Reinvención del laicado y del clero

R. Paul Stevens

La teología no es reserva privada de los teólogos. No es un asunto privado para los catedráticos… Tampoco lo es para los pastores… La teología es una cuestión de Iglesia. No va bien sin catedráticos ni pastores. Pero velar sobre la pureza del servicio de la Iglesia, es un problema que tiene que recaer sobre toda la Iglesia. El término “laicado” es uno de los peores del vocabulario de la religión y su uso debería prohibirse dentro de conversaciones cristianas. (Karl Barth) [1]

 

En la primavera de 1975 me convertí en un laico. Había estudiado en un seminario, fui ordenado y serví con mi esposa en diversas iglesias y movimientos paraeclesiásticos. Pero aquella primavera dimití del liderazgo de una maravillosa Iglesia, me coloqué mi cinturón de herramientas y empecé a trabajar como carpintero, haciendo negocios mientras que comenzaba una Iglesia en medio de gente de la calle en la ciudad de Vancouver. Es comprensible que mis colegas pastores se sintieran confundidos, por no hablar de la congregación.

Un pueblo sin laicado

¡Qué término tan resbaladizo nos toca definir! Dependiendo del contexto específico de la iglesia, “laico” se define por la función (no administra la Palabra ni los sacramentos), por el estatus (no tiene un “Rvdo.”, “reverendo”), por la localización (sirve principalmente en el “mundo”), por la educación (no está formado en teología), por remuneración (no está a tiempo completo ni le pagan) y por estilo de vida (no es religioso, sino que está ocupado en la vida secular), ¡por lo general en términos negativos! Habitualmente, se considera a los laicos como ayudantes del pastor y no a la inversa. Por ejemplo, Georgia Harkness cita una encuesta realizada entre doce mil miembros de la denominación metodista en los Estados Unidos, en la que ofrecía cuatro opciones:

 

Los laicos son:

 

I. miembros del pueblo de Dios llamados a un ministerio total de testimonio y servicio en el mundo;

 

II. los que son ministrados por el clero que es la verdadera Iglesia;

 

III. personas en el servicio cristiano a tiempo parcial;

 

IV. cristianos no ordenados cuya función consiste en ayudar al clero a hacer el trabajo de la Iglesia.

 

Observa que el 59,9% marcó la cuarta opción.[2]

 

Con precisión científica, el teólogo católico Karl Rahner define a los laicos de forma negativa y positiva a la vez. Se entiende a las personas laicas de forma negativa como; (1) aquellos que no están en la jerarquía de la Iglesia, sin poderes jerárquicos adecuados ni legales ni litúrgicos, eliminando así a los pocos supuestos papas laicos de esta categoría; y (2) como personas que se distinguen de los que están en la vida religiosa, los monjes y monjas que han tomado los votos de los consejos evangélicos. En lo positivo, Rahner define a los laicos como: (1) quienes permanecen en el mundo y tienen tareas específicas en la sociedad que determinan su “estatus” en la Iglesia; y (2) (también de manera positiva) las personas laicas de la Iglesia que son llamadas, adoptadas, comisionadas y bendecidas, y que funcionan plenamente como colaboradores de la gracia de Dios en y por medio de la vida de la Iglesia, por su bautismo y confirmación.[3]

 

A los protestantes les va poco mejor, a pesar de la rica herencia de la Reforma y su llamada de clarín al “sacerdocio de todos los creyentes”. En lugar de las dobles alternativas al laicado en la comunión católica, basadas en la función (el sacerdocio) y la vida (los religiosos, monjes y monjas), los protestantes definen al “laico” como no ordenado, no pagado y no formado. Incluso el laico tipo B de Morton y Gibbs, que funciona como persona voluntaria del clero (el miembro “ideal” de la Iglesia que vive por y en la Iglesia) sigue siendo una persona laica.[4] Los movimientos paraeclesiales que están proliferando por todas partes son, en un sentido, una asombrosa propagación del ministerio del Reino por parte de los cristianos corrientes, pero uno a penas puede afirmar que el personal de las paraiglesias son laicos ya que son religiosos profesionales, remunerados por su servicio y, en gran medida, teológicamente preparados aunque carezcan generalmente de una ordenación formal.[5]

 

De modo, que los protestantes tienen sus propias jerarquías: en la parte más alta están los misioneros transculturales, seguidos por los pastores; a continuación, los obreros entre la juventud y ministros paraeclesiales (incluidos los catedráticos de seminario). Bajo la división clero-laico (y en orden descendente según el valor religioso) se encuentran profesionales que ayudan a las personas (p. ej., maestros, médicos y enfermeras), amas de casa, comerciantes, hombres y mujeres de negocio, políticos y ocupaciones ligeramente importantes (como correduría de bolsa y las leyes). ¿Se deberían eliminar tales distinciones?

 

Cuando entras hoy en la Iglesia, existen dos “tipos de personas”: los laicos, que reciben el ministerio, y el “clero”, que lo imparte. Pero, cuando entramos en el mundo del Nuevo Testamento, solo encontramos un tipo de pueblo: el verdadero laos de Dios, con líderes en medio del pueblo.

Grafico clero laicado

Los autores del Nuevo Testamento rechazaron dos términos despectivos para “laicado” disponibles para describir al pueblo de Dios bajo el pacto nuevamente reconstituido. El primero era la palabra griega laikos, “perteneciente al pueblo común”.[7] No se usa en absoluto en el Nuevo Testamento. Clemente de Roma, al final del siglo I, fue el primero en utilizarla con respecto a los cristianos. Usó “hombre laico” (laikos) en su carta a los corintios para describir el lugar del laicado en la adoración cuando se privaba a los presbíteros de sus funciones.[8] Alexandre Faivre observa tanto la comparación militar (comandante en jefe) y la alusión a la jerarquía cúltica,[9] dos fuentes obvias de la distinción clero-laico que más tarde se institucionalizaría en la iglesia. Este primer uso de “laico” por parte de un cristiano pasó sumamente inadvertido y no fue hasta mucho más tarde, con Clemente de Alejandría y Tertuliano, que el término volvió a surgir.[10] Notablemente, Tertuliano afirmó que “donde hay tres reunidos, aunque sean laicos, allí está la Iglesia”.[11] Sin embargo, al responder a la herejía, Tertuliano observó que los herejes “en un tiempo pusieron novicios en el cargo y, en otro, a hombres sujetos a algún empleo secular… Y es que hasta a los laicos les imponen las funciones del sacerdocio”.[12] El término tampoco aparece ni en los escritos de Justino Mártir (150 d. C.), para quien bastaba con el título “cristiano”,[13] o en los de Ireneo (180 d. C.).[14]

 

El segundo término en el lenguaje griego para “laicado” es idiótés, raíz de la palabra “idiota”. Significa “laico en contraste con un experto o especialista”. ¡Esta palabra no fue usada jamás por un apóstol inspirado para describir a los cristianos! En Hechos 4:13, los miembros del Sanedrín judío expresaron su asombro ante la poderosa predicación de aquella “gente sin estudios ni preparación” (en este caso, los idiótai eran Pedro y Juan). La palabra también se utiliza en 1 Corintios 14:23 para describir a la persona que está fuera de la Iglesia que entra a una reunión cristiana totalmente sin iniciar y que no puede entender qué está ocurriendo. Aquí, idiótés se refiere a personas que aún no son cristianas. Por tanto, ninguna de las dos palabras negativas disponibles —laikos e idiótés— se usa para describir a cristianos corrientes. En su lugar, se utilizan otros dos términos.

El laos de Dios

El término griego laos significaba originalmente “la multitud” y “el pueblo como nación”. Se utilizó finalmente en la traducción griega del Antiguo Testamento (LXX) como designación universal del “pueblo de Dios”, traduciendo el hebreo ‘am. En Hechos 15:14, en el concilio apostólico, Santiago establece la conexión deliberada del Israel nacional veterotestamentario con el pueblo recién reconstituido de Dios en Cristo: “Simón ha descrito para nosotros cómo mostró Dios primeramente su preocupación sacando de entre los gentiles a un pueblo [laon] para sí”.[15] Strathmann observa: “Para los oídos judíos, esta era una declaración asombrosa y hasta revolucionaria, aunque en la profecía del Antiguo Testamento se había ido preparando el camino para ella”.[16] Esta palabra puede traducirse de forma adecuada como “laicado”, pero, para ello, necesitaríamos reinventar el término. No significa “no formado” ni “corriente”, sino “el pueblo de Dios”, un pueblo verdaderamente extraordinario.[17]

 

Aunque observamos en la Iglesia de hoy dos clases de personas separadas por la educación, la ordenación[18] y la entonación, en el Nuevo Testamento descubrimos a un pueblo que ministra con líderes que también son miembros del laos y que están sirviendo para equipar al pueblo para la obra del ministerio (Efesios 4:11-12).[19] El pueblo de Dios (laos) es un pueblo compuesto (milagrosamente) por judíos y gentiles, hombres y mujeres, ricos y pobres, esclavos y libres, todos ellos en conjunto la herencia escogida de Dios. Además, Gordon Fee señala que existe una continuidad extraordinaria en el pueblo de Dios bajo el Antiguo Pacto con respecto a la condición de pueblo, pero una discontinuidad asombrosa con el Antiguo Testamento con respecto al liderazgo.[20] En pocas palabras, bajo el Antiguo Pacto había personas del clero; sin embargo, bajo el Nuevo, estas funciones quedan abolidas o más bien universalizadas en el laos de Dios. La razón tiene que ver con el señorío y la condición de mediador de Cristo y el don del Espíritu Santo. Esto queda de manifiesto en el uso del término “clero” en el Nuevo Testamento.

¿Deberían eliminarse las distinciones? Sí. ¿Se puede hacer? Esta pregunta es mucho más difícil de contestar a causa del afianzamiento del clericalismo.

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Notas:

 

1 Theologische Fragen und Antworten (1957), 175, 184-184, citado en R.J. Erler y R. Marquard (eds.), trad. G.W. Bromiley, A Karl Barth Reader (Grand Rapids: Eerdmans, 1986), 8-9.

2 G. Harkness, The Church and Its Laity, 15–16.

3 Karl Rahner, Theological Investigations, II. Man in the Church, trad. Karl-H. Kruger (Nueva York: Crossroad, 1961–91) 22 vol.;, 319–330.

4 Gibbs y Morton, God’s Lively People, 20.

5 Irónicamente, artículos recientes del Concilio Mundial de Iglesias no solo lamentan la pérdida del Departamento del Laicado en 1971, sino de las personas laicas reales en las principales Iglesias, como formas tradicionales de la vida congregacional, que se desintegran bajo la presión del posmodernismo. En contraste con esto, Konrad Raiser observa: “El creciente número de fundamentalistas evangélicos, grupos carismáticos y nuevos movimientos religiosos se ven ampliamente respaldados por “laicos” en el sentido clásico, pero las comunidades de base cristianas y los movimientos críticos de la sociedad o de las Iglesias que han surgido alrededor de las Iglesias —por no hablar del movimiento de las mujeres— son todos, básicamente, el resultado de inciativas laicas”. Laity in the Ecumenical Movement: Redefining the Pro le, (Ecumenical Review 45.4, octubre 1993), 378 [375–383]).

6 Le debo este esquema a Gordon Fee, Laos and Leadership Under the New Covenant, (Crux, vol. XXV, núm. 4 (diciembre 1989): 3Informar-te que l’aula del teu curs d’anglés és a l’aulari A3 aula 105 els dimarts i els dijous és a l’aulari A4 aula 101 al campus Nord. –13. Reproducido con permiso.

7 Lamento el desafortunado error de Liberating the Laity, p. 21, donde se usa esta palabra para describir a todo el pueblo de Dios.

8 “Todas las cosas deben hacerse, pues, de manera religiosa, aceptable a su beneplácito, dependiendo de su voluntad. Por tanto, los que hacen su ofrenda en los tiempos prescritos son aceptables y bendecidos; y es que, al cumplir con las ordenanzas de su Señor, no pecan. Las funciones especiales se le asignan al sumo sacerdote; a los sacerdotes se les impone un oficio especial; y las ministraciones especiales recaen sobre los levitas. El laico está sujeto por las normas establecidas para el laicado. Cada uno de nosotros, hermanos, debemos esforzarnos en nuestro propio lugar [el énfasis es suyo] para agradar a Dios con una buena conciencia, cuidando con reverencia no desviarse de la regla de servicio establecido (Clemente de Roma [1 Clemente 40:5]).

9 Faivre, The Emergence of the Laity, 15–24.

10 En “An Exhortation to Chastity”, en el contexto de afirmar un sacerdocio monógamo, Tertuliano escribe: “Bueno, diréis, entonces resulta que todos aquellos a los que no mencione el Apostól en esta ley son libres. Sería necio imaginar que los laicos pueden hacer lo que los sacerdotes no pueden. ¿Y es que nosotros, laicos, no somos también sacerdotes? Escrito está: Ha hecho de nosotros un reino, sacerdotes al servicio de Dios su Padre. Se trata de autoridad eclesiástica que distingue al clero y el laicado, esto y la dignidad que aparta a un hombre por su membresía en la jerarquía. De ahí que, donde no existe esta jerarquía, vosotros mismos ofrecéis el sacrificio, bautizáis y sois vuestros propios sacerdotes. Obviamente, donde hay tres reunidos, aunque sean laicos, allí está la Iglesia” (The Ante-Nicene Fathers (10 vol.; Grand Rapids: Eerdmans, 1974-1976), IV.7.54 (50–58).

11 Ibíd., 53. Tertuliano mantenía también que, en ausencia de un obispo, presbítero o diácono, un laico podía administrar el bautismo: “incluso los laicos [y excluyendo a las mujeres] tienen derecho; y es que lo que se recibe por igual se da por igual. A menos que los obispos, sacerdotes o diáconos estén presentes, otros discípulos son llamados, es decir, a la obra” (On the Power of Conferring Baptism III.17.677) 669–676.

12 On Prescriptions Against Heretics, III.41.263 (243-265).

13 Faivre, The Emergence of the Laity, 26-35.

14 Ibíd., 35-40.

15 Hechos 15:14; 18:10; Ro 9:25ss.; 2 Co. 6:16; Tit. 2:14; He. 4:9; 8:10; 13:12; 1 P2 2:9ss.; Ap. 18:4; 21:3.

16 El “laos” de Strathmann en G. Kittel y G. Friedrich (eds.), Theological Dictionary of the New Testament, trad. y ed. G.W. Bromiley (10 vols.; Grand Rapids: Eerdmans, 1964–76), IV, 29–57.

17 Obsérvese que laos tou theou es el término universal del Nuevo Testamento para la Iglesia. Laos usado sin un complemento (como en Mt. 1:21) se re ere a la nación y, en ocasiones, sencillamente a una multitud (Hch. 6:12), según Ceslas Spicq, OP, “laos”, en Theological Lexicon of the New Testament, trad. y ed. por J.D. Ernest (3 vols.; Peabody: Hendrickson, 1994). II.371–374.

18 La ordenación, como rito o ceremonia que confería poder u o cio, no existía sencillamente en el Nuevo Testamento. Véase M. Warkentin, Ordination: A Biblical, Historical View, 172. Lutero dijo: “La Iglesia de Cristo no sabe nada de este sacramento; es una invención de la Iglesia y del papa” (Luther’s Works, ed. Theodore G. Tappert (Filadel a: Fortress Press, 1955–1986), 55 vols, XXXVI.106). Para una defensa teológica/ losó ca de la ordenación, véase Thomas F. Torrance, The Ministry, en R.S. Anderson (ed.), Theological Foundations for Ministry, 405–429. Consideraré la ordenación en el capítulo 6.

19 Véase Fee, Laos and Leadership, 3–13. Algunos de los pensamientos siguientes se desarrollan en este estupendo artículo.

20 Ibíd., 6.

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