Las dudas en la vida del creyente (II) – Juan el Bautista: del testimonio a la duda

Fernando Saraví

En los cuatro Evangelios, Juan el Bautista es presentado como el precursor del Mesías. En particular, el Evangelio de Juan lo muestra además en su función de sobresaliente testigo de Jesús (Juan 1: 15, 19-28). Entre otras cosas, el Bautista declara acerca de Jesús que “es superior a mí, porque existía antes que yo”, que es el “Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”, que el Espíritu Santo descendió y permaneció en él, y que era “el Hijo de Dios”.

 

No hay en los Evangelios un testimonio más claro y poderoso acerca de Jesucristo que el de Juan el Bautista. No obstante, más tarde Juan fue encarcelado por Herodes el Tetrarca (Lucas 3: 19-20). Estando en prisión, Juan fue informado por sus discípulos sobre las acciones de Jesús, en concreto haber sanado al siervo del centurión y haber resucitado al hijo de una viuda. Entonces ocurrió algo sorprendente (Lucas 7: 18-20):

 

Los discípulos de Juan le contaron todo esto. Él llamó a dos de ellos  y los envió al Señor a preguntarle:

 

—¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?

 

Cuando se acercaron a Jesús, ellos le dijeron:

 

—Juan el Bautista nos ha enviado a preguntarte: “¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?”

 

¡El mismísimo hombre que había declarado que Jesús existía antes que él, que era el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, que había visto al Espíritu Santo descender sobre Jesús y lo había declarado “Hijo de Dios”, ahora expresaba sinceramente una grave duda sobre la identidad del Señor!

 

Uno podría estar tentado a responder algo como “por supuesto que soy aquél a quien anunciaste y de quien diste testimonio – ¿o ya te olvidaste, Juan?”. Pero Jesús hace algo muy diferente (Lucas 7: 21-23):

 

En ese mismo momento Jesús sanó a muchos que tenían enfermedades, dolencias y espíritus malignos, y les dio la vista a muchos ciegos. Entonces les respondió a los enviados:

 

—Vayan y cuéntenle a Juan lo que han visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los que tienen lepra son sanados, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncian las buenas nuevas. Dichoso el que no tropieza por causa mía.

 

En lugar de responder de inmediato, Jesús sana a muchos enfermos en presencia de los enviados de Juan. Solamente luego, armados con esta evidencia, los envía de vuelta a Juan con su respuesta clara e inequívoca.

 

¿Y qué pasó después? Podríamos pensar que el Señor Jesús se desilusionaría de Juan, que había comenzado con un poderoso testimonio para luego ser asaltado por la duda. En lugar de esto, apenas se fueron los enviados de Juan, Jesús mismo dio buen testimonio de Juan y su ministerio, llegando a decir que era más que un profeta y que “entre los mortales no ha habido nadie más grande que Juan” (Lucas 7: 24-35). ¡Con esto Jesús estaba diciendo que Juan era mayor que Abraham, Isaac, Jacob, Moisés, David, Isaías o Daniel! El Señor no solamente respondió la duda de Juan sino que lo reivindicó públicamente frente a una multitud.

 

En la carta de Judas se nos enseña explícitamente la actitud propia del cristiano (vv. 20-23):

 

Ustedes, en cambio, queridos hermanos, manténganse en el amor de Dios, edificándose sobre la base de su santísima fe y orando en el Espíritu Santo, mientras esperan que nuestro Señor Jesucristo, en su misericordia, les conceda vida eterna.

 

Tengan compasión de los que dudan; a otros, sálvenlos arrebatándolos del fuego. Compadézcanse de los demás, pero tengan cuidado; aborrezcan hasta la ropa que haya sido contaminada por su cuerpo.

 

Judas prescribe la actitud que deben adoptar los cristianos firmes en la fe frente a tres clases de sus hermanos que sufren diferentes problemas, a saber: Los que experimentan dudas, los que sufren el juicio de la ira de Dios y los que están atrapados en conducta inmoral. Aquí nos interesan los que dudan. Nuestra actitud natural sería darnos por vencidos en el mejor caso, y en el peor emitir un juicio negativo contra estos hermanos. Por el contrario, lo que Jesucristo enseña a través de su siervo Judas (v. 1) es una actitud muy diferente: Compadecernos, mostrar misericordia.

 

Al mostrar misericordia estamos ejerciendo juicio sobre el pecado, no sobre el individuo. Esta es la clase de juicio “espiritual” que Pablo alentaba (1 Corintios 6: 1-6) como contrapuesto a la clase de juicio destructivo que tan a menudo se ejerce: “Tú, entonces, ¿por qué juzgas a tu hermano? O tú, ¿por qué lo menosprecias? ¡Todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Dios!” (Romanos 14:10).

 

Si un creyente está firme en la fe y libre de dudas, debe considerarlo no como un motivo de orgullo sino como una bendición que le permitirá ser comprensivo y compasivo con quienes dudan. Y aún cuando uno esté firme ahora, es muy probable que cada uno de nosotros en algún momento de nuestro peregrinaje sea acosado por la duda y tenga necesidad de la ayuda misericordiosa de sus hermanos.

Entonces la duda ¿es buena o es mala?

Permítaseme recordar un viejo chiste de “gallegos” (sin ofensa, ya que 40% de mis antepasados fueron españoles) antes de intentar contestar esa pregunta. Un joven español había emigrado a la Argentina, donde le había ido muy bien en los negocios. Su padre decide ir a visitarlo y le envía un telegrama (hoy podría ser un SMS) con el siguiente texto: “Llego al aeropuerto el próximo domingo a las 9. ¿Me vas a buscar o me tomo un taxi? Cariños de tu padre”. El hijo responde telegráficamente “Sí”. Desconcertado, el padre replica “Sí ¿qué?”. Y el hijo contesta “Sí, papá”.

 

De manera similar, a la pregunta si la duda es buena o mala, podríamos contestar “sí”. Puede ser buena o mala, dependiendo de su causa y sobre todo de lo que hagamos con ella. En este sentido, la duda se parece a otras experiencias humanas, que pueden ser saludables o destructivas.

 

Por ejemplo, la imaginación es un don de Dios y es importante para la creatividad y para concebir cosas que van más allá de nuestro conocimiento. Sin embargo, una imaginación fuera de todo control por la inteligencia y la voluntad llega a ser un delirio psicótico. El temor también puede ser bueno o malo: nos puede proteger de muchos males, pero el temor incontrolado puede tornarse paranoia.

 

Un tercer ejemplo es la culpa. En la mayoría de los casos en que nos sentimos culpables es simplemente porque lo somos. Según el teólogo y filósofo Francis Schäffer (1912-1984), la culpa funciona como un perro guardián. Si cumple bien su función, nos alerta del peligro y nos protege contra ataques. Pero cuando el perro guardián se vuelve contra su amo – cuando la culpa nos paraliza y no podemos resolverla en Cristo – entonces tiene que ser reeducado.

 

Un último ejemplo importante, de entre muchos que podrían darse, es el dolor. Muchos tienden a pensar sobre el dolor como algo siempre negativo, pero la verdad es más compleja. Es cierto que el dolor es causa de sufrimiento y desde tiempos inmemoriales el hombre ha buscado diversos medios de combatirlo. En la medicina moderna hay especialistas en el tratamiento del dolor causado por enfermedades incurables.

 

No obstante, la capacidad de experimentar dolor es esencial para nuestro bienestar e incluso para nuestra supervivencia. Muchos saben que los leprosos sufren amputaciones espontáneas, pero son menos los que conocen la causa. Las mutilaciones no se deben a la enfermedad en sí, sino a que la lepra anula la sensibilidad al dolor, con lo cual los enfermos no perciben el daño causado por heridas, quemaduras o infecciones.

 

Las sensaciones dolorosas normales son poderosas señales de alarma que nos advierten sobre el daño real o potencial de nuestro cuerpo. Muy raramente, algunos niños nacen sin sensibilidad dolorosa (analgesia congénita). Estos niños son propensos a dañarse la propia lengua al masticar, perforar inadvertidamente su paladar, sufrir úlceras de córnea, quemaduras y otras lesiones. La condición acorta notablemente la expectativa de vida a menos que se tomen estrictas medidas preventivas.

 

En resumen, es preferible tener la capacidad de experimentar dolor a pesar de que en muchos casos pueda tornarse en una causa de sufrimiento, a ser incapaces de sentirlo y vivir una vida muy difícil y breve. De manera análoga, aunque la duda puede llegar a ser una causa de sufrimiento, también puede funcionar como una bendición que nos permite avanzar en el camino de la fe. Se ha dicho, con razón, que “la duda es el hormigueo de la fe. La mantiene despierta” (Frederich Büchner).

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