
La sabiduría en la vida familiar (II)
Pedro Sanjaime
El segundo principio que Proverbios enfatiza, después, o simultáneamente, con el temor (entendiendo el temor como respeto), tiene que ver con la sabiduría, el principio de la sabiduría es el temor a Dios:
«el temor de Jehová es escuela de sabiduría y a la honra precede la humildad», (Proverbios 15:33)
1. Inteligentes pero no sabios
Proverbios utiliza repetidamente a lo largo del desarrollo de todo su contenido, las palabras entendimiento, inteligencia, juicio, discernimiento, conocimiento, sabiduría, prudencia, e instrucción. Hay una constante en el uso de estos términos y el énfasis recae sobre la racionalidad de la persona. El temor respetuoso produce sabiduría y reflexión, cuando la persona tiene temor respetuoso hacia Dios, ese temor produce sabiduría y capacidad de reflexionar, algo que existe muy poco hoy en día. Sin embargo, no se trata de una sabiduría académica, o de la capacidad de control de datos. Se trata de la ciencia de la vida, de la ciencia que nos capacita para afrontar los problemas más significativos y más fundamentales de la vida. Tiene que ver con las decisiones más importantes que debemos tomar, tiene que ver con los valores de la vida, con la relaciones humanas que afectan a la conducta.
El término hebreo «yadah» (sabiduría) es mucho más que la inteligencia académica (scentia) es, ante todo sapiencia. Es la capacidad de percibir mas allá de lo observable y se adquiere por el ejercicio de los sentidos internos que provee el Espíritu Santo (Hebreos 5:14). Es la inteligencia práctica que convierte la teoría en comportamiento humano y este, en teoría. En otras palabras, la persona sabia es aquella que vive coherentemente con el conocimiento adquirido y, a su vez, su conducta facilita la retroalimentación de su conocimiento. Hoy día es muy fácil encontrar personas inteligentes, pero hay pocos sabios con capacidad de discernir y vivir por encima de las apariencias.
De hecho, diríamos que nuestra sociedad es una de las sociedades más cultas, más preparadas, más ilustradas de todos los tiempos, pero con menos capacidad de relación con los demás, o de aguante, o de sacrificio y de servicio para afrontar las realidades básicas de la vida. Curiosamente estudiamos y dedicamos años de esfuerzo y dinero para prepararnos para una profesión o para un negocio, pero no nos preparamos para las tareas más importantes de la vida como ser padres, o ser esposos, o ser hijos. No es de extrañar que triunfemos en nuestros negocios o en nuestros estudios pero fracasamos en la familia y en las relaciones personales. Somos más inteligentes, pero menos sabios, somos más productivos pero menos constructivos, tenemos más pero somos menos.
Por eso, cuando Proverbios habla de la sabiduría de la vida, no habla específicamente de la adquisición de títulos académicos ni de la capacidad de manejar datos, sino de la capacidad de adquirir valores en la vida que dominan y gobiernan las relaciones de la persona con los demás y con su entorno. Proverbios enfatiza la sabiduría en contra de la vulgaridad y de la simpleza:
«el avisado ve el mal y se esconde, mas los simples pasan delante y reciben el daño», (22:3)
El hombre prudente ve el mal, observa, es una persona consciente que anda precavidamente, que tiene la capacidad de entender de observar y ver el mal antes de que este le sorprenda, luego toma una decisión coherente, el escapar de esa situación implica una conducta que gravita con los valores adquiridos de la persona. Pero el simple, no es capaz de percibir el mal, no piensa y no tiene esa precaución, el que es vulgar sigue adelante y como consecuencia recibe el daño.
Sería bueno que los jóvenes crecieran con esa sabiduría a la hora de elegir al cónyuge con el que compartir sus vidas. Que fueran personas lo suficientemente sabias como para poder evaluar delante de Dios que valores son los que están motivándoles en su elección. En muchos casos sólo se decide sobre la base de valores estéticos, de valores de lo que podemos obtener instantánea y momentáneamente para el placer personal, y como consecuencia se sigue la vulgaridad, y la vulgaridad nos lleva a ir hacia delante sin pensar, sin reflexionar, sin meditar y sin valores que ilustren nuestras decisiones y el resultado es sufrir las consecuencias de una mala decisión por falta de sabiduría. Proverbios nos recuerda que para la vida, hace falta ser sabios, hace falta ser entendidos, hace falta tener valores que realmente gobiernen nuestras vidas. Pero la sabiduría no se consigue en un microondas, sino en el laboratorio de la vida diaria.
El hogar, debería ser el centro de enseñanza, donde padres, hijos y cónyuges se instruyen en sabiduría. ¿Cuántos padres pasan el tiempo necesario con sus hijos, quizás delante de la televisión, quizás para hacerles ver la absurda y agresiva manipulación que desde los medios de comunicación se hace sobre nuestros hijos para que se conviertan en consumidores compulsivos de los productos o de la moda o de los valores que nos quieren vender?; ¿cuántos padres nos sentamos con nuestros hijos para dialogar sinceramente con ellos de sus inquietudes, de sus sueños y frustraciones?, ¿cuántos padres tenemos una línea de comunicación personal abierta con nuestros hijos que no sea a través del móvil? ¿Cuántos padres estamos dispuestos a desarrollar con nuestros hijos la capacidad crítica sobre el entorno, sobre la manipulación constante que recibimos en todas las áreas de la vida?
Pero para ello es necesario temer a Dios. Sin el temor a Dios no puede haber verdadera sabiduría y cuando un padre teme a Dios (desde la perspectiva adecuada), entonces crecerá en sabiduría, y entonces aquellas cosas que posee en la vida, sean los hijos, sea el cónyuge, sea la familia o sea el trabajo, lo verá desde otra perspectiva. Verá la dignidad de esas personas o cosas y las tratará con dignidad que cada cual merece.
Un padre que teme a Dios, ha aprendido a temer por sus hijos y cuando teme por sus hijos dedicará todo esfuerzo espiritual por ellos. Los hijos que aprenden a ver el esfuerzo de sus padres y aprenden a respetarlos, dedicarán esfuerzo por sus padres también, por supuesto salvo excepciones, porque a fin de cuentas el ser humano es libre también y pueden optar por otros caminos totalmente contrarios a la sabiduría, espero que entendamos estas excepciones, pero en principio el libro de Proverbios nos plantea la necesidad de que el hogar sea un centro de sabiduría para la vida. Lamentablemente, esto no lo van a enseñar en las universidades ni en los colegios ni en la calle ni en la televisión, más bien parece que nos van a preparar para ser arrogantes, para triunfar, para competir, para ser superiores a los demás, para exhibirnos públicamente y para saber defendernos de las agresiones de aquellos que persiguen los mismos objetivos.
2. Superficialidad Familiar
«como aguas profundas, es el consejo en el corazón del hombre, más el hombre entendido lo alcanzará», Proverbios (20:5)
Me da la sensación de que muchas familias viven en la superficie de las relaciones familiares. El texto de Proverbios nos recuerda que el consejo, «la vida de la persona», es algo que no se observa a simple vista. Uno tiene que zambullirse hacia la profundidad para encontrarlo. Es en el «fondo» donde se encuentra la verdad de la persona de modo que la superficialidad solo se preocupa de las apariencias pero no de la realidad.
La parte del iceberg que hundió el Titanic y con él, cientos de vidas, fue la parte que estaba en «aguas profundas». La parte visible del iceberg no representó ningún peligro para el crucero. El peligro estaba en el fondo y fue dramático el haberlo ignorado. Pero la historia del Titanic es la historia de muchas familias que viven de apariencia superficial e ignoran el problema de «fondo».
Cuando no hay un diálogo, una comunión, un profundizar en la vida del otro; los cónyuges viven relaciones muy superficiales, padres con hijos, hijos con padres o con sus abuelos. Uno de los factores más destructivos que se vive hoy es la soledad en la familia. Cuando veníamos hacia aquí, íbamos escuchando un debate sobre la anorexia y la bulimia, de la cual se está hablando tanto estos días. Comentaban que «una de las causas de la anorexia es la soledad de las jóvenes en la familia que juntamente con otros factores como los medios de comunicación, las modas y las modelos que promueven un cuerpo anoréxico para ser atractivos, está destruyendo a muchos jóvenes». La obsesión por el cuerpo cobra un mayor protagonismo cuando dentro de la propia familia no se está valorando a la persona por lo que es, ni se está profundizando en la relación personal o en las necesidades del joven. Lo mismo diríamos de los padres, padres que se sienten solos e incomprendidos por los hijos, abuelos aislados o ignorados, cónyuges que viven bajo el mismo techo y duermen juntos pero se sienten solos e incomprendidos. En cualquier caso, un reflejo de la superficialidad existente en las familias.
La verdadera sabiduría debe cultivarse dentro del entorno familiar y es ahí donde aprendemos a conocernos, donde convivimos y donde podemos confrontar, ilusiones y preocupaciones, angustias y gozos profundos que vive el ser humano, la soledad y la comunidad, el vacío y la plenitud, la incomprensión y la intimidad, lo bueno y lo malo. Si esto es necesario para los adultos, ¿cuánto más lo necesitan los adolescentes que viven en un mundo de confusión que ni ellos mismos entienden?. La importancia de ayudarles, de sentarnos para guiarles en ese proceso de descubrir un mundo nuevo, un mundo externo y un mundo interno, que ellos no comprenden y que no saben donde ubicarse frente a tantas posibilidades que les seducen.
Lo que Dios nos propone es que desarrollemos profundidad en la experiencia humana, nuestro Dios no se conforma en que tengamos una relación superficial con El o con los demás. Su objetivo es que la familia y la iglesia sean las comunidades de formación de las personas que creen en El. Jesús recordó que «de lo profundo del corazón pueden nacer las actitudes malignas que contaminan al ser humano» (Mateo 15:18-20). Si el corazón es ignorado, las normas externas se convierten en un legalismo frío e incapaz de controlar las pasiones del corazón. Sin embargo, para las personas nos es más cómodo movernos en la superficialidad, nos es más cómodo ser religiosos que vivir por fe una experiencia diaria de relación con Dios. Por supuesto que Él quiere llegar a lo profundo del corazón, donde está escondido el verdadero consejo, los verdaderos sentidos del ser humano, donde están escondidas también nuestras intenciones, El las conoce, lo que pasa es que nosotros no estamos dispuestos a abrir nuestro corazón a Dios porque nos da miedo, quizás porque en la vida hemos recibido demasiados golpes y cuando hemos abierto nuestro corazón a otra persona, incluso dentro de la familia o a nuestro cónyuge, hemos recibido un palo o un desengaño. Es entonces cuando aprendemos a cerrar nuestro corazón, a poner una especie de corsé que nos proteja, bueno, nos parece que nos protege, pero lo que hace es endurecer nuestras vidas, nos hace perder la comunicación y la frescura de la relación con el otro. El rencor, el resentimiento y la desconfianza aparecen y es entonces cuando nos volvemos a la superficialidad.
© 2004 Pedro Sanjaime © 2004 Básicos Andamio
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