Que el criterio de la mayoría no limite tu andar

X. Manuel Suárez

Los otros eran diez, y ellos sólo dos. ¿A quién escucharía Moisés? ¿A quién escucharía el pueblo? ¿A quién merecía la pena escuchar? Muchas veces oigo el mismo comentario en creyentes diferentes: «Estoy DECEPCIONADO de mis hermanos, de mi iglesia». ¿Tú piensas igual? Moisés no se fijó en los diez, no se amargó escuchando a los diez, no se quedó criticando y mostrando su profunda decepción a su hermano Aarón, no descalificó a todo el pueblo y los mandó a tomar viento, no dijo: «Con este grupo no vamos a ninguna parte», se fijó en los pocos, sólo dos; y no abandonó a su pueblo, se comprometió con él y echó a andar. Para él unos pocos fueron suficientes. No tuvo duda: no se dejó limitar por el criterio de la mitad más uno, ni por el de la representatividad.

 

Aveces exageramos la importancia de la mayoría: no voy a tirar por tierra el necesario respeto a las posturas mayoritarias, pero, siendo muy práctico, contar o no con la mayoría de los miembros nunca debe ser causa para paralizar vuestra actividad, vuestras iniciativas.

 

A Josué y a Caleb este episodio les dejó marcados para siempre. En su misión al frente de Israel, Josué lo tuvo siempre en mente. En su discurso final, volvería a recordar que, aunque todo el mundo pensase y decidiese una cosa, si eso no fuese lo recto, él seguiría siempre fiel a sus profundas convicciones.

 

Recordaría también este episodio cuando se dispuso a conquistar Jericó; sí, no lo dudéis. Recordó que su maestro Moisés, cuando llegaron ante Canaán, tuvo la estrategia de enviar a unos espías para que reconociesen previamente la tierra. Josué se dijo: «Voy a hacer lo mismo que mi jefe», pero cuando señaló a los espías, se dijo: «No voy a cometer el mismo error que mi jefe: él se empeñó en hacer el nombramiento lo más representativo posible, tomando de la tribu de Rubén, a Samúa hijo de Zacur, de la tribu de Simeón, a Safat hijo de Horí, etc. (Nm. 13:4-15); no, a mí no me va a pasar lo que le pasó a él: si en aquella ocasión en vez de doce hubiésemos ido dos, no habría pasado lo que pasó; está bien buscar la representatividad, pero a mí otra vez no me la clavan; con dos llega y sobra», Josué 2:1, Josué hijo de Nun envió desde Sitim dos espías secretamente, diciéndoles: Andad, reconoced la tierra, y a Jericó. Y bien que hizo también, porque después Rahab pudo esconder fácilmente a los dos en el terrado debajo del lino, pero a doce no sé en dónde los habría metido, ¡como no fuese en el congelador!

A veces pasamos semanas y meses esperando juntar a todos los miembros, a que todos se pongan de acuerdo para echar a andar un proyecto o unas reuniones; parece que con pocos no podemos hacer nada, que hay que esperar a que se junte un grupo representativo. A un miembro de un grupo en Galicia le pregunté cómo siendo tantos como eran no tenían ningún tipo de actividad evangelística, y me contestó que estaban esperando a conocerse mejor para ponerse bien de acuerdo, que necesitaban muchas reuniones hacia los de dentro para comprometerlos a todos y después el Señor les guiaría a alcanzar a los de fuera; mi sugerencia fue que bien podrían pasar varios años antes de que llegasen a tan feliz estado, y que para entonces su promoción ya estaría a punto de licenciarse (desgraciadamente, así fue).

 

¿Te agobia no contar con el compromiso de todos los miembros de tu grupo? ¿Te paraliza? ¿Crees que no se debe hacer nada hasta que contéis con un buen grupo trabajando? ¿Te desmoraliza ver que muchos vienen de tarde en tarde y cuando vienen parece que hay que agradecérselo? ¿Crees que sois demasiado pocos los que estáis dispuestos a dar el callo? ¿Crees que no sois suficientes? No tengas dudas: para empezar algo nunca es necesario contar con todos: pocos, muy pocos son suficientes si están convencidos. ¡Adelante! No os dejéis aplastar por la frustración, no os volváis también vosotros escépticos. Si vosotros empezáis, otros menos activos acabarán uniéndose a vosotros, y si no se unen más, vuestro trabajo no quedará sin recompensa y reconocimiento del Señor.

 

Deuteronomio 26:5-9, Entonces hablarás y dirás delante de Jehová tu Dios: Un arameo a punto de perecer fue mi padre, el cual descendió a Egipto y habitó allí con pocos hombres, y allí creció y llegó a ser una nación grande, fuerte y numerosa; y los egipcios nos maltrataron y nos afligieron, y pusieron sobre nosotros dura servidumbre. Y clamamos a Jehová el Dios de nuestros padres; y Jehová oyó nuestra voz, y vio nuestra aflicción, nuestro trabajo y nuestra opresión; y Jehová nos sacó de Egipto con mano fuerte, con brazo extendido, con grande espanto, y con señales y con milagros; y nos trajo a este lugar, y nos dio esta tierra, tierra que fluye leche y miel.

 

Todo lo que somos lo debemos a que Dios nos ha traído hasta aquí. Ésta es nuestra seguridad, ésta es nuestra honda convicción sobre la que afirmamos cada paso que damos; ésta es la base de nuestro realismo optimista.

El compromiso del líder con el grupo

Josué aprendió de Moisés, en el mismo episodio de Números 13 y 14, cómo debe ser el compromiso de un líder con su grupo:

 

Números 14:11-19, y Jehová dijo a Moisés: ¿Hasta cuándo me ha de irritar este pueblo? ¿Hasta cuándo no me creerán, con todas las señales que he hecho en medio de ellos? Yo los heriré de mortandad y los destruiré, y a ti te pondré sobre gente más grande y más fuerte que ellos.Pero Moisés respondió a Jehová: Lo oirán luego los egipcios, porque de en medio de ellos sacaste a este pueblo con tu poder; y lo dirán a los habitantes de esta tierra, los cuales han oído que tú, oh Jehová, estabas en medio de este pueblo, que cara a cara aparecías tú, oh Jehová, y que tu nube estaba sobre ellos, y que de día ibas delante de ellos en columna de nube, y de noche en columna de fuego; y que has hecho morir a este pueblo como a un solo hombre; y las gentes que hubieren oído tu fama hablarán, diciendo: Por cuanto no pudo Jehová meter este pueblo en la tierra de la cual les había jurado, los mató en el desierto. Ahora, pues, yo te ruego que sea magnificado el poder del Señor, como lo hablaste, diciendo: Jehová, tardo para la ira y grande en misericordia, que perdona la iniquidad y la rebelión, aunque de ningún modo tendrá por inocente al culpable; que visita la maldad de los padres sobre los hijos hasta los terceros y hasta los cuartos. Perdona ahora la iniquidad de este pueblo según la grandeza de tu misericordia, y como has perdonado a este pueblo desde Egipto hasta aquí.

 

Esta última frase es muy significativa: «como has perdonado a este pueblo desde Egipto hasta aquí». Moisés no es ningún iluso: conoce bien a su pueblo, no tiene una visión utópica de él; desde que salieron de Egipto hasta aquí, cada poco tiempo se han rebelado contra Jehová. Es un pueblo inconstante, que cuando las cosas marchan bien tira para adelante, pero cuando aparece alguna dificultad (no siempre real, a veces aparente), pone en duda y cuestiona todo y está dispuesto a echarse atrás de su misión, de su camino. Parece que hay que estar recordándoles continuamente quiénes son y cuál es su misión; cada poco tiempo hay que volver a empezar con ellos.

 

Cada poco tiempo se cuestionan el liderazgo de Moisés, da la impresión de que Moisés les debe algo, que sin ellos Moisés no sería nada, que necesita de ellos. No valoran –y probablemente ni se enteran– las horas, las noches que Moisés pasa intercediendo por ellos, la cantidad de tiempo que pierde con ellos cuando podría estar haciendo cosas más interesantes y necesarias, el desgaste psicológico y emocional que supone todo esto para Moisés. Dan por hecho que Moisés tiene que hacer lo que está haciendo por ellos, por obligación; y, si en algún momento no les gusta, no dudan un segundo en echárselo en cara, en presentar sus reclamaciones y exigir lo que les parece. No es extraño esto; oímos de líderes con los que su pueblo se identifica plenamente y les sigue a ciegas; muchas veces no se trata de líderes democráticos, sino de líderes autoritarios; por otra parte, no es raro que un pueblo oprimido acabe devorando, rechazando a aquel líder que les liberó; parece que les queda nostalgia de la dictadura. Sólo los pueblos con madurez democrática son capaces de apreciar y apoyar con convicción al líder que no se impone, sino que se ofrece en servicio. Pero ahora tengo una pregunta para ti: si tu grupo fuese como el pueblo de Israel, ¿cuánto tiempo aguantarías como líder?

 

En este momento Dios se lo pone en bandeja a Moisés: no tienes por qué seguir aguantándolos; si crees que no merecen la pena, te doy la oportunidad de dejarlos. Moisés pudo pensar entonces que no tenía por qué seguir quemándose y perdiendo el tiempo con aquel grupo, que no estaba consiguiendo mucho con ellos, que no estaban entendiendo nada, que no comprendían, de ninguna manera, el plan trascendente que Dios tenía para ellos. Si era así, ¿para qué seguir con ellos? ¿Merecía la pena tanto derroche de tiempo y energía, tanto consumo de su propia vida? ¿Alguna vez te dirigiste a ti mismo preguntas parecidas a éstas?

 

¿Estaría Moisés a punto de claudicar? Le quedaba un argumento al que agarrarse para seguir con aquel pueblo: Israel era el instrumento que Dios había diseñado para mostrar su plan eterno a la humanidad; Israel cumplía una función trascendental en los planes de Dios para la historia de la humanidad. Israel era indigno, pero el plan que Dios tenía para Israel dignificaba a ese pueblo. El pueblo de Israel no merecía tanto trabajo, tanto sacrificio ignorado, no valorado, pero el plan de Dios para Israel hacía que mereciese la pena el trabajo.

 

Pero en ese momento Dios le quita este argumento: Mira, soy soberano y cumplo Mis planes por encima de cualquier circunstancia, y nada me limita: ¿Hasta cuándo me ha de irritar este pueblo? ¿Hasta cuándo no me creerán, con todas las señales que he hecho en medio de ellos? Yo los heriré de mortandad y los destruiré, y a ti te pondré sobre gente más grande y más fuerte que ellos (Nm. 14:11-12). Mi plan no se va a abortar; Yo lo voy a cumplir, y puedo perfectamente destruir a Israel y cumplir Mi plan a través de un pueblo nuevo, y para ti, Moisés, nada cambiará, porque cumplirás tu función exactamente igual. (No creo que Dios estuviese jugando a amenazar para sacar una respuesta de Moisés; estoy convencido de que, si Moisés no hubiese intercedido, Dios habría llevado a cabo lo que le estaba diciendo).

 

Pero para Moisés sí que cambiaba algo: los planes de Dios se cumplirían igual, la vida de Moisés tendría un significado y un destino semejante. Pero para Moisés, cumplirlo con Israel o cumplirlo con otro pueblo sí que era diferente: «Perdona ahora la iniquidad de este pueblo». En una ocasión anterior, Israel se hizo un becerro de oro (Ex. 32:31-32): Entonces volvió Moisés a Jehová, y dijo: Te ruego, pues este pueblo ha cometido un gran pecado, porque se hicieron dioses de oro, que perdones ahora su pecado, y si no, ráeme ahora de tu libro que has escrito. No es fácilmente explicable esta identificación de Moisés con su pueblo; ¿Por qué? ¿Porque le apoyaban? ¿Porque le valoraban? ¿Porque necesitaba de ellos? Rotundamente no. La única razón era que se identificaba con ellos hasta la muerte, y plenamente consciente de que ni lo merecían ni les necesitaba.

 

Pablo habló de forma semejante en Romanos 9:1-4, Verdad digo en Cristo, no miento, y mi conciencia me da testimonio en el Espíritu Santo, que tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón. Porque deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la carne; que son israelitas. Y cuando Pablo decía esto, sabía que nadie le había rechazado y despreciado tan duramente como los israelitas.

 

Nehemías tampoco necesitaba para nada a su pueblo: tenía su vida resuelta y bien enfocada, con altas misiones que cumplir. Lo dejó todo para sumergirse entre las ruinas de una Jerusalén desolada; lo dejó todo para volver a los tristes restos de la memoria casi perdida de Israel, por pura identificación con su pueblo, con un pueblo sin tierra, desparramado, con su identidad nacional languideciendo, con una nación sin futuro: con ese pueblo se identificó plenamente:

 

Nehemías 1:6-7, esté ahora atento tu oído y abiertos tus ojos para oír la oración de tu siervo, que hago ahora delante de ti día y noche, por los hijos de Israel tus siervos; y confieso los pecados de los hijos de Israel que hemos cometido contra ti; sí, yo y la casa de mi padre hemos pecado. En extremo nos hemos corrompido contra ti, y no hemos guardado los mandamientos, estatutos y preceptos que diste a Moisés tu siervo. Nehemías llegó a identificarse personalmente con el pecado de su pueblo.

 

Cuando tu grupo fracasa, ¿lo consideras «su» fracaso o «nuestro» fracaso, también «tu» fracaso?

 

Nehemías llegó a identificarse personalmente con el pecado de su pueblo. Jesús se identificó plenamente con nuestro pecado hasta la muerte. Jesús tampoco necesitaba de nosotros, no precisaba ser reconocido por nosotros, pero se identificó con nosotros hasta la muerte.

 

Estoy dibujando un líder diferente, no el que es reconocido unánimemente por su comunidad, el que ejecuta democráticamente lo que el pueblo decide, el que está obligado por necesidad con su pueblo, sino un líder que se siente plenamente libre de su nación, que no le necesita, y desde esa libertad se obliga a sí mismo voluntariamente con su pueblo, identificándose hasta la muerte con él. En el discurso final de Josué veremos a un líder que se sabe plenamente libre de su pueblo, que no necesita de él, un líder que va a seguir su camino con plena convicción sin mirar quién le sigue, pero un líder que se identifica plenamente con su gente.

 

¿Cómo te sientes en tu grupo? ¿Eres incapaz de sobrevivir sin él? Corres peligro, corres el riesgo de que te decepcionen y de amargarte. ¿Eres capaz de seguir solo tu camino con tus metas bien claras? ¿No precisas asegurarte de que hay compañeros que te siguen? Entonces mira a tu alrededor e identifícate hasta la muerte con tu grupo, y comprométete plenamente con ellos; entonces serás un gran líder.

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