Marxista radical, mujer radical, amor radical (4ª parte)

Mary Poplin

Cosmovisiones

Me dediqué acto seguido a investigar a fondo las cosmovisiones en las que había basado mis juicios hasta ese momento, porque desde la perspectiva recurrente en los círculos académicos (así, el naturalismo, el humanismo secular, el panteísmo) y, claramente, desde la posición adoptada por mí misma como docente, la Madre Teresa es totalmente incomprensible.

 

Todd Lake, que se graduó en Harvard en 1982, coincidiendo con el inicio del programa a cargo de la Madre Teresa, dice lo siguiente en Finding God at Harvard (Encontrando a Dios en Harvard):

 

Recuerdo el discurso de la Madre Teresa en la escalinata de Memorial Church, con ocasión de Class Day en 1982, y que habló de Jesús incesantemente —y lo digo en un sentido absolutamente literal incesantemente—, citando en algún momento Juan 3:16 (versículo que la mayoría de los presentes conocíamos bien gracias a los carteles colocados en los límites del recinto). Aun así, en prodigiosa hazaña editorial, la reseña en Harvard Magazine consiguió reproducir la casi totalidad de su alocución sin mencionar su constante alusión a la persona de Jesús. Lo cierto es que todos pensábamos que su figura planteaba un problema y queríamos evitar, por encima de todo, que se convirtiera en un tema candente.

 

Pero eso fue lo que ocurrió en mi caso. Ese espíritu había conseguido transformarme —el espíritu que de entrada veía a Jesús como un problema, hasta el punto de tener que excluirlo por completo del ámbito de lo académico—.

 

Desde la perspectiva del naturalismo, la Madre Teresa no era más que el resultado de una química cerebral dotada de procesos psiconeuronales particulares. Para el humanismo secular, la Madre Teresa era simplemente una mujer con alto grado de evolución social, que había asumido la responsabilidad, con entereza y determinación, de hacer buenas obras. Ambas posturas coincidían en juzgar como desafortunada su insistencia en mantener el mito de la creencia en Dios. Desde el monismo o el panteísmo, que en los Estados Unidos se funde en religión oriental, las creencias de la Nueva Era y el posmodernismo (todas ellas con las que yo estaba comprometida a fondo), la Madre Teresa no era más que un alma sumamente evolucionada, con una fuerte conexión espiritual con lo divino presente en la humanidad y en el mundo.

 

Analicemos un caso de colisión entre distintas cosmovisiones e ideologías en el ámbito de la psicología, centrándonos en particular en el tema del perdón. En cierta ocasión oí decir a un pastor que “la falta de perdón es como beber uno mismo el veneno esperando que sea la otra persona la que muera”. Sin duda, una gran verdad. Todos conocemos a personas con problemas psicológicos. Muchas de ellas están estancadas en su vida por ser incapaces de perdonar a alguien que las ha herido profundamente. Ahora bien, el principio de perdón radical es perdonar sin que se nos pida perdón. Conscientes de que algo no va bien en nuestra vida y en nuestro corazón, le rogamos a Dios que nos perdone. Él no solo nos otorga ese perdón, sino que inicia un proceso de cambio, sanando nuestra alma y nuestro espíritu (en verdadera transacción espiritual).

 

Por otra parte, según la psicología secular, cuando nos enfrentamos a una lucha en el terreno de lo psíquico, estamos expuestos a repetir nuestra propia experiencia vital de manera freudiana y psicoanalítica, o recurrir a una modificación conductual cognitiva al descubrir qué es lo que nos estamos diciendo a nosotros mismos en esa circunstancia particular, aprendiendo por ello a darnos una razón diferente, esto es, algo más positivo y productivo. Pero si el perdón es en verdad un genuino principio, una ley con la que el ser humano ha de actuar, tal como el cristianismo enseña, entonces la psicología secular nunca va a ser efectiva. Si eso es verdaderamente cierto —y justamente por el modo en que estamos formados—, la falta de perdón tendrá el mismo efecto y resultado que el quebrantamiento de la ley de la gravedad cuando saltamos desde un edificio. Será, sin duda, un proceso más lento, pero empezarán a suceder cosas que acaben por destruirnos emocional, intelectual, social y físicamente.

 

La conclusión final es inapelablemente esta: ¿Qué es lo que está impidiendo que la universidad secular incorpore estos principios intelectuales? En su inicio, el mundo académico occidental estaba abierto a distintas opciones. Pero, en mi experiencia, es obvio que algunas de esas opciones han sido marginadas e incluso rechazadas. Justamente por eso mis alumnos van a conocer las opciones respecto a la justicia desde los presupuestos del marxismo, o del estructuralismo, o del feminismo, pero evidentemente nunca desde la propuesta del cristianismo.

 

Mi práctica profesional es casi en exclusiva la de dar clases de posgrado. En su preparación para el doctorado, mis alumnos optan a la máxima cualificación posible en el mundo académico. Mi meta es que estén bien formados. Quiero por ello que dispongan de toda la gama de planteamientos filosóficos y teóricos a la hora de enfrentarse a la resolución intelectual de determinada cuestión. Quiero, además, que conozcan y entiendan las distintas opciones históricas propuestas en el transcurso del tiempo. Quiero, sin duda, que estén al tanto de las diferentes cosmovisiones disponibles para la resolución de cuestiones educativas desde las perspectivas alternativas económicas, políticas, sociológicas, científicas, religiosas y psicológicas —sin dejar fuera ninguna de ellas—.

 

Eso es lo que quiero igualmente para todos vosotros. Creo sinceramente que os debéis a vosotros mismos el no esperar a tener cuarenta años —más o menos, en mi caso— para dar genuina respuesta a estos interrogantes. Me gustaría que descubrierais las otras opciones posibles, ser plenamente conscientes de todas las opciones disponibles, y de las que ya hayáis elegido, y de las posibles consecuencias, para, finalmente, quedarnos con la que mejor se ajusta a la realidad, porque lo que en verdad la Madre Teresa me enseñó es que aquello en lo que crees — junto con aquello otro en lo que no crees— es lo que realmente marca la diferencia.

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