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? ¡Y fuera de ti nada deseo en la tierra!» (73.25). Así que según el Salmo 73, la decisión de dar prioridad a Dios es algo que concierne a la mente (hay razones sólidas), los sentimientos (debe sacudir el corazón), y la voluntad (ha de dar lugar a ciertas decisiones prácticas).
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Notas:
1. Este versículo podría traducirse mejor: «Por eso su pueblo (no se nombra a Dios en el hebreo) volverá aquí, y aguas abundantes se sacarán para ellos». Parece referirse a la decisión de algunos creyentes que, viendo el éxito de los inconversos, deciden seguir su ejemplo: «vuelven aquí» (es decir, a la postura de los impíos). La referencia a las abundantes aguas podría aludir a Aná, el suegro de Esaú, que encuentra manantiales en el desierto mien- tras el clan se aparta de Jacob, que era depositario de la promesa de Cristo (ver Génesis 36:24). Teniendo en cuenta que el pozo/manantial/fuente es un emblema típico del refrigerio de la salvación (comparar con Juan 4:14, 7:37-39), podría ser que el hecho de encontrar manantiales en el desierto – pero sin contar con Jacob – aluda al descubrimiento de refrigerio, pero en el mundo, sin la salvación que viene a través de Cristo.
2. La palabra es plural en hebreo: «santuarios», que se refiere a los distintos atrios y dependencias del templo de Salomón. Pero este plural resulta sugerente para el cristiano, ya que existen distintos «santuarios» en que puede entrar ahora, en virtud del nuevo pacto sellado por la sangre de Cristo: 1) el santuario de la creación, donde «los cielos cuenta la gloria de Dios», 2) el santuario de la Palabra, donde «miramos a cara descubierta la gloria del Se- ñor», 3) el santuario de la iglesia cuando ésta se reúne, que es «templo de Dios», y 4) el santuario del tercer cielo, la presencia inmediata de Dios, a donde el cristiano acude espiritualmente – cada vez que se acerca al Señor en oración – al «trono de la gracia». Entrando en cualquier de estos «santuarios», el cristiano se puede quitar muchos pájaros de la cabeza y recuperar la visión divina de las cosas.
© 2006 «Esteban Rodemann», Básicos Andamio
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