Historia y significado de la Reforma (3ª parte)

Michael Reeves

El encendido juicio a los mártires

La reforma de la iglesia por la palabra de Dios nunca fue (ni podría haber sido) un camino fácil. Cuando el rey Enrique VIII de Inglaterra murió en 1547, un año después de Lutero, la esperanza rebosó en los corazones de los reformadores gracias al nuevo rey Eduardo VI, el evangélico hijo y heredero de Enrique VIII. El nuevo rey no les defraudó: Eduardo presidió un amplio periodo de la Reforma en Inglaterra. Los servicios dominicales se llenaron de contenido evangélico, se hizo obligatorio predicar en inglés y fueron muchos los predicadores reformados que comenzaron a ser conocidos. Pero, en tan solo seis años, todo había acabado: tras la muerte de Eduardo VI, le sucedió su archicatólica medio hermana María, que desbarató todo lo que se había conseguido hasta entonces (Eduardo había expresado su deseo de que le sucediera su prima hermana, la protestante Lady Jane, pero fue depuesta por María tras nueve días en el trono).

 

Tan pronto como pudo, María devolvió Inglaterra al catolicismo. Los obispos evangélicos fueron depuestos, las Biblias desaparecieron de las iglesias y se restauró el culto católico. Muchos evangélicos buscaron refugio en el extranjero; otros decidieron quedarse y actuar discretamente, distribuyendo sus “asquerosos libros” en secreto y reuniéndose en (a menudo bastante grandes) congregaciones clandestinas. Los que se quedaron y no se mantuvieron al margen fueron encarcelados y quemados. En total y en marcado contraste con la tolerancia del reinado de Eduardo, en el de María unos trescientos evangélicos fueron quemados por su fe, sin contar a quienes murieron bajo las horrorosas condiciones de las cárceles del siglo XVI.

 

Entre las víctimas más conocidas de María están el viejo arzobispo de Canterbury, Thomas Cranmer; el famoso predicador y obispo de Worcester, Hugh Latimer; y el obispo de Londres, Nicholas Ridley. En octubre de 1555 quemaron a Ridley y a Latimer juntos, espalda contra espalda, en las calles de Oxford. [7] Latimer, que tenía casi ochenta años, fue el primero en morir, gritando a través de las llamas “Consuélate, maestro Ridley, y compórtate como un hombre; con la gracia de Dios, hoy estamos encendiendo una vela en Inglaterra que nunca será apagada”. Para desgracia de Ridley, habían colocado muy mal la madera alrededor de su cuerpo, de manera que le ardieron las piernas antes que las llamas consiguieran tocar el resto del cuerpo. Según parece, a la vista de semejante horror, cientos de asistentes no pudieron contener las lágrimas. Cinco meses más tarde, en marzo de 1556, quemaron a Thomas Cranmer exactamente en el mismo lugar. El viejo arzobispo y arquitecto de gran parte de la Reforma inglesa, que por entonces rayaba los setenta años, había renegado de su fe protestante bajo una durísima coerción. Fue un triunfo para el reinado de María. A pesar de haberse retractado, Cranmer personificaba la Reforma de tal modo que decidieron que debía ser quemado igualmente. Fue una decisión que deshizo totalmente la victoria de María, puesto que cuando llegó el día, Cranmer se negó a leer su retractación y en su lugar afirmó claramente que era protestante, aunque uno cobarde por haber renunciado a sus principios. En consecuencia, anunció: “puesto que mi mano ha causado tanto agravio escribiendo oponiéndose a mi corazón, mi mano deberá ser la primera en ser castigada”. Se mantuvo fiel a sus palabras: cuando las llamas ascendieron, sostuvo la mano que había firmado su retractación de manera que fuera lo primero en quemarse. Aunque renegó del protestantismo por un momento, Cranmer ardió con una conmovedora y desafiante valentía, y así murió el primer arzobispo protestante de Canterbury.

Juan Calvino: reformar el mundo

En 1509, tan solo unos pocos años antes de que Lutero proclamara su postura, nacía en el norte de Francia Juan Calvino, el segundo líder más significativo de la Reforma. Siendo todavía un joven estudiante, Calvino pronto se mezcló con un grupo de eruditos que a menudo simpatizaban con algo parecido a la reforma de la iglesia. Comenzó incluso a aprender griego, que en la década de 1520 tenía una provocadora reputación como la lengua de la Reforma. Puede que también leyera algunos de los escritos de Lutero. Sea como fuera, lo cierto es que él mismo escribió que, por aquel tiempo, “Dios sometió mi mente gracias a una conversión repentina, colocándola en una posición de aprendizaje”.

 

Mientras tanto, Francia se estaba convirtiendo en un lugar muy peligroso para los reformadores. El nombre de Calvino apareció en la lista negra, y pronto se vio obligado a huir. Decidió llegar a Estrasburgo a través de Ginebra, una ciudad que se había aliado recientemente con la Reforma. Calvino no tenía la intención de quedarse en Ginebra, pero el fiero instigador de la Reforma en Ginebra, Guillaume Farel, lo asaltó, pidiéndole a Dios que maldijera a Calvino si no se quedaba allí y le ayudaba con la urgente tarea de la Reforma. Aterrorizado, el joven erudito accedió a quedarse. Fue un encuentro transcendental, puesto que Calvino dedicaría el resto de su vida (salvo por un breve exilio) a Ginebra, transformándola en un centro mundial del evangelismo. Un paso importante era que el concejo municipal acatara una lista de propuestas para la reforma integral de la iglesia en Ginebra. La mayoría se aceptaron. Calvino propuso, entre otras cosas, que cada hogar debía recibir una visita pastoral al año, y que todo el mundo tenía que aprenderse el catecismo que explicaba la nueva fe evangélica. Las propuestas son muy elocuentes, pues revelan claramente que el interés de la Reforma no era simplemente romper con Roma, sino que significaba una dedicación completa al desarrollo de la Reforma por medio de la palabra.

 

Evangélicos de toda Europa, y en especial de las regiones perseguidas, comenzaron a afluir a Ginebra. Aunque todos eran calurosamente bienvenidos, Calvino no quería que Ginebra se convirtiera en un refugio, sino más bien en un semillero a partir del cual esparcir el evangelio. Por eso, en 1555, estableció un programa sumamente secreto para evangelizar su Francia nativa. Calvino era ya una respetada figura como líder del protestantismo francés en el exilio y mantenía contacto regular con muchas de las iglesias clandestinas. Ahora, sin embargo, se iba a establecer una red secreta que incluía hogares seguros y lugares donde esconderse, de manera que los agentes del evangelio pudieran escabullirse a través de la frontera hacia Francia para formar nuevas iglesias (muchas veces, en cuevas y subterráneos). Con una serie de imprentas secretas instaladas en París y Lyon que suministraban los materiales, tuvo un éxito impresionante. La demanda de literatura pronto superó con mucho lo que las imprentas podrían producir y, en un intento de hacer frente a las necesidades, la imprenta se convirtió en la industria dominante en Ginebra.

 

Más del diez por ciento de la población total de Francia se unió a la Reforma, con más de dos millones reuniéndose en los cientos de iglesias recién creadas. El calvinismo, como empezaba a ser conocido, casaba especialmente bien con la nobleza, un tercio de la cual se habría convertido, lo que le proporcionó a la fe reformada una influencia política desproporcionada en relación a su tamaño real. Calvino escribió una confesión de fe para la iglesia francesa en 1559, asistiéndolos de todas las maneras posibles. A pesar del crecimiento del evangelismo en Francia, necesitaban desesperadamente apoyo: por ejemplo, cuando se llevó a cabo una redada en una de las iglesias en París, más de cien creyentes fueron arrestados y siete fueron quemados. Y aunque Calvino les escribía para fortalecerlos desde su posición de libertad, nunca les hablaba como si se hallara en una torre de marfil. Constantes menciones a la sangre que él mismo estaba seguro que pronto habría de verter salpican sus cartas, pues Calvino sentía que también sobre Ginebra se cernía la amenaza inminente del martirio.

 

Ealvino, bastante a propósito, hacía todo lo que podía para convertir Ginebra en un centro internacional para la propagación del evangelio. Aconsejaba a los gobernadores protestantes desde Escocia a Italia; entrenaba a refugiados que venían a Ginebra para luego regresar a sus países de origen; y mandaba misioneros a Polonia, Hungría, Holanda, Italia y hasta Sudamérica. El motor real de todo esto era la universidad y la academia que Calvino fundó en la ciudad en 1559. Comenzando con una educación general y avanzando hacia un detallado estudio de la teología y de los libros de la Biblia, equipaba a los pastores que eran entonces enviados bien entrenados y armados.

 

Para Calvino, la enseñanza y la predicación eran el corazón de la Reforma, igual que lo fueron par Lutero. Calvino les dedicó a estas dos tareas la mayor parte de su tiempo, enseñando tres veces a la semana, predicando dos veces cada domingo y, cada dos semanas, también cada día de la semana. Hizo de la publicación una prioridad y consiguió, combinando sus clases, producir comentarios a casi todos los libros de la Biblia con la idea de ayudar a otros predicadores. Sus comentarios eran totalmente diferentes a los que Europa estaba acostumbrada hasta entonces: su objetivo era “una fácil brevedad que no supone ninguna oscuridad”. Como resultado de su “repentina conversión”, Calvino había quedado convencido de que Dios trae vida y produce nueva vida solo a través de su palabra. Proclamarlo se convirtió en la esencia de su vida.

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Notas:

7. Una cruz en el empedrado de Broad Street todavía marca el lugar.

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