Las dudas en la vida del creyente (III) – El lado más soleado de la duda

Fernando Saraví

En un poema titulado “El antiguo sabio”, el poeta inglés Lord Alfred Tennyson (1809-1892) escribió:

 

Pues nada digno de demostrarse puede ser demostrado,
Ni tampoco refutado; por lo cual sé sabio,
Adhiérete siempre al lado más soleado de la duda,
Y aférrate a la fe más allá de las formas de la fe.

 

El “lado más soleado de la duda” (como se titula el libro de Alister McGrath citado en la bibliografía) es el que nos permite avanzar y aún crecer en nuestra fe. Si retomamos la comparación de la duda con un virus, podríamos decir que, gracias a nuestro sistema inmune, la infección misma puede hacernos resistentes a nuevas infecciones. Las vacunas, que a menudo emplean virus atenuados, funcionan de la misma manera, sin llegar a causar la enfermedad. Si nuestra fe es firme – si nuestro sistema inmune funciona bien – saldremos fortalecidos. Es más probable que aprendamos algo nuevo de nuestras dudas que de nuestras certezas.

 

Además, la inmunidad que adquirimos nos protege de la credulidad. Ser crédulo significa creer cualquier cosa. Una fe firme y experimentada en combatir las dudas nos protege de muchos engaños. Se ha dicho que una fe así reconstruida es superior a una fe heredada que nunca ha tenido que soportar la tensión de una intensa tormenta de prueba.

 

Si la fe nunca se encuentra con la duda, si la verdad no batalla con el error, si el bien nunca combate contra el mal, ¿cómo puede la fe conocer su propio poder? (Gary Parker).

 

Hace varios siglos, Sir Francis Bacon (1561-1626) observó que si una persona comienza con certezas terminará con dudas, mientras que si se conforma en comenzar con dudas podrá terminar en certezas.

 

En realidad esto había sido claramente enseñado por el Apóstol Pedro, quien tras advertir sobre la amenaza de Satanás como león rugiente, añade de inmediato (1 Pedro 5: 9-10):

 

Resístanlo, manteniéndose firmes en la fe, sabiendo que sus hermanos en todo el mundo están soportando la misma clase de sufrimientos.
Y después de que ustedes hayan sufrido un poco de tiempo, Dios mismo, el Dios de toda gracia que los llamó a su gloria eterna en Cristo, los restaurará y los hará fuertes, firmes y estables.

Creer es también pensar

Este es el título de un libro de John R. W. Stott (1921-2011), uno de los más claros y prácticos pensadores cristianos de nuestro tiempo. La fe cristiana tiene una firme base histórica. La Biblia es el registro del trato de Dios con los hombres en lugares y tiempos concretos, y contiene no solamente datos históricos sino enseñanzas que debemos leer, entender, aprender y aplicar.

 

Una gran amenaza para la salud de la Iglesia como cuerpo de Cristo es el descuido de recibir y aplicar “todo el consejo de Dios” (Hechos 20:27). La ignorancia nos hace vulnerables no solamente desde el punto de vista individual, sino colectivo, y debilita el testimonio de la iglesia en el mundo.

 

Se ha dicho que los cristianos debemos “creer simplemente” con la sencillez de un niño, pero no “simplemente creer”. Debemos dedicarnos, con la misma curiosidad insaciable propia de los niños, a saber qué creemos y por qué lo creemos. Yo mismo era un gran preguntón de niño, y aprendí muchas cosas preguntando.

 

La ignorancia de lo que la Biblia enseña nos puede llevar a expectativas poco realistas en nuestra vida cristiana. Si alguien reconoce que Dios es amor, pero no considera también su santidad y su justicia, su perspectiva será confusa e incompleta. Si alguien cree que nuestra salud, nuestra fortuna y nuestra seguridad están garantizadas porque somos “hijos del Rey” es probable que sufra previsibles desencantos. Si creemos que Dios está obligado a responder nuestras peticiones en oración, sin tener en cuenta su sabiduría y soberanía, nos puede ocurrir como al niño que, visiblemente desilusionado, decía: “Yo le pedí a Dios un perrito y en lugar de eso me envió una hermanita”.

Debemos buscar las pisadas de Dios

Cuando enfrentamos la duda, debemos tratar de determinar su causa. Esta etapa diagnóstica debe ser seguida por la búsqueda de auxilio, ante todo de Dios a través de la oración y el estudio de su Palabra, sin descartar la ayuda de otros hermanos que hayan pasado por lo mismo o que por otras razones sean capaces de consolarnos y fortalecernos.

 

El tratamiento dependerá en parte de la causa de la duda y en parte de su naturaleza. Una duda doctrinal se remedia con estudio, mientras que una duda que surge de nuestras emociones requiere la intervención de nuestra voluntad bien informada. Por otro lado, si lo que está fallando es precisamente nuestra voluntad, entonces la duda no podrá sanarse sin una decisión acertada de nuestra parte.

 

También es cierto que muchas dudas que podrían surgir pueden prevenirse si nos ocupamos de nuestra salud espiritual “con temor y temblor” (Filipenses 2:12). Así como los buenos hábitos higiénicos y alimentarios contribuyen a mantener sano nuestro cuerpo físico, nuestra salud espiritual es promovida y mantenida a través de la oración, la adoración, la comunión, el estudio y la acción – de ser hacedores y no solamente oidores de la Palabra, como dice Santiago (1:22-23). Nuestra fe se fortalece en la obediencia.

 

La experiencia de lo que Dios ha obrado en nuestras vidas en el pasado nos da una confianza creciente en lo que llegará a hacer en el futuro y evita que entremos en pánico frente a una crisis de duda.

 

Hay un poema muy conocido que fue escrito por una mujer llamada Mary Stevenson (1922-1999) cuando era una adolescente, y se titula “Pisadas en la arena”. He leído varias versiones, pero lo que sigue es mi traducción libre del poema original:

 

Una noche soñé que caminaba por la playa con el Señor.
Muchas escenas de mi vida relampagueaban en el cielo.
En cada escena noté pisadas en la arena.
A veces había dos pares de pisadas,
Otras veces había solamente un par de pisadas.
Esto me perturbó porque noté
Que durante los períodos más sombríos de mi vida,
Cuando estaba sufriendo angustia, pena o derrota,
Podía ver solamente un par de pisadas.
Así que le dije al Señor,
“Tú me prometiste, Señor,
Que si yo te seguía,
Caminarías conmigo siempre.
Pero he notado que durante
Los períodos más duros de mi vida,
Había habido solamente un
Par de pisadas en la arena.
¿Por qué, cuando más te necesitaba,
No estabas allí para mí?”
El Señor me contestó,
“Las veces que has visto
Solamente un par de pisadas,
Es cuando yo te llevaba en mis brazos”.

 

Casi todos los que hemos transitado los caminos del Señor durante cierto tiempo podemos solidarizarnos con los sentimientos de la autora, porque en alguna ocasión hemos experimentado la dolorosa sensación de que Dios está ausente. Si bien la percibida ausencia de Dios nos puede causar gran sufrimiento, también sabemos que si perseveramos llegaremos nuevamente a percibir, de manera renovada, la presencia de Dios en nuestras vidas.

 

La sensación de lejanía del ser amado, como los padres de un hijo que ha viajado lejos, o de un novio que está transitoriamente lejos de su amada, puede incluso renovar y fortalecer el vínculo afectivo entre ambas partes. Alguien notó que podemos llegar a vislumbrar el misterio de la presencia de Dios en nuestras vidas solamente cuando alguna vez hemos experimentado una intensa sensación de su ausencia.

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