
Las dudas en la vida del creyente (IV)
Fernando Saraví
Al igual que otras pruebas, debemos pensar que las dudas vendrán.
Si bien enfrentar las dudas puede fortalecer nuestra fe, no es necesario que las busquemos: vendrán solas. Entre un extenso catálogo de posibles dudas, algunas de las más frecuentes son:
¿EXISTE REALMENTE DIOS?
Si Dios existe, ¿realmente se interesa en nosotros?
¿Es confiable la Biblia?
Lo que la Biblia nos dice sobre la creación del universo y del hombre, ¿es compatible con lo que nos dice la ciencia moderna sobre el origen del cosmos y de la vida?
¿Es Jesucristo el único camino al Padre?
Si es así, ¿Qué pasa con quienes nunca oyeron de Cristo?
Si Dios es bueno y todopoderoso, ¿por qué existe el mal y el sufrimiento?
¿Por qué muchos cristianos no practican lo que enseñan?
¿Estoy realmente siguiendo la voluntad de Dios en mi vida?
Todas y cada una de estas dudas tienen respuestas válidas, pero no es mi intención intentar responderlas aquí, y de hecho cada una de ellas exigiría un tratamiento igual o mayor que la extensión total de este escrito.
En cambio, quiero destacar dos cosas: La primera es que no existen atajos para el peregrinaje espiritual al cual nos ha llamado Dios. La mayoría de nosotros tendrá años o décadas para ir creciendo en la semejanza de Cristo. No debemos saltar etapas, ya que a cada paso Dios nos mostrará nuevas cosas.
La segunda es que los cristianos, en particular los pastores y maestros, debemos evitar por todos los medios la tentación de dar respuestas prefabricadas, breves y simples, a preguntas que requieren respuestas elaboradas y matizadas. Por ejemplo, puede resultar muy violento para quien ha perdido un ser amado que un hermano quiera consolarlo diciendo (aunque sea cierto y bíblico) que “Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman” (Romanos 8:28). Un silencioso abrazo fraterno puede ser mucho más reconfortante para el afligido.
Diferentes personas pueden pasar por experiencias muy diversas a partir de su conversión. No obstante, es probable que la mayoría pase por ciertas etapas más o menos definidas, que nombraré siguiendo la clasificación de Brian MacLaren.
La primera etapa es de simplicidad. El nuevo creyente tiene todo claro. Las cosas son blancas o negras, buenas o malas, sin matices. Las preguntas son pocas y todas tienen respuestas simples y claras, como las que daban a Job los ancianos que supuestamente habían de consolarlo.
La segunda etapa es la de complejidad. El creyente comienza a percibir que, en la vida real, tanto fuera de la iglesia como dentro de ella, las cosas son más complejas de lo que creía.
La tercera etapa es la de perplejidad. Frente a la percepción de una realidad muy compleja, podemos sufrir confusión, experimentar diversas clases de dudas y padecer de una crisis de fe.
No obstante, si perseveramos llegaremos a la cuarta etapa, de madurez. Al llegar aquí es muy probable que hayamos resuelto muchas dudas, pero que otras persistan. La madurez no consiste en haber resuelto todas las dudas, sino en estar capacitados para transitar nuestro camino a pesar de las dudas que puedan persistir.
Las dudas pueden enseñarnos a ser pacientes y humildes
Debemos evitar la actitud del hermano que oraba: “Señor, dame paciencia – ¡pero dámela ya!”. Es Dios quien decide cuándo y cómo nos dará paciencia, fuerza o estabilidad. La etapa más avanzada en la clasificación anterior, la de madurez, podría en forma no menos correcta ser llamada de humildad.
Como observa MacGrath, debemos resistir la tentación de pensar que, porque nosotros no tengamos respuesta a determinada duda, tal respuesta no existe. Por el contrario, al admitir que no tenemos todas las respuestas o que incluso las respuestas que podamos tener son provisorias y perfectibles, estamos ejercitándonos en la humildad. Y como creyentes podemos sinceramente confesar que no tenemos todas las respuestas, pero conocemos a Quien sí las tiene. Después de todo, contaremos con una eternidad con Dios para recibir respuestas a las dudas que puedan quedarnos cuando lleguemos a su presencia. Me imagino que nos llevaremos grandes y agradables sorpresas al conocer las respuestas de Dios.
Al transitar nuestra vida cristiana, nos damos cuenta que solamente hay unas pocas verdades centrales de las cuales depende nuestra salvación y están establecidas más allá de toda duda. En el resto de las cosas, aceptamos que nuestra pequeña mente no puede abarcar jamás la mente de Dios, como lo percibió tan claramente San Agustín (354-430) al presenciar un niño que jugaba a vaciar el mar con un baldecito.
El Apóstol Pablo nos recuerda que, aunque el amor, la fe y la esperanza son importantes, solamente el amor tiene vigencia permanente. No necesitaremos esperanza ni fe en la presencia de Dios. Por eso compara nuestro limitado conocimiento actual con el que tendremos entonces o “luego” (1 Corintios 13:12, Nueva Traducción Viviente):
Ahora vemos todo de manera imperfecta, como reflejos desconcertantes, pero luego veremos con perfecta claridad. Todo lo que ahora conozco es parcial e incompleto, pero luego conoceré todo por completo, tal como Dios me conoce a mí completamente.
Por esta razón, sabemos que muchas veces estaremos obligados a poner nuestras dudas “en remojo”, a la espera de más luz, y que es probable que nunca resolvamos algunas de ellas en nuestra breve vida.
La actitud sensata, madura y humilde frente a esta realidad es expresada por Strobel con las siguientes palabras:
Puedo no tener respuesta para cada una de mis preguntas, pero las respuestas que sí tengo me señalan de manera inconfundible la realidad de Dios, su confiabilidad y su paternidad. Por eso, mi fe puede permanecer intacta mientras mantengo algunos asuntos en suspenso.
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NOTAS
[1] Textos bíblicos según la Nueva Versión Internacional, excepto que se indique otra traducción.
[2] En algunos manuscritos griegos se lee “A los que dudan, convencedlos” y así aparece, por ejemplo, en la Biblia Reina-Valera hasta su revisión de 1995. No obstante, la traducción “tengan compasión de los que dudan” está respaldada por los manuscritos más confiables y por tanto aparece en la Biblia de las Américas, la Biblia Textual, la Nueva Versión Internacional, la Nueva Traducción Viviente y otras traducciones modernas. Ver Bruce M. Metzger, A textual commentary on the Greek New Testament, 2nd Ed. Stuttgart: Deutsche Bibelgesellschaft, 1994, p. 658-659.
[3] Paul W. Coleman, Second Peter and Jude – Staying Power for Today’s Christian (The Deeper Life Pulpit Commentary). Camp Hill: Christian Publications, 2000, p. 152-153.
BIBLIOGRAFÍA
Alister E. McGrath. The sunnier side of doubt. Grand Rapids: Zondervan, 1990.
Brian MacLaren. La duda como marea de la fe (Traducido por Alejandro Field).
www.brianmclaren.net/emc/archives/imported/la-duda-como-marea-de-la-fe.html
Lee Strobel. God’s outrageous claims. Grand Rapids: Zondervan, 1997, pp. 102-117.
Este es el cuarto artículo de una serie de cuatro
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