La razón de Dios. La exclusividad de la verdad (I)

Timothy Keller

The Veritas Forum en la Universidad de Chicago, 2008

Me gustaría hablar hoy aquí́ acerca de una de las principales razones por las que las personas son en la actualidad escépticas respecto a creer en Dios y, asimismo, respecto al proclamado carácter de exclusividad de los presupuestos relativos a la verdad absoluta que acompañan a esa clase de creencia. Si decimos: “Conozco a Dios, y lo que él espera”, estaremos en realidad diciendo: “Conozco la verdad. Sé cómo es la realidad espiritual. Poseo la verdad, y si tú no crees en el Dios en el que yo creo, no tienes la verdad”. Y, desde luego, son muchas las personas hoy día que no encuentran eso aceptable, en cuanto que postura divisoria, estrecha de miras, y destructiva en una sociedad de carácter plural. Así́, una de las razones que impiden que las personas den credibilidad a las religiones de talante ortodoxo y conservador, y al cristianismo en particular, es esa pretensión de exclusividad respecto a la verdad.

 

Eso es algo que quisiera que quedara bien claro: la aparente exclusividad de verdad final en lo que se afirma respecto a creer en Dios y, muy en particular, en el cristianismo. De hecho, estoy prácticamente convencido de que la pretensión de exclusividad final en los presupuestos acerca de la religión es, en alguna medida, una de las principales causas de conflicto, de confrontación y de división en el mundo. Que la religión contribuye a la falta de paz en el mundo es hoy un hecho. ¿Nos sorprendemos de que así sea? Personalmente, como pastor responsable en una iglesia cristiana, admito que sí. ¿Significa eso que estoy de acuerdo con que los presupuestos de una verdad exclusiva son estrechos de mira y que debe por ello ponérseles fin? Desde luego que no.

 

Procederé por ello ahora a analizar cinco de las formas con las que el común de las personas tratan de hacer frente a los presupuestos de verdad exclusiva en la religión, y ello con el propósito concreto de demostrar hasta qué punto no son válidos. A continuación, haré una sugerencia respecto a una posible forma de hacer frente al factor divisivo en el contexto de la religión.

 

Pero, antes de todo, permitidme que señale la manera en que la mayoría de las personas tratan de hacer frente a la pretendida exclusividad de verdad por parte de algunas religiones. En concreto son:

 

            1. desestimándola
            2. excluyéndola
            3. descalificándola
            4. condenándola con argumentos a la contra
            5. confinándola a la esfera de lo privado

 

y voy a tratar de demostrar hasta qué punto no son alternativas válidas.

 

1. DESESTIMÁNDOLA

EEn primer lugar, desestimándola. En mis tiempos de estudiante universitario, todo el mundo creía, yo incluido, que cuanto más se avanzase en el campo de la tecnología, menor sería la necesidad de religión en la sociedad, volviéndose esta irrelevante hasta el punto incluso de desaparecer. Muchos opinaban que en la medida en que la sociedad estuviese más formada profesionalmente y en mejor situación económica, siguiéndose de ello una sociedad más compleja y sofisticada, más relegada quedaría la religión. Las gentes seguirían sin duda asistiendo a la iglesia, pero reduciéndolo todo al nivel de lo metafórico. Así, por ejemplo, la resurrección se vería como simbólica del triunfo del bien sobre el mal. Contemplando la situación por entonces en Europa, no pocos decían: “¿Veis cómo se está secularizando Europa, y cómo es cada vez menos religiosa? Pues eso es lo que va a acabar ocurriendo en todo el mundo”. Pero lo cierto es que no ha sido, ni es, así. La religión tradicional, ortodoxa y robusta, crece pujante por todas partes.

 

Mark Lilla, profesor de Historia en la universidad de Columbia, ha escrito recientemente un libro que ha titulado The Stillborn God (El Dios nacido muerto). ¿Sabéis de qué Dios se trata? Pues del Dios propuesto por el cristianismo liberal. Se suponía en su momento que esa iba a ser la religión del futuro y que todos entenderíamos la doctrina metafóricamente, y que la tolerancia sería la norma. Al nivel básico, el cristianismo supondría vivir de forma correcta, haciendo del mundo un lugar mejor, dejando ya de creer en milagros, sin tener que experimentar un nuevo nacimiento, y todo lo demás. Lilla señala en su libro que esa clase de cristianismo es ya un fracaso manifiesto. Y lo que tenemos ahora en su lugar, en el seno de la sociedad occidental, es un creciente secularismo, junto con una ortodoxia tradicional en alza. Esto es, una creciente, robusta, sobrenatural y pujante religión que cree fervientemente en los milagros. La polarización de posturas es hoy día una realidad indiscutible.

 

Las gentes de talante ortodoxo tradicional no van a desaparecer. Y los que proponen ciertos presupuestos relativos a la verdad tampoco van a hacerlo. Y, desde luego, tampoco se trata de que esperemos nosotros que así sea. Porque no va a ocurrir tal cosa. De hecho, y hasta cierto punto en manera muy interesante, eso es algo cierto incluso en el entorno académico, aunque puede que no todos seamos conscientes de ello. Un claro ejemplo lo tenemos en Stanley Fish, renombrado profesor de teoría crítica, que escribió un artículo, publicado en Chronicle of Higher Education hace un par de años, en el que decía en concreto: “La universidad está a punto de experimentar la influencia de toda una nueva generación de académicos de primera línea que estarán buscando guía e inspiración en la religión tradicional y ortodoxa. ¿Estamos preparados para ello?”. Lo cual es absolutamente sorprendente. Interrogante, además, al que el propio Fish respondía:

 

Más vale que lo estemos, porque va a ser por ahí por donde se muevan las cosas. Cuando Jacques Derrida murió, recibí la llamada de un periodista que quería saber qué iba a ocurrir, qué seguiría a las teorías de altos vuelos, y si el triunvirato de raza, género, y clase iba a configurar la energía intelectual del mundo académico en la próxima generación. A lo que yo respondí sin titubear, el nuevo motor va a ser la religión.[1]

 

Puede que no sea así como lo vemos nosotros hoy, pero creo que Fish es consciente de algo que está en verdad ocurriendo. Por eso, si se da el caso de que tú eres una persona de talante secular, tienes que empezar a plantearte: Veamos, ¿cómo vamos a convivir en una sociedad pluralista con personas que aseguran tener la verdad?

 

Y en lugar de esperar que esas personas desaparezcan sin más, o de quejarse al respecto, o incluso de decirles directamente que se circunscriban al lugar que les corresponde, resulta que hay algo que deberíamos aprender de ellas.

 

¿Qué decir entonces de la teoría de la secularización como fenómeno social generalizado, de la idea de que la religión acabará desapareciendo? En los episodios iniciales de Star Trek, en los que se nos presenta a Spock y a Kirk, no hay indicio alguno de religión, porque los escritores de ciencia ficción de esa época daban por sentado que, transcurridos un par de centurias partiendo de ese momento, nadie iba a tener religión de ningún tipo. Pero en la segunda temporada de Star Trek, la debida a Jean-Luc Picard, la religión figura de manera profusa porque los guionistas habían aprendido una lección.

 

La tesis que sostiene la realidad de una secularización hasta el punto de desaparición de toda manifestación religiosa está en la actualidad en total descrédito, con el respaldo de un artículo publicado en New York Times Magazine sobre la manera en que los científicos de la evolución están tratando de entender cómo es que la inmensa mayoría de la raza humana sigue creyendo en Dios. Estos científicos reconocen el hecho de que, para la inmensa mayoría de la humanidad (aunque no para el estudiante medio de las universidades de mayor prestigio), la idea de Dios tiene perfecto sentido, estando además en pleno proceso de darse cuenta hasta qué punto es realmente así. ¿Qué se va a hacer, pues, al respecto? Porque no va servir esperar que desaparezca sin más. Ese no es modo aceptable de responder ante una religión que propone exclusivas verdades de fe, esperando que fenezca sin remisión, o que se vea reducida a la marginalidad de los encantadores de serpientes, en lugares remotos que no demandan respuesta alguna por parte nuestra. Eso no va desde luego a ocurrir.

2. EXCLUYÉNDOLA

En un segundo intento, ha habido quien ha tratado de hacer con la religión que aduce presupuestos acerca de la verdad lo que se hizo en su momento en la Unión Soviética y en China, esto es, erradicarla o, al menos, controlarla. Ninguno de ambos métodos dio resultado. Y no voy a detenerme mucho en esa cuestión porque dudo que haya en el auditorio quien realmente se plantee esa alternativa. Aun así, y tal como muchos de vosotros probablemente sabéis, cuando los comunistas echaron a todos los misioneros occidentales de China entre 1945 y 1946, lo hicieron convencidos de que “este va a ser el fin de la odiada religión procedente de Occidente. Ahora que los misioneros ya no están aquí, los posibles restos que queden irán desapareciendo sin más”. La realidad ha venido a demostrar lo opuesto, porque el cristianismo está creciendo de forma exponencial.

 

Es incluso probable que, en la actualidad, el número de cristianos sea mayor en China que en América, siendo la predicción de pasar de un 1% a un 30 o un 40% de cristianos en el transcurso de un siglo. De ser así, el rumbo de la historia va a experimentar un gran cambio. Y la razón de fondo para que eso ocurra es que al expulsar a los misioneros occidentales y suprimir el cristianismo, los líderes chinos comunistas transformaron la fe en algo nativo y propio. El cristianismo pasó a ser genuinamente chino, fieles sin duda a los apóstoles y a su Credo, ortodoxos y sin desviación en su doctrina y práctica, pero infinitamente más pujantes en su celo, y creciendo de forma imparable. La religión no puede erradicarse. El perseguir la religión no ha dado nunca resultado. De hecho, sirve para hacerla más fuerte y mejor, purificándola en diversas formas.

3. DESCALIFICÁDOLA

En tercer lugar, intentando descalificarla. En la actualidad, hay personas que tratan de hacer frente a las pretensiones de exclusividad respecto a la verdad debilitándola y haciendo de ella algo inferior. Los científicos de la evolución a los que se aludía en el artículo de New York Times Magazine, se preguntaban a sí mismos, ¿cómo es que siguen siendo prevalentes las creencias religiosas? Pero lo cierto del caso es que no han desaparecido. Se han hecho incluso estudios que muestran cómo los niños están prácticamente preparados para creer en Dios y, cuando se les dice algo acerca de esa creencia, casi en todos los casos encuentran que tiene tanto sentido, si no incluso más, como cualquier otra cosa que hayan podido oír. Hay de hecho muchas otras clases de creencias a las que los niños parecen resistirse y, sin embargo, no es así respecto a creer en Dios. De ahí que los científicos traten de averiguar la fuente y origen de una creencia humana aparentemente innata.

 

Como era de esperar, enfrentados a esa cuestión, los científicos que creen en la evolución afirman con aplomo: “Bueno, la razón es que el creer en Dios les ayudó a nuestros antecesores a sobrevivir. Por lo que, en alguna manera, la evolución selectiva preservó ese rasgo, y de ahí su realidad compartida”. Pero eso plantea un problema. Una de las cosas que me fascinan en los escritos de estos modernos ateos, así Richard Dawkins, Christopher Hitchens, y Daniel Dennett, entre otros, compartiendo todos ellos, además, una misma aproximación al tema, es que afirman que si algunos creemos en Dios no es porque Dios exista, sino porque estamos formateados para así hacerlo. Como si de hecho fuera imposible evitarlo. A fin de cuentas, eso les ayudó a nuestros antepasados a sobrevivir.

 

Personalmente, lo que más me llama la atención es que la mayoría de las reseñas críticas, destacando las de revistas del prestigio de London Review of Books, New York Times Review of Books, y New York Review of Books, han sido de signo bastante negativo. Y aun sin ser esos críticos cristianos (como es el caso de Leon Wieseltier, renombrado profesor de Filosofía y agnóstico por convicción, con una reseña en New Republic de los escritos de Dennett), lo que dicen, y con toda razón, es que: el problema cuando se dice que la creencia en Dios o la moralidad forman parte de nosotros, esto es, que nuestra capacidad para formular creencias o impulsos morales son resultantes de la evolución y que, en consecuencia, no pueden informarnos acerca de la verdad de las cosas, sino únicamente ser de ayuda en la supervivencia, es que se ha tratado de demostrar mucho más de lo factible. Si no podemos fiarnos de lo que nuestra facultad para elaborar creencias nos dice acerca de Dios y lo moral, y ello por ser mera herramienta de ayuda en la supervivencia, ¿qué razón puede entonces haber para confiar en nuestra facultad de elaboración de creencias cuando nos dice que la evolución es un hecho cierto? ¿Cómo puede alguien atreverse a erradicar con escalpelo las creencias ajenas sin aplicar idéntica medida a las suyas?

 

Alvin Plantinga, de la Universidad de Notre Dame, ha analizado esta cuestión al nivel superior en varios de sus libros. Como filósofo, opina: si nos convencemos de que todo lo que hay en nosotros es resultado de la evolución, y que nuestra capacidad para elaborar y formular creencias existen únicamente con el fin de facilitar la supervivencia, pero no porque nos estén informando acerca de la verdad, lo siguiente es que no podremos confiar en las facultades cognitivas como referente respecto a la realidad. De hecho, y como mucho, una leve paranoia respecto a lo real nos será de mayor ayuda que una dosis certera de lo auténticamente real. Ahora bien, si en buena lógica no es posible confiar en lo que nuestras facultades nos dicen acerca de Dios o lo moral, imposible proponer como alternativa válida que sí podemos en cambio confiar en lo que esas mismas facultades nos digan respecto a la teoría de la evolución. De lo que se sigue que enfrentados a una teoría, pongamos por caso, como la teoría de la evolución, tampoco deberemos fiarnos de lo que nuestra mente nos diga.

 

Al final de Abolition of Man, en relación con los que descalifican la religión y lo moral como “cuestión menor dentro de la evolución” o “no es más que esto, o aquello”, C. S. Lewis se expresa en los siguientes términos:

 

No es en manera alguna posible “descalificar porque sí” de forma indefinida: el resultado o consecuencia final será que la descalificación se descalifica a sí misma. Imposible igualmente “ver más allá de lo que hay” por norma. El sentido de tratar de ver más allá es el ver algo como resultado de ello. Buena cosa es que la ventana sea transparente, ya que la calle, o el jardín, son opacos. ¿Qué ocurriría si pudiéramos ver también a través del jardín en sí? Pero lo cierto es que de nada sirve tratar de “ver a través” de los principios básicos fundamentales. Si pudiésemos ver penetrando a través de todas las cosas, todo acabaría siendo transparente. Pero un mundo por entero transparente es en realidad un mundo invisible. El “ver a través” de todas las cosas es lo mismo que no ver nada en absoluto.

 

Por lo que si tal como Nietzsche dijo: “Toda propuesta de verdad no es más que aspiración a dominar”, también lo es su propia conclusión y, por lo tanto, ¿por qué hay que hacerle caso? En palabras de Freud: “Todo lo que pueda decirse acerca de Dios no será en definitiva más que proyecciones psicológicas que nos ayudan a enfrentarnos a nuestros sentimientos de culpa y de inseguridad”. En lógica consecuencia, también lo será lo que él dice respecto a Dios. ¿Qué razón hay pues para escucharle? Y si, tal como propugnan los científicos de la evolución, lo que nuestro cerebro nos dice acerca de la moral y Dios no es real, sino meras reacciones químicas diseñadas para transmitir a las siguientes generaciones nuestro código genético, ¿qué sentido puede tener lo que el cerebro les diga sobre el mundo y la evolución, y por qué tendríamos que hacerles caso? En última instancia, el ver a través de todas las cosas acaba suponiendo no ver nada en absoluto. Y si tratamos de descalificar toda posible creencia en Dios apelando a la evolución, habremos asimismo descalificado toda otra posible cosa. De ahí que la descalificación se descalifique a sí misma.

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[1] Stanley Fish, “One University Under God?” The Chronicle of Higher Education 51, no.18 (2005): C1

Este artículo es el primero de la serie de tres:  «La razón de Dios. La exclusividad de la verdad».

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