
La razón de Dios. La exclusividad de la verdad (II)
Timothy Keller
The Veritas Forum en la Universidad de Chicago, 2008
4. ARGUMENTANDO A LA CONTRA
La siguiente estrategia empleada es la de condenar la creencia en Dios argumentando en contra con el fin de erradicarla. Esta es de hecho la manera en que la mayoría de las personas tratan de hacer callar a los que dicen tener la verdad. Su argumento es que el decir eso fomenta la división. ¿Cómo puede nadie atreverse a decir que su religión es la verdadera? ¿Qué da derecho a decirlo? Además, es propio de mentes estrechas y exclusivistas.
Una de las más conocidas proclamaciones de verdad religiosa excluyente es, sin duda, que Jesús es el único camino para conocer a Dios. Jesús mismo dice en Juan 14: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí”. Afirmación exclusivista por excelencia respecto a la auténtica verdad. Jesús es el verdadero y único camino a Dios.
¿Cómo se debe responder ante semejante proclamación? Ante la objeción: “Todas las religiones son iguales, ¿cómo te atreves tú a decir que Jesús es el único camino?”, la respuesta sería, con el debido respeto, decir que eso no es así. Permitidme que explique por qué. Los fundadores de las otras religiones principales se presentan diciendo: “Soy un profeta, y mi misión es mostraros el camino que lleva a Dios”. Pero lo cierto es que, de entre todas las principales religiones, solamente el cristianismo tiene un fundador que se atreve audazmente a decir: “Yo soy Dios, y he venido para encontrarte”. ¿Somos conscientes de la diferencia que eso supone?
¿Sabéis, además, el número de veces que Jesús hace esa afirmación? En Lucas 10 Jesús les dice a sus discípulos: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo”. Y yo me imagino a los discípulos pensando al oír eso: “¿Cuándo viste eso? ¿Dónde estabas tú? ¿Y quién se supone que eres?”. En Mateo 23, Jesús responde ante los que le critican: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían!”. Con lo que viene a querer decir: “Soy el poder que sustenta el universo, el que envía profetas y sabios al mundo, y vosotros os habéis atrevido a matarles”. Y dice también en Juan 8: “Antes que Abraham fuese, yo soy”. Y si replicamos: “Bueno, yo de eso nada sé, y además no estoy de acuerdo con una doctrina que hace a Jesús igual a Dios. Lo único que sé es que amo sus enseñanzas. Es más, yo acepto todas y cada una de las enseñanzas del cristianismo”. Si esa es tu postura, tengo que decirte, con todo mi respeto, que eso demuestra que no conoces a fondo las enseñanzas de Jesús, porque, de hecho, están inextricablemente unidas a quien dice ser, y ¡más de una vez!
En cierta ocasión estuve en una mesa redonda con un imán y un rabino, en una charla dirigida a un grupo de personas pertenecientes a New School of Social Research, con sede en la zona centro de Nueva York. Y lo que realmente molestó a todos los presentes fue cuando dije: “Si Jesús no es tan solo un profeta que nos muestra el camino hacia Dios, sino que es Dios mismo venido al mundo para encontrarnos, eso significa que el cristianismo es una religión superior. Y será una mejor manera de encontrar nosotros a Dios, puesto que él ya ha salido a nuestro encuentro. Por otra parte, además, si lo que Jesús dijo no fuera cierto, el cristianismo vendría a ser una religión inferior, e incluso una religión blasfema, y Jesús no sería más que un visionario loco, o un fraude. El cristianismo no puede calificarse de religión, y ello, desde luego, tanto para bien como para mal”.
Y sucedió que, a diferencia del auditorio, tanto el imán como el rabino estaban totalmente de acuerdo conmigo. Ellos no tenían ningún problema en así admitirlo, pero los estudiantes no estaban en absoluto conformes.
No, no y no. De ninguna manera. Los tres sois iguales en el fondo. A lo que, como ponentes, respondimos: ¿Con qué base os atrevéis a disentir? Está claro, por vuestra reacción, que no estáis prestando atención a lo que decimos. Eso es lo que dicen nuestras respectivas formas de fe. Y en modo alguno puede decirse que todas las religiones sean iguales.
Hay, por supuesto, otra posible forma de reaccionar ante proclamaciones de exclusividad, y es decir que todas por igual son erróneas. De hecho, eso es lo que dicen Dawkins, Hitchens, y otros más en su línea. Según ellos, todas las religiones se equivocan y están en un error porque afirman poseer la verdad, cuando es un hecho que nadie la conoce. Todas las religiones tienen un porcentaje de cierta clase de conocimiento, pero nadie conoce la verdad en su totalidad. Y el ejemplo al que se recurre a modo de ilustración es el de los ciegos y el elefante, que es como sigue. Un pequeño grupo de hombres ciegos van andando por un camino cuando, de repente, se topan con un elefante. Cada uno de ellos palpa un parte distinta del cuerpo del animal, diciendo el ciego que palpa la trompa: “Vaya, los elefantes son como las serpientes, con un cuerpo largo y flexible”. Otro de ellos dice en cambio, al tocar una pata: “Creo que son más bien como el tronco de un árbol”. Y así van diciendo cada uno sus conclusiones respecto a la forma del elefante según la parte que investigan. Y son muchas las personas que dicen entonces: “Qué perfecta ilustración de las distintas religiones”. Todas piensan que conocen al elefante en su totalidad, esto es, que poseen la verdad al respecto. Pero lo cierto es que tan solo conocen una parte limitada. Todas las religiones son ciegas en ese sentido. ¿Cómo es entonces que se atreven a decir que poseen la verdad absoluta?
Pero surge ahí un problema peculiar. El filósofo Michael Polanyi dio con una respuesta, y Lesslie Newbigin, estudioso de nacionalidad británica y pastor de culto cristiano, lo ha puesto en forma narrativa. Lo que Newbigin dice al respecto es que el auténtico fondo e intención de esa historia no es casi nunca tenido en cuenta. La historia se cuenta desde la perspectiva de alguien que no es ciego. Porque, ¿cómo puede saberse que cada uno de esos ciegos estaba palpando tan solo una parte del elefante si no es porque uno está contemplándolo en su totalidad? Si la persona que cuenta la historia fuera también ciega, no habría forma de saber lo que ellos no pueden saber. De lo que se sigue que la única manera posible de decir que nadie conoce la verdad es dar por supuesto que uno tiene un conocimiento superior al resto. Y la única forma de saber que ninguna religión puede contemplar la verdad de la realidad espiritual en su totalidad es poseyendo un conocimiento de índole superior respecto a las demás.
Hay una aparente humildad en semejante actitud, afirmando que la verdad es muy superior a lo que podamos humanamente captar, pero eso es algo que, de aplicarse para descalificación de todo posible discernimiento de la verdad, se convierte en arrogante asunción de posesión de una clase de conocimiento superior a [todo otro].[2]
Si decimos: “Yo no sé qué religión es la verdadera”, estaremos siendo humildes. Pero si decimos: “Nadie puede conocer la verdad”, estaremos siendo dogmáticos, por presumir de saber la verdad última y definitiva, por encima de cualquier posible religión, siendo el caso que eso es justamente lo que críticas en otros. El ataque al contrario se vuelve contra ti, como bien se hace notar en filosofía.
Personalmente, he tenido ocasión de sostener conversaciones argumentando en esa línea ante una ausencia de creencia en el cristianismo y en Cristo. Y llega siempre un momento en que esa persona me dice de forma repentina: “Veamos, ¿qué es lo que estás tratando de decirme?”. A lo que yo respondo: —Estoy sencillamente tratando de evangelizarte. —¿Quieres decir que estás tratando de convertirme? —Eso es. —¿Estás tratando de conseguir que yo adopte tu visión de la realidad espiritual y que yo me convierta? —Efectivamente. —¡Qué mentalidad tan estrecha, y qué horrible! Nadie tiene derecho a decir que su visión de lo espiritual es superior que cualquier otra, tratando así de convertir a la gente. ¡No y mil veces no! Todo el mundo debería respetarse mutuamente sin interferir. —Para ahí un momento —respondo yo—. Tú quieres que yo adopte tu postura respecto a la realidad espiritual, y que piense lo mismo que tú respecto a las distintas religiones. ¿Qué puede decirse entonces de lo que tú tratas de hacer conmigo? Porque lo que tú estás ahora diciendo es que tú tienes tu propia visión de la realidad espiritual, y que yo haría mejor, y el mundo se beneficiaría, si adoptamos esa visión tuya. Pero yo tengo mi visión personal de la realidad espiritual, y creo que la mía es mejor que la tuya, y por eso trato de convencerte. Que es lo mismo que tratas de hacer tú. Si me dices: “No evangelices”, ya estás tú haciéndolo, tratando de convertirme a tu manera occidental y privada, de hombre blanco, ilustrado e individualista, de contemplar y entender la religión.
Te das cuenta ahora de quién está siendo estrecho de mente? Resulta que no es limitado afirmar poseer una verdad exclusiva porque todo el mundo así lo hace, a su manera. ¿Qué sentido tiene entonces decir que nadie puede conocer la verdad, que las verdades universales no existen. ¡Ah! ¿Con eso quieres decir universalmente? Pero es que eso es lo que todo el mundo hace respecto a la verdad, proclamando poseerla. No hay nadie que no tenga su propia visión de lo verdaderamente real. Y todo el mundo, además, piensa que el mundo mejoraría si los demás adoptaran su visión personal al respecto. Absolutamente todos. Ni uno más ni uno menos.
Llegados a este punto, ¿en que consiste ser estrechos de miras? El concepto de estrechez no forma parte del contenido de una proposición acerca de la verdad. La estrechez está en la actitud que adoptemos respecto a aquellos que no compartan nuestro punto de vista. Si adoptamos un aire de desdeñosa superioridad, pensando en nuestro fuero interno: Qué primitivas y poco ilustradas son esas personas, permitiéndonos además hacer continuos comentarios derogatorios al respecto, seremos nosotros los estrechos de miras. Pero, es que no me interesa en absoluto lo que tú puedas pensar y creer acerca de lo real, y de la religión, y menos aun hasta qué punto te consideras escéptico —porque está claro que eres un fundamentalista—. El simplemente tratar de argumentar diciendo que no se pueden hacer proposiciones exclusivistas relativas a la verdad, porque eso es incurrir en estrechez y limitación de horizontes, ya que nadie conoce la auténtica verdad, a la vista de que todas las religiones son iguales, no da resultado en la práctica. Si te paras a pensarlo bien, el decir que nadie tiene derecho a proclamar verdades absolutas o exclusivistas, es postura que adolece en sí de credibilidad, siendo, además, en la mayoría de los casos, patentemente hipócrita.
La estrechez de miras no está en contenido de las proposiciones respecto a la verdad, sino en la actitud que tengamos para con los que no piensan como nosotros.
5. CONFINÁNDOLA A LA ESFERA DE LO PRIVADO
Permitidme que vaya todavía más allá. La última cosa que suelen decir las personas, con el fin de neutralizar proclamaciones de carácter exclusivo respecto a la verdad en lo concerniente a la religión, es: “Vale, tú piensa lo que mejor te parezca, pero limítalo a la esfera de lo privado. Y no se te ocurra mezclarlo con la política”. Cuando se trata del discurso público, argumentando además a favor de medidas de carácter asimismo público, el consenso general es que no se debe en ninguna manera apelar a una razón de índole religiosa, porque la única permitida es la secular.
Richard Rorty, filósofo pragmático de excepción, fallecido recientemente, diría sin duda que la religión en la esfera de lo público pone fin a todo diálogo. Tan pronto como la persona empieza a decir que determinada forma de comportamiento es la que debería regir en la sociedad, aduciendo una razón religiosa como respaldo, todo posible diálogo termina, porque las personas que no tengan su misma religión no tendrán acceso a esa razón. De ahí, concluye Rorty, que haríamos bien en mantener las concepciones religiosas en el ámbito de lo totalmente privado, juntándonos en cambio, y de forma pragmática, para dar solución efectiva a problemas inmediatos, como es el caso de la escolarización, la pobreza, la cohesión social, y demás cuestiones de carácter práctico e inmediato. Trabajemos todos juntos dejando a un lado las ideas religiosas. Y en eso consiste la privatización.
Pero eso no dará resultado en la práctica y hay una razón para ello. Tan pronto como se empieza a decir que la sociedad debería ser de esta o aquella manera, estaremos argumentando sobre la base de una visión respecto al mundo. Como algunos dicen, construyendo una identidad narrativa, una forma particular de entender el sentido de la vida. Así, por ejemplo, hay quien dice que Dios no existe y que lo moral es algo relativo; por lo tanto, sostienen, cada persona tiene derecho a decidir por sí misma qué está bien y qué está mal, según propio criterio, viviendo de una forma que permita realizarse a título personal, y siempre y cuando no interfiera con lo que otra persona pueda estar haciendo con idéntico derecho. ¿Es posible demostrar la validez de esas conclusiones? ¿Puede demostrarse que Dios no existe? ¿Puede demostrarse que lo moral es algo relativo? ¿Puede demostrarse la validez de ese enfoque individualista de la vida y su significado?
Dos son las formas en que puede algo ser considerado un hecho. Y algo es un hecho si es evidente en sí mismo. No podemos demostrar que estemos aquí, y los filósofos así nos lo recuerdan. Los que hemos visto Matrix sabemos que no es posible demostrar que estamos realmente aquí. De hecho, es muy poco lo demostrable respecto a casi cualquier cosa. Pero, aun así, no deja de ser evidente a ojos de los que nos ven que estamos aquí y que existimos. Cualquiera que entre ahora en el aula y nos vea dirá: “Efectivamente estáis aquí”. Además, y en segundo lugar, si se puede demostrar empíricamente, entonces es que es un hecho.
Ahora bien, ¿qué ocurre si decimos que los seres humanos realmente importan, y que nadie debería pisotear sus derechos? O que todo el mundo tiene derecho a decidir qué es lo que está bien o mal a título personal. La auténtica cuestión es, sin embargo, que se trata de proposiciones de carácter religioso, y no todo el mundo se maneja bien en ese terreno. Recordemos aquí que Rorty afirma que el problema está en que argumentando a partir de la religión son muchas las personas que se quedan fuera por carecer de experiencia de primera mano. La única cosa cierta en todo este asunto es que cualquier cosa que se pueda decir va a tener su origen en una forma de entender el mundo que no está al alcance de todos.
Pensemos en un ejemplo inmediato: las leyes sobre el divorcio. ¿El conseguir el divorcio debería ser fácil o difícil? En las culturas tradicionalistas, con distinta identidad narrativa, el individuo no tiene la misma importancia que la familia. Lo que importa es cumplir con las expectativas de la propia familia y las de la tribu. El individualismo propio de Occidente, vástago de la Ilustración, afirma que el individuo, y la felicidad individual, la realización personal y la propia consciencia es más importante que el clan y la comunidad, e incluso que la tradición y los valores compartidos. ¿Estaríamos de acuerdo? ¿Sabemos bien lo que eso supone en su fondo? Aquellos de vosotros de trasfondo cultural tradicional —pongamos por caso, el confucionismo, el hinduismo, el protestantismo, el catolicismo, o el judaísmo— teniendo por ello una idea clara respecto al sentido de la vida, vais a querer que conseguir el divorcio entrañe dificultad. En cambio, aquellos que entiendan el individualismo a la luz de la Ilustración en Occidente, van a querer un divorcio fácil, y ello por pensar que el propósito del matrimonio es la realización de la persona a título individual. Y hay quien piensa que el propósito del matrimonio incluye ayudar a los hijos a desarrollarse en la debida forma, y el bien de la comunidad.
Adónde nos lleva pues la postura de Richard Rorty? De entrada, nos dice que dejemos a un lado la religión y que trabajemos juntos para resolución práctica de los problemas. Pero toda posible solución práctica, que podamos considerar buena y válida, va a depender en última instancia de una visión particular de lo humano y del sentido que se dé a la vida, y ello sobre la base de presupuestos de fe no demostrables. Y ahí es donde se demuestra que los seres humanos somos religiosos, tanto si lo admitimos como si no.
Carolyn Fluehr-Lobban fue durante un tiempo profesora de antropología cultural, estando convencida de que toda moral es de elaboración social en su base. De ahí que creyera que no se debería imponer la moral propia a otras culturas. Con ocasión de un tiempo dedicado a trabajar en África, pronto se le hizo evidente la tremenda opresión que sufría la mujer. En su escrito Chronicle of Higher Education cuenta, en un fascinante artículo, acerca de la angustia que sintió al tratar de convencer a los líderes de la sociedad africana de que su actitud y comportamiento para con las mujeres era injusto y condenable. Siendo la respuesta recibida: “No trate de imponernos sus concepciones y valores”. Añadiendo: “Y no intente tampoco imbuirnos con sus creencias religiosas personales”.
Su reacción fue la de negar semejantes ideas e intenciones. Pero empezó sin embargo a hacérsele evidente que había parte de verdad en esas acusaciones: como humanista secular, creía firmemente en los derechos humanos. Pero es el caso que no todo el mundo lo ve de la misma manera. Además, los derechos humanos no pueden ser demostrados de manera fáctica. Hace falta un compromiso asociado a una convicción religiosa para hacer de ello algo operativo. Y por guardar una relación con la fe, no puede decírseles a las personas religiosas: “No hables de tu doctrina en la esfera de lo público, pudiéndose en cambio hablar acerca de una doctrina menos institucionalizada sin cortapisas”. Eso no es en absoluto justo.
Los derechos humanos no pueden demostrarse de forma fáctica. Hace falta un compromiso asociado a una convicción religiosa para hacer de ello algo operativo. Y por guardar una relación con la fe, no puede decírseles a las personas religiosas: “No hables de tu doctrina en la esfera de lo público, pudiéndose en cambio hablar de una doctrina menos institucionalizada sin ninguna cortapisa”. Eso no es justo.
Esa es la razón de que cada vez sean más las personas que hablen de una diferencia entre un secularismo de privilegios y un secularismo pasivo de procedimiento. El secularismo privilegiado sostiene que en la esfera de lo público y, muy en particular, en el debate sobre las leyes a dictar, se puede recurrir a una visión secular de las cosas, aplicando nuestro trasfondo ilustrado e individualista, para la elaboración de las leyes necesarias, pero no para otras cosas. Así, no podemos descalificar otras formas de ver el mundo para eludirlas, cediendo así terreno a una religiosidad respaldada por el Estado. Ahora bien, el secularismo de procedimiento, o pasivo, aboga por un Estado neutro que no apoye ninguna religión o iglesia con fondos públicos, u otras posibles disposiciones más. Pero lo cierto es que nadie comprometido con medidas sociales en la esfera de lo público, que luche por conseguir un respaldo oficial, tiene la libertad necesaria para obviar el factor religioso, aun así queriéndolo. Y lo cierto del caso es que, de no disponer de argumentos razonablemente amplios, no va a conseguir atraer a un número significativo de personas, no obteniendo por tanto los votos necesarios. El resultado final es que el que mejor gana. Y tanto da que sea patente o remiso, implícito o explícito en su postura religiosa. Ahora bien, si la privatización tampoco da resultado, ¿qué es lo que se puede hacer?
________________________
[2] Lesslie Newbigin, The Gospel in a Pluralist Society (Grand Rapids: Eerdmans, 1989).
Este artículo es el segundo de la serie de tres: «La razón de Dios. La exclusividad de la verdad»
© 2014 «Timothy J. Keller», Básicos Andamio
© 2015 porfineslunes.org. Usado con permiso
Permiso: Permitimos y animamos a reproducir y distribuir este material ya sea de forma completa o parcial tanto como se desee, siempre y cuando no sea cobrando o solicitando donativo alguno por ello, más que el coste de reproducción. Para uso en internet, por favor, usar únicamente a través del link de esta página. Cualquier excepción a lo anterior debe ser consultada y aprobada por porfineslunes.org. Contacto: info@porfineslunes.org
Por favor, incluir el siguiente enunciado en cualquier copia a distribuir:
© 2015 porfineslunes.org.
Una iniciativa de los Grupos Bíblicos de Graduados de España (GBG).
Grupos Bíblicos Unidos (GBU). Website: gbu-es.org