Principios bíblicos en la construcción del sistema democrático

Xesús Manuel Suárez

(Extraído de “Protestantismo, democracia e identidades nacionales”, Básicos Andamio)

Algunos de estos principios los conocemos sobradamente, pero quizás no hemos reparado suficientemente en sus implicaciones políticas. Voy a citar algunos ejemplos:

 

Lc. 22.24-27: “Hubo también entre ellos una disputa sobre quién de ellos sería el mayor. Pero él les dijo: Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad son llamados bienhechores; mas no así vosotros, sino sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve. Porque, ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve”.

 

Es tremenda la ironía de Jesús cuando dice que los que se enseñorean de las naciones, encima pasan por bienhechores, algo de lo que encontramos ejemplos hoy mismo. Pero incluso en democracia los que ocupan puestos de gobierno tienden con frecuencia a entender que el cargo les corresponde casi como si formase parte de su patrimonio, no comprenden que son interinos. Aunque parezca una obviedad, una sociedad no será nunca profundamente democrática hasta que sus dirigentes no entiendan, no asuman que su función es de servicio y que la democracia se construye de abajo arriba, no de arriba abajo. Muchos tenemos la sensación de que somos los gobernados quienes servimos a los gobernantes y, mientras sea así, la democracia seguirá vaciándose de contenido. Esto no se escribe en la Constitución ni se vota; es más profundo: es un valor ético que hay que asumir.

 

Col. 3.11: “no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos”.

 

Este concepto es el que refleja la citada Declaración de Independencia cuando dice “Sostenemos que estas verdades son evidentes por sí mismas: que todos los hombres son creados iguales”. Los campesinos alemanes que se levantaron en el s. XVI lo entendieron muy bien; uno de sus doce artículos decía: “…Cristo nos redimió y nos compró a todos con su preciosa sangre, al más humilde pastor igual que al más grande señor, sin excepciones. Por tanto, la Biblia demuestra que somos libres y queremos ser libres”.

 

1Ti. 2.5: “hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre”.

 

La Biblia niega el privilegio que se arroga la clase sacerdotal católica que pretende ser mediadora entre Dios y los hombres: Dios quiere tener una relación personal y directa con cada uno de nosotros, una relación que no es privilegio de ninguna clase sacerdotal; no necesitamos la tutela de ningún colectivo especial que nos haga de puente entre Dios y nosotros. De la misma manera, no precisamos ninguna clase intermediaria entre el poder y nosotros; pero este concepto es desconocido para la mentalidad colectiva española, que durante siglos ha dejado su relación con Dios en manos de una clase sacerdotal; esto les ha condicionado para dejar también el poder en manos de la nueva clase sacerdotal que es la clase política, que decide paternalistamente (¿o no tanto?) lo que es bueno y lo que es malo para la sociedad. De la misma forma que tenemos el derecho y la responsabilidad de acceder directamente a Dios, tenemos derecho a ejercer nuestra responsabilidad política con libertad y criterio propio y, desde este, exigir responsabilidades a la clase dirigente.

 

Lc. 15.4-7: “¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso; y al llegar a casa, reúne a sus amigos y vecinos, diciéndoles: Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido. Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento”.

 

Dios se interesa por cada uno de nosotros personalmente, individualmente; también nos pide responsabilidades individualmente: la Biblia enseña que no me salvo por pertenecer a una iglesia, sino por restaurar mi relación personal con Dios. En esta parábola el individuo llega a valer más que el grupo, y esto es una paradoja para quienes entienden que la democracia se limita al gobierno de la mayoría; pues bien, no hay democracia sin respeto a los derechos inalienables de la persona; no hay democracia sin una valoración profunda de cada ser humano, desde su concepción hasta su muerte. Nuestra sociedad necesita recuperar el valor inmenso de la persona, del individuo. Las sociedades que conocen esta perspectiva tienen un concepto muy rico de las libertades individuales y una de las principales funciones del Estado es defenderlas.

 

Este concepto generó de forma natural en las sociedades protestantes un sentido de la responsabilidad personal del ciudadano, una profunda conciencia de que cada uno de nosotros tiene su responsabilidad política; es interesante comprobar la forma diferente en que se perciben en los países con antecedentes culturales puritanos las relaciones entre el representante político y sus electores: es normal que el diputado reciba directamente las quejas, sugerencias e iniciativas de sus electores individuales. En contraste, en España, un país con otra tradición, a los diputados se les ve a veces y por televisión y su contacto con los electores se limita a las campañas electorales; ni ellos se sienten obligados a más, ni los ciudadanos esperan más de ellos. La clase política española es, en cierto modo, una clase sacerdotal mediadora del poder, que se apropia imperceptiblemente de él y sólo se siente obligada a responder ante los gobernados cada cuatro años; entretanto, ignora descaradamente a los individuos a quienes representa. La sociedad civil se ve así cada vez más alejada del poder y de las decisiones que marcan el rumbo de la sociedad.

Conclusión

Toda sociedad tiende a deslizarse hacia conductas políticas autoritarias. La democracia occidental es el sistema que mejor controla esa tendencia; al repasar los documentos que dieron origen a la primera democracia de Occidente, la de los EE. UU., encontramos que la cosmovisión de la que se partía era una cosmovisión bíblica, en la que el ser humano está integralmente corrompido y necesita una regeneración por la gracia de Dios; desde esta perspectiva, se hace necesario establecer mecanismos de checks and balances (“controles y equilibrios”) que impidan la tendencia innata del ser humano a la corrupción y al abuso de poder.

 

La democracia en la que vivimos necesita una constante renovación y profundización, que se debe nutrir de un retorno a los fundamentos éticos del sistema democrático occidental. Los protestantes conocemos bien esos fundamentos, tan vinculados a la Biblia, y por eso tenemos la responsabilidad de sacarlos a la luz ante nuestra sociedad no sólo para predicar el Evangelio a individuos, sino para ayudar a mejorar y dar profundidad a nuestro sistema democrático.

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© 2013 Xesús Manuel Suárez García © 2013 Básicos Andamio
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