Un pueblo sin clero

R. Paul Stevens

En el lenguaje común, “clero” es un término que se usa para describir a un oficial religioso, el miembro de una orden religiosa o el líder pastoral de una Iglesia o denominación. Cuatro dimensiones parecen implícitas en el concepto contemporáneo del clero: (1) la función vicaria en la que el servicio se presta de forma representativa, no solo en nombre del pueblo sino en su lugar; (2) la diferencia ontológica que se suele asociar a la ordenación absoluta, es decir, que una persona se convierta en sacerdote o religioso en virtud de la ordenación y no del carácter y, por tanto, un clérigo no puede dimitir del ministerio; (3) la función sacramental por medio de la cual, y desde Cipriano (200–258 d. C.), el término sacerdos se utiliza de forma rutinaria para el obispo “que se apoya firmemente en la imagen del sacerdocio de las Escrituras hebreas”;[21] y (4) el estatus profesional que implica una función casi única de relevancia social, funciones especializadas que son intercambiables y dando por sentado que un profesional bien formado puede hacerlo mejor que un amateur o voluntario.[22] Que estos líderes se ganen la vida con el evangelio o que se comprometan con el servicio religioso por una remuneración[23] es una definición inaceptable del clero. En vano buscamos tales distinciones en el Nuevo Testamento.

Una Iglesia llena de clérigos

Notablemente, el término griego klèros, del que deriva la palabra “clérigo”, se usa para describir aspectos de ser la totalidad del pueblo de Dios. Originalmente, quería decir ‘lote’, ‘participación’ o ‘porción asignada a alguien’, y se usó en el Antiguo Testamento para la herencia en la tierra prometida.[24] La traducción griega del Antiguo Testamento transfirió este vocablo al Nuevo Testamento. Pedro y Juan usan este término cuando le dicen a Simón el Mago que no tiene “arte ni parte [klèros] en este ministerio, porque no eres íntegro delante de Dios” (Hechos 8:21; cp. Deuteronomio 12:12). Pero aquí entra lo nuevo en Cristo. La “herencia” del Antiguo Testamento la comparten ahora todos los creyentes. Jesús le dice a Saulo/Pablo: “…a quienes [los gentiles] ahora te envío para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia [klèron] entre los santificados” (el énfasis es mío, Hechos 26:17–18 RVR 1960; cp. Efesios 1:11; Gálatas 3:29; Colosenses 1:12).

En ninguna situación usan los apóstoles este término para describir el nombramiento a un oficio eclesiástico, como fue el caso mucho después.[25] A excepción de Ignacio de Antioquía (que utilizó klèros para describir al mártir), el término no se empleó para “clero” hasta el tercer siglo. Simultáneamente reaparece el término “laicado”. Como muestra Alexandre Faivre, los laicos solo pueden existir cuando hay un concepto opuesto frente al que definirse ¡y, hasta el siglo II, sencillamente este no existió! [26]

En el Nuevo Testamento, la Iglesia no tiene “laicos” en el sentido habitual de la palabra, y está llena de “clérigos” en el verdadero significado de dicho término. Alexandre Faivre declara: “La herencia era conjunta, y todos los herederos participaban de forma equitativa de ella”.[27] El Nuevo Testamento abre un mundo de competencia universal, de capacitación universal del pueblo de Dios por medio del don del Espíritu Santo, un ministerio universal y la experiencia universal del llamado de Dios a través de todo el pueblo de Dios.

Fuentes del Antiguo Testamento

En contraste, y en especial, los cinco primeros libros del Antiguo Testamento nos sumergen en un mundo en el que el templo y el sacerdote son centrales, como testifica la prominencia del libro de Levítico. Existe continuidad entre los Testamentos en la condición de pueblo, pero una discontinuidad radical en el liderazgo tal como muestra esta tabla.

Varios movimientos dentro de la historia del Antiguo Testamento, todos presentados de forma negativa por las Escrituras, parecen condenar actos de autoliberación por parte del laicado.[28] Sin embargo, existen otras corrientes de revelación que sugieren algo bastante diferente: un ministerio no clerical dentro del Antiguo Testamento:

 

(1) En Éxodo 19:6, Dios le encarga a todo el pueblo que se convierta en un “reino de sacerdotes”. Al menos un erudito judío ha preguntado si la investidura de Aarón y sus hijos como sacerdotes (Éxodo 28) era, quizás, una adaptación a la demostrada necesidad del pueblo de tener un santuario visible y, por tanto, un sacerdocio, ya que, ocurre después del incidente del becerro de oro. Este parece ser el caso de la monarquía (Jueces 8:23; 1 Samuel 8:6–9). Reuven Kimelman argumenta que la realidad de estar alejado del templo durante el exilio y la caída nal de Jerusalén proporcionaron a la comunidad judía la oportunidad social y teológica de “adecuar el encargo divino original de convertirse en un reino de sacerdotes”.[29] Los rabinos no intentaron convertir la comunidad judía en una democracia (nivelando así el clero), sino más bien ascendiendo a todo el pueblo para que se conviertan en sacerdotes y rabinos juntos: la clericalización del laicado. Tal vez, argumenta Kimelman, el sacerdocio “fue el resultado del fracaso del pueblo a la hora de responder de manera adecuada a la revelación de Dios”.[30] En cualquier caso, la idea de un pueblo-sacerdote precedió a la formación de un sacerdocio dentro del pueblo-sacerdote. Esta visión judía del ministerio de todos los miembros seguía siendo menor que la visión del Nuevo Testamento.

 

(2) Moisés ora que “todos los del pueblo del Señor fueran profetas y que el Señor pusiera su Espíritu en ellos”, cuando Josué se queja de que dos hombres “no ordenados”, Eldad y Medad, estén profetizando en el campamento (Números 11:26–30). Podemos unirnos reverentemente a Moisés en su oración, aunque esta sea gratuita a la luz de Pentecostés. La única persona del Antiguo Testamento de quien se declara con rotundidad que estaba “lleno del Espíritu de Dios” es un artesano: Bezalel (Éxodo 31:1–5). Añade a esto que el voto nazareo (Números 6:1ss.) representaba una oportunidad bajo el Antiguo Pacto para que las personas corrientes se dedicaran a vivir por completo para Dios.

 

(3) Muchos de los líderes de Israel emergieron del pueblo: David era un pastor escogido para convertirse en rey (1 Samuel 16:1–13); Nehemías era el copero del rey pagano (Nehemías 1:1–2:9); Ester era una pobre muchacha huérfana que se convirtió en reina en el exilio; Daniel era un joven escogido para una educación especial en la corte de Nabucodonosor (Daniel 1). Muchos de los profetas de Israel eran “laicos” y no estaban relacionados con el ministerio sacerdotal: Amós, recogedor de higos silvestres (Amós 7:10–15); Ezequiel, un exsacerdote que se convirtió en profeta “laico” en el exilio.

 

(4) Gran parte de lo que llamamos “ministerio” ocurrió en los contextos normales de la vida: Jacob, en su relación con su familia (Génesis. 33:4– 11); Oseas, en su matrimonio con Gomer; Daniel, por medio de su servicio en una corte extranjera; José, mientras estaba en prisión y en la corte del faraón en Egipto; Job, orando por su familia (Job 1:5) y sus amigos (42:19); el Predicador, en la reflexión y la contemplación del trabajo de su vida (Eclesiastés 2:17–23).

 

(5) Joel imagina el día en que Dios derramará su Espíritu sobre toda carne (humanidad), de manera que todo el pueblo de Dios profetizará y llevará la Palabra de Dios (Joel 2:28–32; cp. Hechos 2:17–18). Finalmente, Isaías imagina el día en que, después del exilio, todo el pueblo volverá a ser llamado “sacerdotes del Señor” y “ministros de nuestro Dios” (Isaías 61:6). Hablando de esto, Reuven Kimelman sugiere que “la experiencia del exilio capacita a la comunidad para pervivir la naturaleza contingente del sacerdocio. Aunque sin negarlo con rotundidad, se embarcan en una senda que lleva a su obsolescencia final”.[31]

 

¿Existe un ministerio universal (del pueblo) en el Antiguo Testamento? Sí. El ‘am (‘pueblo de Dios’) es un pueblo que ministra. El ‘am nunca significó meros espectadores. Era gente corriente que mataba al animal sacrificial y lo cortaba en trozos (Levítico 1–7). Las instrucciones para la adoración en el Pentateuco son universales: se aplican a todo el pueblo y no solo a la élite religiosa. Incluso se espera que los niños y los extranjeros del territorio participen en la vida ceremonial de la nación (Números 9:14).[32] La vida del pacto aceptada no era una actividad meramente cúltica, sino toda la vida desde el nacimiento a la muerte, que no permitía dicotomía alguna de lo sagrado y lo secular. Esta verdad, decían los profetas, se manifestaría un día: “En aquel día los cascabeles de los caballos llevarán esta inscripción: Consagrado al Señor. Las ollas de cocina del templo del Señor serán como los tazones sagrados que están frente al altar del sacrificio. Toda olla de Jerusalén y de Judá será consagrada al Señor Todopoderoso…” (Zacarías 14:20–21). En última instancia, la bendición a las naciones (Génesis 12:3) era una obligación que el pacto imponía al pueblo en su totalidad.

Clericalismo implícito en el Antiguo Testamento

Apesar de esta ruptura con la práctica religiosa de las naciones del entorno, Israel tenía clero en el sentido de que se necesitaba algunos líderes (ya fuera por parte de Dios o del pueblo) para asumir una función vicaria. Por ejemplo, se requiere que Moisés escuche a Dios y no al pueblo: “Acércate tú al Señor nuestro Dios, y escucha todo lo que él te diga. Repítenos luego todo lo que te comunique, y nosotros escucharemos y obedeceremos” (Números 16:1–50), y la rebeldía de María y Aarón (Números 12:1–15) eran revueltas contra el liderazgo de Moisés. No eran intentos de liberar un “laicado” subyugado. Además, al reconocer un clericalismo implícito en el Antiguo Testamento, se debe observar que las funciones de los sacerdotes eran exclusivas. Aarón fue el primer sacerdote (Éxodo 28; Levítico 8) y solo sus descendientes debían servir como sus sucesores. No obstante, la visión original del Antiguo Testamento de un pueblo-sacerdote estuvo totalmente perdida en los siglos de clericalismo del Antiguo Testamento hasta que Cristo echó abajo la distinción clérico-laico de una vez y para siempre.

 

– En un sentido, los levitas eran más representantes que vicarios. “En ellos, todo primogénito, ya fuera efraimita, benjaminita o miembro de cualquier otra tribu, trabajaba al servicio del sacerdote. Cada uno de ellos estaba allí por medio de la representación”.[33]

 

– Además, había algunas excepciones a esta norma para la descendencia aarónica para el sacerdocio. Samuel no era descendiente de Aarón (1 Samuel 1, y ver 1 Crónicas 6:33–34) y, a pesar de ello, funcionó como sacerdote principal. Así también Miqueas, un efraimita (Jueces 17:5), Eleazar, un benjaminita (1 Samuel 7:1), e Ira de Manasés (2 Samuel 20:26).

 

– Por sorprendido que pudiera sentirse al ser llamado por Dios, ningún líder de Israel pudo mantener un ministerio válido basándose en una diferencia ontológica, a causa de dicho llamado. Los reyes eran ungidos y, por tanto, apartados de forma exclusiva por Dios y para el servicio divino. Pero el ungimiento no dejaba una marca indeleble en el carácter y la espiritualidad de la persona ungida. El caso de Saúl, que perdió la realidad espiritual, pero mantuvo el cargo de rey, se encuentra entre los ejemplos más patéticos del Antiguo Testamento.

 

– Las funciones de juez, profeta, anciano o rey (al menos en el reino del norte) no se restringía a ninguna tribu y, con frecuencia, fueron asumidos por candidatos cogidos por sorpresa.

 

– Aunque algunos profetas se alinearan con personas de poder (hasta cierto punto, Jeremías con el rey Josías, e Isaías con el rey Ezequías), la mayoría de los que se unieron al gremio profesional con el encargo de aconsejar a los reyes para que mantuvieran su estatu quo y su bienestar personal fueron juzgados por los profetas canónicos como falsos profetas. “El verdadero profeta nunca fue un profesional en ese sentido”.[34]

 

La abrumadora impresión dejada por el Antiguo Testamento no es de sacerdotes activos y receptores pasivos de dicho ministerio vicario, sino más bien un pueblo del pacto que ministraba y era bastante diferente de las naciones circundantes. La defensa temprana de un clero separado apelaba con frecuencia a la distinción de pueblo-sacerdote en el Antiguo Testamento. De hecho, el argumento se sigue usando. Pero, de muchas maneras, las iglesias no se han apropiado de las muchas contribuciones relevantes al ministerio de la totalidad del pueblo encarnado en el pacto más antiguo. Estas incluían ver a Adán y Eva como sacerdotes de la creación y prototipos de la vocación humana; experimentar el corporativismo y la condición de pueblo y no limitar simplemente el ministerio a una actividad individual; imaginar el servicio al Señor como el paradigma del ministerio por parte del laos de Dios; considerar el día de reposo (el triple descanso de Dios, la humanidad y la creación) como la meta de la historia de la salvación; y, finalmente, convertir el pacto en la base relacional de la vocación, el trabajo y el ministerio.

El cumplimiento del Antiguo Testamento

En resumen, bajo el Antiguo Testamento, todo el pueblo estaba llamado a pertenecerle a Dios, a ser el pueblo de Dios y a servir los propósitos de Dios (Éxodo 19:6). Pero, dentro de ese pueblo, solo unos pocos —profetas, sacerdotes, sabios y príncipes— experimentaron el llamado especial a liderar el pueblo de Dios, a comunicar la palabra de Dios y a ministrar en nombre de Dios (p. ej., Isaías 6:8). Los santos del Antiguo Testamentos esperaban el día en el que se inaugurara un nuevo pacto, uno por medio del cual se escribiera la ley de Dios de forma permanente e inmutable sobre los corazones de todo el pueblo (no solo en un documento), en el que “todos, desde el más pequeño hasta el más grande, conocerán [a Dios]” (Jeremías 31:34), y por el cual el Espíritu de Dios haría “que [el pueblo] siga mis preceptos [de Dios] y obedezcan mis leyes [de Dios]” (Ezequiel 36:27). El sacerdocio del Antiguo Testamento se cumple en Jesús, el sumo sacerdote que hizo el sacrificio de sí mismo una vez y para siempre (Hebreos 7:11-28; 10:1-18).

Los apóstoles creyeron firmemente que llegaría el día prometido con la venida del hijo de Dios, Jesús, y el derramamiento del Espíritu de Dios el día de Pentecostés (Hechos 2:14–21). Tres grandes realidades teológicas produjeron la transformación del laos del Antiguo Testamento en un pueblo recién reconstituido en el que todos ministran: el señorío de Jesucristo (Hechos 2:36); el derramamiento del Espíritu Santo sobre la Iglesia para una vida y un ministerio éticos (1 Co. 12:13); el amanecer del n por el cual los creyentes “ya” viven “en los lugares celestes” —la forma en que acabarán siendo las cosas (Ef. 1:3-4) —mientras esperan la segunda venida de Cristo—.[35] Por esta razón, los apóstoles usaron el término griego kléros (clero) para describir una realidad totalmente nueva: la dignidad, el llamado y el privilegio de todos los miembros de la familia de Dios.

La Iglesia como pueblo que ministra

Con el señorío de Cristo, el derramamiento del Espíritu Santo y el amanecer de los últimos días o los días del fin (Hechos 2:17), la totalidad de la Iglesia, según las Escrituras, es el verdadero ministerium, una comunidad de profetas, sacerdotes y príncipes o princesas, que servían a Dios a través de Jesús en el poder del Espíritu siete días a la semana. Todos son clérigos en el sentido de ser nombrados por Dios para el servicio y dignificados como herederos de Dios. Todos tienen una participación en el poder y en la bendición de la era del Espíritu. Todos son laicado en el sentido de tener su identidad arraigada en el pueblo de Dios. Todos dan ministerio. Todos reciben ministerio. Esta es la constitución de la Iglesia. Pero, cuando entramos en la Iglesia moderna, vemos algo bastante diferente.

 

Pocas personas con negocio, por ejemplo, piensan en sí mismos como ministros a tiempo completo en la plaza del mercado. Menos aún se sienten alentados a ello por sus Iglesias. Apenas nadie recibe el encargo de su servicio al mundo excepto los misioneros extranjeros.[36] Esta situación podría calificarse de una herejía. En el siglo I, los cristianos habrían encontrado dicha situación anticuada, un paso hacia antes de que Cristo viniera, cuando solo unos pocos en Israel conocían al Señor, cuando solo una tribu recibió el nombre de sacerdotes, cuando solo unos cuantos elegidos oyeron el llamado de Dios en su vida. ¿Cómo podría revertirse semejante revolución de gracia (bajo el Nuevo Pacto), dejándonos con una práctica esencialmente del Antiguo Pacto?

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Notas:

21 W.J. Rademacher, Lay Ministry, 56.

22 Véase R. Paul Stevens, Profesiones/Profesionalismo, en Robert Banks y R. Paul Stevens, The Complete Book of Everyday Christianity, 805-809.

23 Véase R. Paul Stevens, Financial Support, en Banks y Stevens, The Complete Book, 419- 422.

24 Véase W. Foerster, “klèros” en Kittel y Friedrich, Theological Dictionary of the New Testament, III, 763 (758-764).

25 Dean Fleming observa que, con el caso de Judas en Hechos 1:17 (a quien se le adjudicó su participación [klèros] en el ministerio apostólico), el énfasis está sobre la deserción y la sustitución de este como cumpli- miento del plan de Dios presagiado en las Escrituras más que su nombramiento para el o cio eclesiástico y su deserción del mismo. Véase Dean Fleming, The Clergy/Laity Dichotomy: A New Testament Exegetical and Theological Analysis, (Asia Journal of Theology 8.2 octubre 1994), 232–250.

26 Faivre, The Emergence of the Laity, 23.

27 Ibíd., 7–8.

28 La rebelión de Coré (Nm. 16:1–50), el ministerio sacrificial no autorizado de Nadab y Abihú (Lv. 10:1–3), la rebeldía de María y Aarón contra el liderazgo de Moisés (Nm. 12:1–15), el apresurado sacrificio de Saúl sin esperar a Samuel (1 S. 13:2–15) y el inadecuado sacri cio del rey Uzías en el templo (2 Cr. 26:16–21). Existen otros incidentes similares; pero estos son representativos de la que parece ser una noción clerical de liderazgo y sacerdocio en el Antiguo Testamento.

29 R. Kimelman, Judaism and Lay Ministry, (NICM Journal 5.2,primavera 1980), 7–8.

30 Ibíd., 41.

31 Ibíd., 42.

32 D.W. Baker, Piety in the Pentateuch, en J.I. Packer y L. Wilkinson (eds.), Alive to God: Studies in Spirituality (Downers Grove: InterVarsity Press, 1992), 36 (34-40).

33 E. Dyck, Laos and Leadership Under the Old Testament (artículo no publicado, Regent College, Vancouver, 1989), 1.

34 Dyck, Laos and Leadership, 12.

35 Fee, “Laos and Leadership”, 9.

36 Ver J. Stockard, “Commissioning the Ministries of the Laity: How it Works and Why it Isn’t Being Done”, en George Peck y John S. Hoffman (eds.), The Laity in Ministry: The Whole People of God for the Whole World, 71-79.

Este artículo es el segundo de una serie de dos

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