
¿Para qué el ocio? (II)
X. Manuel Suárez
El espíritu de las fiestas
En nuestra búsqueda de modelos bíblicos de ocio, nos encontramos con las fiestas. Es cierto que las fiestas en el A.T. tienen un valor simbólico y ritual que sobrepasa el concepto del ocio, pero intentaremos extraer de ellas la mentalidad que está detrás de su celebración para entender más acerca de la utilidad del ocio en nuestra vida.
El enfoque que propongo se justifica en Lev. 23, en donde se relacionan las principales fiestas: es precisamente el día de reposo la primera de las que allí se describen (v. 3). Con esta perspectiva, podemos fijarnos en algunas de estas fiestas rituales.
Fiestas de recuerdo
Serían la Pascua, la Fiesta de los Panes sin levadura y la de los Tabernáculos. Además de tener otros profundos simbolismos, estas fiestas les hacían recordar a los israelitas de dónde habían partido: habían sido peregrinos que habían escapado con apresuramiento: el pan era ázimo porque no habían tenido tiempo de dejarlo leudar. ¿Imagináis lo que sería para los israelitas bien establecidos comer pan sin leudar? Les haría recordar su precipitado éxodo desde la esclavitud hacia la Tierra Prometida, llevando su casa a cuestas, sin un pedazo de tierra del que pudiesen decir «esta es mío», teniendo por única posesión la esperanza.
Este sentimiento se haría más vívido en la Fiesta de los Tabernáculos, en la que dejaban sus casas para vivir en tiendas de campaña durante siete días, recordando que habían sido un pueblo peregrino por el desierto, sin tierra propia.
En aquellas fiestas los israelitas paraban su actividad y volvían con el corazón al principio, no solo al Éxodo, sino también al peregrinaje del padre Abraham, a recordar la sencillez de sus orígenes. Descubrían algo recurrente en Dios -si me permitís la expresión-: tomar en Sus manos a los más pequeños y perdidos para hacer con ellos las más admirables obras: Abraham («un arameo a punto de perecer fue mi padre») (13), Isaac, hijo imposible («de uno, y de éste ya casi muerto, salieron como las estrellas del cielo en multitud») (14), Jacob, hombre débil («con mi cayado pasé este Jordán, y ahora estoy sobre dos campamentos») (15), o David («Yo te tomé del redil, de detrás de las ovejas») (16). Cuando Dios nos bendice con el trabajo, pasan los años, mejoramos nuestro nivel de vida y nos acecha la tentación de pensar que somos algo porque hemos conquistado algo. Y, casi sin pensar, empezamos a apoyarnos en lo que hemos conseguido, a encontrar en eso nuestra seguridad. Es entonces el momento de parar y usar nuestro ocio para recordar ¿detrás de qué redil me tornó Dios? ¿quién sigo siendo?
El ocio nos debería servir entonces para celebrar la Fiesta de los Tabernáculos: Volver a revivir nuestros orígenes, volver a descubrir que somos peregrinos, que tenemos poco equipaje, que lo que tenemos hoy, lo que conseguimos con nuestro trabajo, mañana puede desvanecerse, que lo único que tiene valor definitivo en nuestra vida es nuestra esperanza, y nuestra única seguridad descansa en el conocimiento de que somos hijos de Dios. Te sugiero que un fin de semana cojas a tu mujer por el hombro y la lleves por aquellas calles por las que moceábais, por aquellos paisajes que descubristeis, y recuerdes que sigues siendo el mismo, que sigues llevando en tu corazón la misma piedrecita blanca del Apocalipsis, que esa piedrecita tiene el mismo nombre al cabo de los años, y redescubras qué es lo más importante en tu vida y qué cosas te has echado a cuestas sin precisar de ellas.
Fiestas de reconocimiento
Serían las de las Primicias y las Semanas (Lev. 23:9-21).
En ellas, el pueblo de Israel reconocía que todo lo que tenían era regalo de Dios: nada era propiamente suyo. Esto generaba una disposición generosa: es difícil compartir aquello que considero absolutamente mío, ganado con mi trabajo; es más fácil compartir lo que siento como un regalo de Dios. No es, por tanto, casualidad que Dios indique en este mismo texto (v. 22) que no sieguen hasta el último rincón del campo, que dejen el rebusco para los pobres y los extranjeros, y dos capítulos más adelante establece la preciosa institución del Jubileo, en el que se redistribuía la tierra.
Así, también podemos usar el ocio para considerar que nuestros bienes materiales no son nuestros, sino regalo de Dios, y aprender a compartir. En este sentido, nuestro ocio no puede ser usado para gastos innecesarios, el despilfarro o la ostentación: ésta es la forma habitual de usar el ocio en la sociedad de hoy. Es bueno recuperar para nuestro ocio el espíritu que se esconde detrás de la sugerencia de Jesús: «Cuando hagas comida o cena, no llames a tus amigos ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a vecinos ricos; no sea que ellos a su vez te vuelvan a convidar, y seas recompensado»(17). El ocio es un buen momento para compartir, no sólo nuestros bienes materiales, sino también nuestro tiempo.
Compartir el ocio con los hijos
Pero los primeros que tienen derecho a compartir nuestro ocio son nuestros hijos. «Y cuando os dijeren vuestros hijos: ¿Qué es este rito vuestro?, vosotros responderéis: es la víctima de la pascua de Jehová» (18).
Una de las mejores utilidades del ocio es compartir tiempo con hijos. Ellos reciben más tiempo la influencia de los maestros, de los compañeros o de la TV. Pero precisan más de nosotros, y creen más en lo que les decimos. Además, Dios prolonga sus bendiciones en los hijos, aunque ahora no vamos a ahondar en eso. El mejor momento para explicarle las verdades a un hijo es cuando él te pregunta: ¿Qué es eso que haces?», pero nunca te lo preguntará si no pasas tiempo con él. Es necesario encontrar momentos de ocio con los hijos. Si dejas pasar mucho tiempo sin compartir esos momentos, tu hijo le hará sus preguntas a otros.
Pero ese tiempo de ocio con tus hijos tiene un precio: ya no podrás usar el ocio para lo que te gusta a ti, sino tendrás que encontrar un equilibrio con lo que les gusta a ellos, y por cierto que en esa negociación saldrás perdiendo, pero ganarás el tesoro de la amistad de tus hijos. Es esencial usar el ocio para pasarlo bien con tus hijos, para disfrutar no «de ellos», sino «con ellos»: «Y te alegrarás en tus fiestas solemnes, tú, tu hijo, tu hija…» (19). ¿Crees que Dios te puede ordenar que se alegre contigo tu hijo? La alegría de tu hijo debes conquistarla, pasando tiempo con él, conociéndolo, descubriéndolo y descubriéndole los motivos de alegría en la vida.
La diversión
Algunos creyentes tenemos un problema con este aspecto del ocio. A mí se me hace difícil divertirme con los amigos no creyentes: lo que a ellos les parece divertido, a mí me provoca rechazo o me aburre. Alguno pensará que esto habla muy a mi favor, pero tengo una inquietud: esa seria dificultad para divertirme con ellos ¿obedece a una genuina conducta de santidad, o es fruto de un bagaje cultural aprendido en la iglesia? ¿obedece a un sentimiento sano de diferencia o a una cultura de marginación? Cuando nos divertimos ¿cuántas de nuestras actitudes son cristianas y cuántas culturales evangélicas?
Lo que es cierto es que Dios es más divertido que la mayońa de sus hijos. EI ejemplo que tengo por paradigma es el de las Bodas de Caná. Imaginad la situación; imaginad que no estuviera Jesús allí, y que estuviese alguno de nosotros, y que te comentasen: «No tienen vino». ¿Qué responderías? Yo quizá habría dicho: «Hombre, si acabaron con el vino es porque bebieron de más, no voy a ser yo quien les suministre encima más vino; además, un buen cristiano debe estar para evangelizar, no para mezclarse en las francachelas de los incrédulos». No fue eso lo que hizo Jesús. Pero no acabó ahí la cosa; Jesús buscó un recipiente y no se le ocurrió mejor cosa que reparar en las tinajas para el rito de la purificación de los judíos; quizá yo le habría dicho: «Hombre, no seas tan osado; respeta un poco los simbolismos; como vea esto un fariseo, se va a escandalizar». Pues no, tuvo que usar aquellas tinajas: el Señor tenía un gran sentido del humor. Y no sólo les dio vino, sino vino bueno.
El carácter de Dios es generoso: le gusta dar «todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos» (20). El también nos da el ocio para que lo disfrutemos. Tenemos que echar fuera esa sensación culpable de pérdida de tiempo que a veces nos asalta cuando estamos disfrutando sin trabajar.
Diferentes en la forma de diversión
Muchos de los que nos rodean encuentran la alegría en la huida de la realidad, en la alegría sin motivo, en la sensación de desconexión, de falta de control. La embriaguez de la que nos habla Ef. 5:18 es la búsqueda de la sensación sin razón, de la libertad en la irresponsabilidad; creo que ésa es la razón por la que relaciona en el mismo capítulo la embriaguez con la fornicación o la idolatría. Nosotros no necesitamos el descontrol para encontrar la sensación de alegría: nuestra alegría parte de adentro, del corazón que «entró en el reposo de Dios».
Pero a veces tendemos a reglamentar demasiado el ocio, a programarlo en exceso. No debemos «desparramar» el ocio, pero tampoco aplicarle los mismos esquemas del trabajo: Cuentan que un coche se paró en el mirador de un hermoso valle; salió corriendo una pareja con sus hijos, el padre sacó frenéticamente varias fotos y mandó a la familia entrar rápido en el coche; pero el más pequeño se quedó fuera mirando el paisaje, por lo que el padre le obligó a entrar de inmediato: «¡No pierdas el tiempo! Ya veremos el valle en las fotos en casa». El secreto está en ver el ocio un poco con los ojos de los niños: disfrutar de él con sosiego, espontaneidad, libertad y capacidad de admiración, de aprender y de alegrarnos. Recordemos que «el día de reposo fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del día de reposo» (21).
Ganar optimismo en el ocio
«Y estarás verdaderamente alegre» (22).
Este énfasis remarcado, esta reiteración es comparable a la que Dios le planteaba a Josué: «Mira que te mando que te esfuerces» (23). Dios tenía un verdadero interés en que sus hijos disfrutasen de las fiestas. No quería sólo que recordasen lo que Dios ha hecho por ellos y que se lo agradeciesen, sino que, además, se alegrasen, y mucho, en aquellos días señalados.
Con frecuencia hacemos hincapié en el gozo del creyente, y hacemos bien; podemos sentir gozo hasta en las tribulaciones (24). Pero Dios, además, quiere que estemos alegres, contentos: el ocio es uno de los momentos más adecuados para disfrutar de esa alegría. Dios quiere que seamos OPTIMISTAS. A nuestro pueblo evangélico, tanto agobio con las dispensaciones, tanta expectativa de Juicio Final olvidándose de los cielos nuevos y tierra nueva que nos espera después, nos ha hecho pesimistas con respecto a la Humanidad, nos ha hecho desconfiar de los momentos de alegría como cosa pasajera, vana y perecedera, y tendemos a conducirnos por la vida con un aire de fatalismo con respecto a la vida de los que nos rodean y a nuestra vida temporal, y esto ha moldeado nuestro carácter colectivo y, en muchos casos, individual. Dios quiere que estemos no sólo gozosos, sino también alegres. Quiere que seamos optimistas, que disfrutemos a pleno pulmón de tanta cosa buena que creó para nosotros.
Sé que muchas de las propuestas que he expuesto incluyen aspectos de introspección. Pero ésta nunca puede acabar en sí misma, ser un objetivo final: debe tener una proyección hacia afuera; de otra manera, puede llevarnos a la depresión. La alegría real parte del corazón y se manifiesta hacia el exterior: «El corazón alegre hermosea el rostro» (25). Con todo lo que me entusiasma Bach, creo que los evangélicos hoy precisamos algo menos de «Bach» y algo más de «Händel», algo menos de «Pasión» y algo más «Mesías», algo menos de introspección y algo más de proyección alegre hacia afuera.
El lugar de la naturaleza en nuestro ocio
Termino con una de las formas más gratificantes de usar nuestro ocio. Decíamos que Dios quiere que disfrutemos de tantas cosas buenas que creó para nosotros. La mayoría de nosotros vive en las ciudades, y el ocio es el único momento en el que podemos disfrutar de la Naturaleza. Esta es fuente de alegría y equilibrio y de enseñanzas. Pero ¿qué visión tenemos de ella? El ocio nos permite recuperar la imagen de la Naturaleza que Dios preparó para nosotros. Esta imagen ¿es diferente de la de los no creyentes? Dios hizo la Naturaleza para todos los hombres -«hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos» (26) -, pero desde que somos redimidos recuperamos la visión originaria de ella, visión que ningún hombre debió haber perdido. Recuperar nuestra correcta integración en ella es una de las más hermosas misiones del ocio. Si lo usamos bien, nos permitirá:
Recuperar la capacidad de admirarnos: Somos jóvenes mientras conservamos esta capacidad, mientras mantenemos la sensibilidad de decir «formidables, maravillosas son tus obras» (27).
Renovar nuestro conocimiento de Dios: «Los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos … no hay lenguaje ni palabras» (28). La Naturaleza nos habla sin palabras de la personalidad de Dios, de su elegancia, de su grandiosidad. Y, puesto que nos habla sin palabras, cuando la contemplamos es el momento de callar. Esos momentos de silencio ayudarán a nuestro equilibrio.
Encontrar nuestro sitio: Cuando usamos el ocio para mirar a la creación, nos ponemos en nuestro sitio, nos curamos de la vanidad y la superficialidad: «Cuando veo los cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites?» (29). Nos damos cuenta de que todo está bajo su control e inteligencia: «Jehová reina» (30). Descubrimos que todo lo hizo para nosotros, para nuestro disfrute y mayordomía: «Todo es vuestro» (31). Y sentimos el gozo y la responsabilidad de que toda esta creación, hermosa pero deteriorada, está llamada a ser liberada, purificada, recuperada en su gloria que nunca debió perder, y esa liberación se la traeremos nosotros de parte de Dios cuando El restaure todas las cosas: «Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios» (32).
Los momentos de ocio ante la Naturaleza nos hacen más hombres, nos acercan más a los cielos nuevos y tierra nueva que Dios tiene preparados para nosotros (2 P. 3:13).
Que, en las manos de Dios, nuestro ocio nos sirva para un frecuente, pero siempre renovado, descubrimiento de lo mejor de la vida.
Notas:
13. Dt. 26:5
14. Heb. 11:12
15. Gén. 32:10
16. 2 Sam. 7:8
17. Lc. 14:12
18. Ex. 12:26-27
19. Dt. 16:14
20. 1 Tim. 5:17
21. Mr. 2:27
22. Dt. 16:15
23. Jos. 1:9
24. Jos. 1:9
25. 2 Co. 7:4
26. Pr. 15:13
27. Mt. 5:45
28. Sal. 139:14
29. Sal. 19:1,3
30. Sal. 8:3,4
31. Sal. 97:1
32. 1 Co. 3:21
33. Ro. 8:19
© 1997 «Manuel Suárez», Básicos Andamio
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