
Marxista radical, mujer radical, amor radical (2ª parte)
Mary Poplin
El llamamiento de la Madre Teresa
Un segundo ejemplo. ¿Qué motivó a la Madre Teresa a hacer ese trabajo? En un principio, la Madre Teresa era profesora de estudios sociales en el Convento Loreto, institución femenina para adolescentes. ¿Se dio cuenta de repente que le daban pena los pobres y que quería realizar algo en su ayuda? ¿Lo hizo a fuerza de propia voluntad y determinación? No. Para nada. La Madre Teresa tuvo tres visiones místicas, la primera viajando en tren, con treinta y seis años ya cumplidos y monja profesa. En esas visiones, Jesús le hablaba directamente a ella desde la cruz. Cuatro cosas esperaba de ella:
En primer lugar, quería que pusiera en marcha una orden de religiosas hindúes que vivieran como nativas y que estuvieran al servicio del pueblo hindú. La mayoría de las órdenes de la Iglesia Católica tienen su origen y fundamento en Europa. De hecho, la Madre Teresa le dijo a uno de los obispos de su diócesis que Jesús no quería que sus hermanas fueran etiquetadas como Mens, término con el que se conoce a la mujer europea. Una muchacha hindú que entrara en una de esas órdenes no tendría más remedio que asimilar la tradición europea.
En segundo lugar, Jesús quería que fuese al “más oscuro y profundo de los agujeros donde buscan refugio los pobres” para demostrarles su amor, por lo que le pidió que no creara una institución como las ya existentes tanto en India como por todas partes del mundo, sino que su labor consistiera en vivir junto a ellos abriéndose a la realidad de su existencia.
En tercer lugar, tendrían que ser ellas mismas pobres, viviendo en las mismas condiciones en los barrios marginales de la periferia de la ciudad. La Madre Teresa especificó en ese sentido que Dios les había llamado, tanto a ella como a las monjas de la orden, a vivir cual sacrificio vivo.
En cuarto y último lugar, tenían que servir a los más pobres de los pobres. La Madre Teresa vivía al servicio de aquellos que no tenían ninguna otra opción en el mundo. Hay muchos lugares en Calcuta al servicio de los pobres, pero aun así sigue existiendo una franja marginal integrada por los más pobres de entre los pobres, aquellos que viven literalmente en la calle y en los arrabales, sufriendo y muriendo en la miseria. Rara vez reciben ayuda, siendo ignorados en su mayoría, los demás están esperando que de alguna manera desaparezcan o, como nos dijo el vendedor de agua:
“Habría que dejarles morir. La India tiene demasiadas personas”. A todo eso le había llamado Jesús. Nada había sido invención propia.
Un aspecto significativo en la fundación de su misión es que la Madre Teresa obraba en conformidad con la autoridad de la Iglesia, absolutamente convencida de que actuando dentro de los márgenes de la Iglesia quedaba confirmado su llamamiento, si este era verdaderamente real.
Su confianza en la providencia divina
Una tercera faceta de su persona es su firme creencia en la intervención de la divina providencia. La Madre Teresa y las Misioneras de la Caridad nunca solicitan dinero. Eso es así hasta el punto de que sus propios estatutos lo impiden. La razón aducida es la firme convicción de la Madre Teresa que, mientras se mantengan fieles al llamamiento de Jesús, es responsabilidad de Dios proveer lo necesario para su sustento. Por eso creen firmemente que nunca deberán pedir dinero y que tampoco nadie deberá hacerlo a favor suyo.
Durante mi estancia en la Misión, Christopher Hitchens envió a la imprenta un libro sobre la Madre Teresa. Escrito malintencionado donde los haya, llevaba por título The Missionary Position (La posición del misionero). Redactado con anterioridad respecto a su texto sobre Dios, igualmente lleno de desafortunadas críticas, mi opinión es que confirmaban de forma indirecta justamente lo contrario que se esgrimía en su crítica. (Hitchens ya había rodado de forma previa una película para la BBC sobre la Madre Teresa, a la que había puesto por título Hell ́s Angel (Ángel del infierno). Entre otras muchas críticas y quejas, Hitchens acusaba a la Madre Teresa de no tener escrúpulos a la hora de admitir dinero de personas de mala reputación e incluso de personajes patentemente corruptos. Ante eso, hay que decir que la Madre Teresa y las Misioneras de la Caridad no dedican su tiempo a estar al día respecto a las personas que desean hacer donaciones. Creen sencillamente que el dinero proviene, en última instancia, del Señor y por ello mismo no preguntan nada.
Leí el libro de Hitchens durante mi estancia en Calcuta y no mucho después tuve la oportunidad de hablar con ella fuera de su despacho. Aquella mañana en concreto estaba muy feliz y contenta. Según me dijo, algunos estudiantes universitarios habían hecho un donativo, que pensaba usar para un nuevo ministerio consistente en sacar de la cárcel a prostitutas y llevarlas a casas de acogida al cuidado de algunas de las hermanas de la orden, ofreciéndoles la oportunidad de prepararse para otros oficios. Allí estaba contándome sus proyectos y yo justo acababa de leer el libro de Hitchens. Sabía que ella tenía conocimiento de ese libro, porque figuraba una cita suya al respecto dentro del escrito en sí. Con la intención de ponerla a prueba y ver qué opinaba al respecto, le dije abiertamente: “Madre, hay personas que escriben libros sobre usted sosteniendo que ya no necesita más dinero porque tiene de sobra”.
Mirándome fijamente con expresión un tanto escéptica me dijo: “Ya. El libro. Sé de su existencia, pero no lo he leído. No tiene importancia. Ya está perdonado”.
Pero yo no estaba dispuesta a dejar que el asunto quedara zanjado sin más. Hitchens sabía que eso era lo que había dicho y estaba iracundo por ello. Así que, insistí: “Madre, él sabe que usted ha dicho públicamente que estaba perdonado por sus palabras y se ha sentido muy contrariado, porque no cree que tenga que perdonársele nada, y desde luego no ha pedido que usted lo haga”.
A lo que respondió como si yo no supiese realmente de qué me estaba atreviendo a hablar: “No soy yo la que perdona. Es Dios. Dios ya le ha perdonado”.
Acto seguido, me dijo que algunas de las hermanas habían leído ese libro y que debería hablar con ellas; y así lo hice. Ellas se habían ido pasando el libro y muchas lo habían leído. Tras su lectura, habían ayunado por espacio de una semana, reuniéndose al finalizar ese tiempo. Su ruego, mientras ayunaban, había sido que el Señor les mostrase el mensaje de su contenido para su vida.
Al preguntarles de forma directa cuál era su mensaje, la hermana que me estaba informando del hecho se puso en pie y, sonriendo gentilmente, dijo: “Bueno, es un llamamiento a que vivamos con mayor santidad”. Desde luego, eso no era ni de lejos lo que yo le habría dicho a Hitchens.
Pero la Madre Teresa creía en el perdón radical —la determinación de dejar pasar las cosas, de pedirle a Dios que sea él el que perdone, en lugar de pretender estar haciéndolo uno mismo—. Esa es, sin duda, la clase de perdón que Cristo practicó al ser maltratado y crucificado, y el que quiere que nosotros practiquemos, en su gracia, con los demás. La Madre Teresa practicaba esa clase de perdón radical. Al igual que John Rivera, la Madre Teresa sufría por injusticias y falsedades; y, como él, nada había que pudiera apartarla de su camino.
Tuve muchas de esas experiencias, que para mí eran algo totalmente nuevo. Pero así fue como empecé a comprender realmente el cristianismo. La India no me resultaba tan extraña como lo eran las Misioneras de la Caridad y su forma de hacer las cosas. Sabía algo de las diferencias culturales, pero las Misioneras me confundían con su dedicación — porque no era sencillamente cuestión de diferencias culturales, sino de un confuso tumulto de distintas visiones de las cosas agitándose dentro de mí—.
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