
La tiranía de lo urgente (II)
Charles E. Hummel
Esperando instrucciones
¿Cuál fue el secreto del ministerio de Jesús? Encontramos una pista en el relato que hace Marcos de lo que pasó después del atareado día de enseñanza y sanidad del que ya hablamos. “Muy de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, Jesús se levantó, salió de la casa y se fue a un lugar solitario, donde se puso a orar” (Marcos 1.35). Orando, esperó instrucciones de su Padre. Jesús no tenía un plan o programa diario escrito por la mano de Dios; descubría la voluntad del Padre día a día en oración. Por eso fue capaz de resistir las demandas de otros y hacer lo que realmente era importante para su misión.
Cuando Simón y sus compañeros buscaron a Jesús y finalmente lo encontraron, exclamaron, “Todo el mundo te busca” (v. 37). Los discípulos se habían sentido incómodos por el retraso de su maestro. ¿No se daba cuenta Jesús de que en la casa se estaban agolpando personas que aún no habían sido sanadas?
La respuesta de Jesús no pudo haber sido más chocante. “Vámonos de aquí a otras aldeas cercanas donde también pueda predicar; para esto he venido” (v. 38). Entonces se alejó de la multitud que le esperaba y viajó por toda Galilea, predicando en las sinagogas y echando fuera demonios.
En otra ocasión Jesús se enfrentó a una decisión igualmente difícil entre dos tareas valiosas. En medio de un fructífero ministerio a lo largo del río Jordán, donde Juan el Bautista había predicado, Jesús recibió un mensaje urgente de sus íntimas amigas María y Marta acerca de su hermano Lázaro: “Señor, tu amigo querido está enfermo” (Juan 11.3). Juan registra la paradójica reacción del Señor: “Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. A pesar de eso, cuando oyó que Lázaro estaba enfermo, se quedó dos días más donde se encontraba” (vs. 5-6).
La necesidad urgente era prevenir la muerte del amado hermano. Pero, desde el punto de vista de Dios, lo importante era resucitar a Lázaro de la muerte. Por lo tanto, Dios permitió que éste muriera y que sus hermanas lo lloraran. Entonces Jesús viajó a Betania y lloró con la familia. Luego, habiendo proclamado “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mi vivirá, aunque muera” (v. 25), resucitó a Lázaro.
En ambas ocasiones el sí de Jesús al propósito del Padre significó decir no a necesidades humanas urgentes. Para el “varón de dolores… experimentado en quebranto” (Isaías 53.3; RVR 1960), aquellas decisiones frecuentes debieron haber sido extremadamente dolorosas.
Podríamos preguntarnos por qué el ministerio de Jesús fue tan breve, por qué no pudo haber durado cinco o diez años más, por qué tantas personas desdichadas fueron dejadas en su miseria. Debido a que la Escritura no contesta estas preguntas, debemos dejar sus respuestas dentro del misterio de los propósitos de Dios. Pero sí sabemos una cosa: la actitud de Jesús de esperar instrucciones del Padre en oración le liberó de la tiranía de lo urgente. Le dio un sentido de dirección, un ritmo de vida sereno y estable y, al final de su ministerio, la satisfacción de terminar la obra que Dios le había encomendado.
La dependencia que nos hace libres
La libertad de la tiranía de lo urgente se encuentra no sólo en el ejemplo de nuestro Señor, sino también en su promesa. En un intenso debate con los fariseos en Jerusalén, Jesús dijo a quienes creían en él: “Si se mantienen fieles a mis enseñanzas, serán realmente mis discípulos; y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres… les aseguro que todo el que peca es esclavo del pecado… Así que si el Hijo los libera, serán ustedes verdaderamente libres” (Juan 8.31-32, 34, 36).
Muchos de nosotros hemos experimentado la liberación que Cristo da del castigo y del poder del pecado en nuestras vidas. ¿Estamos permitiéndole que también nos libere de la tiranía de lo urgente? En este mensaje Jesús señala el camino: “Si se mantienen fieles a mis enseñanzas.” Este es el camino de la libertad: seguir meditando cada día en las Escrituras y adquiriendo la perspectiva de nuestro Señor.
P.T. Forsyth dijo una vez: “El peor de los pecados es la falta de oración.” ¿Nos sorprende esta afirmación? Normalmente consideramos que el asesinato y el adulterio están entre las peores ofensas contra Dios y contra la humanidad. Pero la raíz de todo pecado es la autosuficiencia –la independencia de la autoridad de Dios. Cuando dejamos de esperar la dirección y la fortaleza de Dios en oración estamos diciendo con nuestras acciones, aunque no lo hagamos con nuestras palabras, que no le necesitamos. ¿Cuánto de nuestro servicio es realmente un “caminar por nuestra cuenta y riesgo”?
Lo opuesto a tal independencia es la oración que reconoce nuestra necesidad de la guía y la fortaleza de Dios. En este sentido hemos visto el ejemplo de Jesús en los Evangelios. Él vivió y sirvió en completa dependencia de su Padre. Contrariamente a la opinión popular, tal dependencia no limita ni reprime la personalidad humana. Nunca somos tan plenamente personales –libres de llegar a ser verdaderamente nosotros mismos- como cuando vivimos en completa dependencia de Dios.
Gastando el tiempo y el dinero
Al contrario que ocurre con el dinero, todos los seres humanos disponemos de la misma cantidad de tiempo. De hecho, cada uno de nosotros tiene todo el tiempo que hay –veinticuatro horas cada día. Sin embargo, ¡qué asombrosa variedad encontramos en el modo en que utilizamos el tiempo y en los resultados de nuestras elecciones! Esto de debe, en gran medida, a las grandes diferencias que existen entre nosotros en talentos, energía y oportunidades. Pero, en última instancia, el modo en que usamos el tiempo depende de nuestras metas. Ocupamos el tiempo en lo que consideramos importante.
En algunas de sus parábolas Jesús presenta la vida humana como una cuestión de mayordomía, de administración de recursos. Relata historias de mayordomos que son buenos o malos según el modo en que administran sus posesiones o las que le son encomendadas. Jesús dice, “A todo el que se le ha dado mucho, se le exigirá mucho” (Lucas 12.48). Pablo escribe, “a los que reciben un encargo se les exige que demuestren ser dignos de confianza” (1a Corintios 4.2). Y Pedro enseña, “Cada uno ponga al servicio de los demás el don que haya recibido, administrando fielmente la gracia de Dios en sus diversas formas” (1a Pedro 4.10).
Antes de considerar algunos principios básicos en la mayordomía del tiempo, notemos un paralelo entre gastar horas y euros. Los publicistas modernos dedican millones de euros para persuadirnos de que sus productos han sido diseñados precisamente para suplir las necesidades que nosotros tenemos. Y los encargados de las tiendas tienen un don especial para colocar los productos de tal modo que atraigan nuestra atención cuando entramos y salimos de ellas. Como resultado de ello a veces gastamos impulsivamente dinero en productos que realmente no necesitamos ni pretendíamos comprar.
Para mí las ferreterías tienen un atractivo especial. Me siento fascinado por la variedad de herramientas y aparatos. Supongamos que necesito un nuevo taladro eléctrico para realizar un proyecto de envergadura en mi casa y, de pronto, recuerdo haber visto una oferta especial en una tienda de tipo ‘cash and carry’ por 17,90 euros. Entonces, pongo 20 euros en mi cartera y me dirijo a la tienda. Sin embargo, al entrar veo un juego de cinco destornilladores especiales rebajados a 3,90 euros y los compro. Varias estanterías después cautiva mi atención un nuevo tipo de llave inglesa, y gasto 6,90 euros más. Cuando, finalmente, llego donde están los taladros eléctricos descubro que ya no tengo dinero suficiente para comprar uno.
Si tuviera el valor de regresar a mi casa y contar a mi familia mi triste historia no encontraría mucha simpatía. ¿Qué pensarían de mi excusa: “No tenía suficiente dinero para el taladro”? En aquel momento los destornilladores y la llave inglesa parecían importantes pero me impidieron comprar lo que realmente necesitaba, el taladro.
Muchos de nosotros nos resistimos a gastar el dinero de esta manera pero no somos tan cuidadosos con nuestro tiempo. Sin embargo, nos quejamos de que el tiempo se nos va, dejando algunas tareas importantes inacabadas. ¿Cuál es el remedio a esta situación?
Los cuatro pasos siguientes nos ayudarán a conseguir un uso más productivo del tiempo: decidir qué es importante; descubrir como estamos utilizando el tiempo; presupuestar las horas y realizar un seguimiento de nuestro uso del tiempo.
Decide qué es importante
Cuando digo, “no tengo tiempo para este proyecto”, realmente quiero decir “no lo considero tan importante como cualquier otra cosa que necesito o quiero hacer.” Por cualquier razón he decidido utilizar las horas de otra manera –en una tarea que me siento presionado a hacer o que disfruto haciendo. Puede ser una tarea planificada o una tarea realizada impulsivamente. En cualquier caso, el problema no es simplemente falta de tiempo sino una decisión que tomo, una elección que hago.
El primer paso para recuperar el control del tiempo es decidir qué actividades son las más importantes, de modo que podamos planificar nuestro tiempo dándoles la prioridad adecuada durante el día, la semana o el mes. No hay una pauta uniforme para todos los cristianos en el uso del tiempo, como no lo hay para el uso del dinero. Dios nos ha dado diferentes capacidades, energías, oportunidades, tareas y necesidades personales. De modo que cada uno de nosotros debería considerar los elementos básicos de una vida cristiana fructífera y, en actitud de oración, plantearse metas específicas. Las siguientes áreas están interrelacionadas y se enumeran sin orden de importancia.
Por un lado está la dimensión de las relaciones personales –con Dios, la familia, los vecinos, los amigos. Pregúntate ¿quiénes son las personas importantes en mi vida y qué demandas y derechos tienen sobre mi tiempo? Otra área la constituye la comunidad cristiana, incluyendo las actividades de adoración y servicio. El trabajo plantea demandas constantes que afectan a nuestro tiempo. También podemos estar involucrados en tareas y programas de la comunidad o el barrio en que vivimos. También deberíamos reservar tiempo para las necesidades personales –hobbies, diversión, ejercicio físico o simplemente tiempos de quietud.
Escribe una meta para cada actividad importante y calcula el tiempo que ocupará durante los próximos meses. Luego reflexiona sobre la importancia relativa de estas metas, pero no comiences todavía a elaborar un horario. En este paso simplemente identifica las actividades más valiosas en tu vida.
Charles E. Hummel (1994) La tiranía de lo urgente. I.V.P: Downers Grove, Illinois (rev. ed.)
Traducido por Pablo Joel Santana Bonilla.
© 2006 «Charles E. Hummel», Básicos Andamio
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