Poder y humildad en la era del éxito

«Llevo 30 años en el mundo laboral, y hace 33 que soy cristiana. Ser cristiana NO ha sido una opción fácil: como todos, he trabajado en situaciones de estrés, corrupción e injusticia. Éste es un mundo donde el beneficio, el proceso y el precio son, en muchas ocasiones, conceptos más valiosos que las propias personas, un mundo en el que he visto cómo gente a la que amo ha sufrido a causa de enfermedades, rechazo, abuso y extorsión, y en el que he visto cómo gente que ha causado mucho sufrimiento ha prosperado. Aparentemente, mi vida no es muy diferente a la de otros que también llevan 30 años en el mundo del trabajo: a veces he vivido bajo la inseguridad y la injusticia, y otras, rodeada de amor, de alegrías y de satisfacción. Entonces, ¿en qué sentido ser cristiana hace que todo sea diferente?

 

Durante este tiempo he visto que Dios me ama, y que ese Dios que me ama vivió como hombre en este mundo de extremos. Ese Dios ha experimentado el gozo y el dolor y lleva en sus manos las heridas de la injusticia. No siempre me he sentido feliz y segura, ni siempre me he sentido victoriosa. No obstante, lo que sé es que Dios me ama, y que ese Dios es un Dios que me ha dado tanto la fuerza para aguantar y el espíritu para vivir con gozo; sé que me ama de forma incondicional y que me da la voluntad y la valentía para seguir adelante, y la capacidad de vivir la vida a la que Él me ha llamado. Me ayuda a vivir en medio de la injusticia, dándome lo necesario para no caer en la amargura ni en la hipocresía. La victoria que Él me da me permite vivir en el mundo real sin dejarme esclavizar por él. Yo también llevo en mi cuerpo heridas de la injusticia, pero por su gracia y su espíritu, las tengo como heridas de triunfo porque Él me da el poder para vencer”.

 

Jill Garrett es Directora de Gallup U.K.

Está muy bien eso de encontrar nuestra identidad en Cristo, pero ¿cómo aplicamos eso a la ambición profesional en un mundo que a menudo nos dice que “si no vas hacia arriba, estás fuera»?

 

Vivimos en la era del éxito. Hay gente que le da importancia a la fama, a la riqueza, al poder; otros a las relaciones sexuales, a la felicidad matrimonial. Pero la cuestión última es la misma: lo importante a los ojos del mundo es que tengas éxito y logres lo que te propones. ¿Cómo competir en un mundo así cuando nosotros los cristianos hemos sido llamados a “considerar a los otros como más importantes que a nosotros mismos” (Filipenses 2:3)?

 

Esta idea de que “no podemos fallar” nos ha convertido en una sociedad con una mentalidad de “comer para no ser comido”, en la que la única forma de participar es ir hacia arriba (si no vas hacia arriba, ya estás fuera del juego). El desempleo se sigue viendo como un fracaso, en lugar de verse como lo que es: una consecuencia de nuestro sistema económico. Como profesionales, se nos anima a tener una mentalidad competitiva para alcanzar el éxito y obtener resultados, lo que fácilmente puede convertirse en una ambición insana.

 

En Lucas 12:13-21 Jesús explica la parábola del necio avaro, un hombre preocupado por almacenar y almacenar y tener en abundancia para asegurarse la felicidad. La conclusión de Jesús sobre esto es que todo aquel que persigue la riqueza a expensas de su relación con Dios es un necio.

 

Eso no quiere decir que tener riquezas o tener éxito en tu carrera profesional exitosa esté mal. Pero si confías en esas riquezas o ese éxito como un medio seguro para “comprar” tu felicidad futura, entonces Jesús dice que eres un necio. El problema no es tener ambición, ¡sino no saber cuál es una buena ambición!

La perspectiva correcta

La Biblia contiene muchas historias de personas cuyo éxito podía medirse según los parámetros de este mundo. David, el rey victorioso; Salomón, el hombre más sabio de la tierra; Moisés, el gran líder; Daniel, el Primer Ministro de tres emperadores distintos; Pablo, el gran evangelista; Elías, el hombre de Dios. Incluso Jesús, ¡el fundador del movimiento religioso más importante de la Historia! Pero según la Biblia, el aspecto clave de cada una de estas personas no era su posición terrenal, sino la decisión que tomaron de vivir para la gloria de Dios.

 

En Génesis tenemos el relato de José y su espectacular carrera: muy poca gente en nuestros días ha experimentado cambios tan radicales. José empieza siendo el hijo favorito de un gran terrateniente, después sus hermanos lo venden a unos mercaderes de esclavos, acaba trabajando como esclavo de un funcionario egipcio, luego pasa varios años en la cárcel, de donde sale para convertirse en consejero del Faraón egipcio y, finalmente, llega a Primer Ministro.

 

Al final de la historia (en Génesis 45), sus atemorizados hermanos intentan compensarle por lo que le han hecho. José reacciona de forma misericordiosa reconociendo que Dios es quien lo ha puesto en la posición en la que está para que pueda evitar que su familia, y de ese modo el pueblo de Dios, muriese de hambre.

 

Durante todo ese tiempo, José ha mantenido su mirada fija en algo que estaba más allá de su carrera profesional. En cada paso ha reconocido la mano de Dios tanto en las victorias, como en las aparentes derrotas. Fíjate en el capítulo 39, donde tiene lugar el incidente con la mujer de Potifar, la cual intenta en vano seducir a José. Tanto antes como después de este episodio hay dos acontecimientos más relacionados con la carrera profesional de José a los que deberíamos prestar atención: los versículo 2-6, y los versículos 19-23. En los primeros versículos José cumple tan bien en su trabajo como esclavo que es ascendido a jefe de los esclavos: lo ponen al mando de todos los sirvientes de la casa. ¿Cuál fue el secreto de su éxito? Que Dios le bendijo. Más aún, gracias a José, ¡Dios incluso bendice a su amo Potifar! Y en los versículos 19-23 José pasa de ser el nuevo interno en la prisión a ser el prisionero más respetado, por lo que lo ponen al cargo de toda la prisión. ¿Por qué? De nuevo, la presencia de Dios que está con José, ayudándole con sus tareas y responsabilidades.

 

El otro momento crucial es cuando la mujer de Potifar intenta seducir a José, y éste se mantiene fiel a Dios, aun sabiendo los efectos que eso podía tener sobre su carrera profesional.

 

Una de las implicaciones que la historia de José tiene para nosotros es que no importa si nuestra vida profesional tiene altibajos. Lo importante es buscar la gloria de Dios con todo nuestro ser, y llevar un estilo de vida que sea digno de las buenas nuevas de Jesucristo.

La comprensión adecuada

Pablo, en su primera carta a Timoteo, es muy directo. Dice que “la piedad es un medio de gran ganancia cuando va acompañada de contentamiento … Los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo y en muchos deseos necios y dañosos”. Y añade: “Huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la perseverancia y la amabilidad”.

 

Es imposible buscar la riqueza, la fama el éxito terrenal y, a la vez, huir de esas cosas. Nuestra agenda es diferente a la del mundo: nuestro objetivo es tener el carácter de Jesucristo. Eso no quiere decir que podemos luchar por llegar lejos en el ámbito profesional, pero eso nunca debería ser nuestra única meta.

 

En Occidente, Satanás lucha contra el evangelio haciéndonos creer la mentira de que podemos tener el cielo aquí en la tierra. Mirando la Historia de la humanidad, y mirando a nuestro alrededor, ya deberíamos habernos dado cuenta de que eso es imposible. Pero nuestra sociedad sigue ciega, o simplemente no se quiere enterar.

 

Lucha contra la tentación de compararte con los demás o de mirar lo bien o mal que te están tratando. En lugar de eso, compárate con Jesús, ¡y reconoce que Dios te está tratando mucho mejor de lo que mereces!

 

Tenemos que aprender a estar siempre y constantemente agradecidos a Dios por su fidelidad, aún cuando el camino es difícil (2a Pedro 1: 3-4). Dios merece nuestra fidelidad, y nuestra confianza en que Él nos puede poner en el sitio en el que Él quiere cuando Él quiere (Proverbios 3:5-6; 16:9).

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