
La tiranía de lo urgente (I)
Charles E. Hummel
¿No has deseado alguna vez que el día tuviera tres o cuatro horas más? Seguramente ese tiempo extra aliviaría algo la enorme presión bajo la que vivimos. Nuestras vidas van dejando una estela de tareas inacabadas. Frecuentemente, en los momentos de sosiego, cuando nos paramos a evaluar lo que hemos hecho, vienen a nuestra memoria cartas sin contestar, amigos que visitar y libros que leer. Necesitamos ayuda desesperadamente.
Pero, ¿un día más largo resolvería realmente nuestro problema? ¿No estaríamos pronto tan frustrados como ahora con nuestra cuota de veinticuatro horas? Difícilmente podemos escapar al Principio de Parkinson: “El trabajo se expande hasta ocupar todo el tiempo disponible.”
El paso de los años tampoco nos ayuda a ponernos al día. Los hijos aumentan en número y en edad y demandan más de nuestro tiempo. Una mayor experiencia en la profesión y en la iglesia trae consigo más responsabilidades y tareas. Poco a poco, sin darnos cuenta nos encontramos trabajando cada vez más y gozando cada vez menos.
¿Prioridades embrolladas?
Cuando nos paramos lo suficiente para pensar en ello, nos damos cuenta de que nuestro dilema va más allá de la mera escasez de tiempo; es, básicamente, un problema de prioridades. El trabajo duro no hace daño. Todos sabemos lo que es trabajar a todo gas por espacio de varias horas, totalmente volcados en una tarea importante. El cansancio que conlleva suele venir acompañado de una agradable sensación de logro y disfrute. No es el trabajo duro sino la duda y el temor lo que produce ansiedad cuando revisamos lo que hemos hecho durante un mes o un año y llegamos a sentirnos agobiados por un montón de tareas inacabadas. Nos sentimos intranquilos por nuestro fracaso en hacer lo que realmente era importante. Los vientos de las demandas de otras personas, y nuestros propios impulsos interiores, nos han llevado a un arrecife de frustración. Confesamos, aparte de nuestros pecados, que “Hemos hecho aquellas cosas que no deberíamos haber hecho, y hemos dejado de hacer aquellas que deberíamos haber hecho.”
Un experimentado director de fábrica me dijo una vez: “Tu mayor peligro es dejar que las cosas urgentes desplacen a las importantes.” No se dio cuenta de cuan duramente me golpearon sus palabras. Con frecuencia estas palabras vuelven a mi memoria y me reprochan, planteando el problema crítico de las prioridades.
Vivimos en constante tensión entre lo urgente y lo importante. El problema es que hay muchas tareas importantes que no necesitan ser hechas hoy, o incluso esta semana. Horas extra de estudio bíblico, una visita importante a un amigo anciano, leer un libro importante; estas actividades normalmente pueden esperar. Pero, con frecuencia, aparecen tareas urgentes, aunque menos importantes, que reclaman de nosotros una respuesta inmediata –en cada hora disponible nos sentimos presionados por demandas interminables.
El hogar de una persona ya no es su castillo, un lugar privado alejado de las tareas urgentes. El teléfono abre brechas en sus paredes con incesantes demandas. El atractivo de estas demandas parece irresistible, y éstas terminan devorando nuestra energía. Pero a la luz de la eternidad su aparente importancia se desvanece. Entonces, con una sensación de pérdida, nos acordamos de las tareas importantes que han sido puestas a un lado y nos damos cuenta de que hemos llegado a ser esclavos de la tiranía de lo urgente.
¿Hay algún modo de escapar de este estilo de vida? La respuesta la encontramos en la vida de Jesús.
El ejemplo de Jesús
La noche antes de su muerte, Jesús hizo una declaración sorprendente. En su gran oración, registrada en Juan 17, dijo a su Padre: “Yo te glorifiqué en la tierra, habiendo terminado la obra que me diste que hiciera” (v.4; Biblia de las Américas).1
Nos preguntamos cómo Jesús pudo hablar acerca de una obra acabada. Su ministerio de tres años parece demasiado breve. En el banquete que le ofreció Simón, una prostituta había encontrado perdón y una nueva vida, pero cuando Jesús murió muchas otras todavía ejercían su oficio. Por cada diez músculos paralizados que habían recuperado su tono, cien permanecían impotentes. Por toda Palestina todavía había miles de ciegos, paralíticos y enfermos. Sin embargo, aquella última noche, cuando muchas necesidades humanas urgentes no estaban cubiertas y muchas tareas útiles quedaban aún por hacer, el Señor tuvo paz. Sabía que había acabado la obra que Dios le había encomendado.
En muchas ocasiones Jesús declaró que él no había venido para llevar a cabo sus propios planes: “Porque he bajado del cielo, no para hacer mi propia voluntad, sino la [voluntad] del que me envió… no hago nada por mi propia cuenta, sino que hablo conforme a lo que el Padre me enseñó… porque siempre hago lo que le agrada” (Juan 6.38; 8.28-29).
Los Evangelios muestran que Jesús trabajó arduamente. Después de describir un día en el que Jesús había estado muy ocupado, Marcos relata lo siguiente: “Y cuando llegó la noche, después de la puesta del sol, comenzaron a traerle a todos los que estaban enfermos y a los que estaban endemoniados. Y toda la ciudad se había congregado a la puerta. Y sanó a muchos que estaban enfermos de diversas enfermedades” (Marcos 1.32- 34; BA).
En otra ocasión las demandas de los enfermos y paralíticos mantuvieron a Jesús y a sus discípulos tan ocupados que no tuvieron tiempo para comer. Su familia fue a buscarle para hacerse cargo de él, pensando que se había vuelto loco (Marcos 3.20-21). Después de otra agotadora jornada de enseñanza, Jesús y sus discípulos dejaron a la multitud y entraron en la barca. “Pero se levantó una gran tempestad de viento, y echaba las olas en la barca de tal manera que ya se anegaba” (Reina-Valera Revisión de 1960). En medio de todo eso Jesús estaba durmiendo sobre una almohadilla en la popa (Marcos 4.35-38). ¡Qué imagen de agotamiento!
Sin embargo, la vida de Jesús nunca fue febril; tuvo tiempo para las personas. Podía pasarse horas hablando con una persona, como con la mujer samaritana en el pozo (Juan 4). Su vida exhibió un equilibrio, un sentido de la oportunidad, maravilloso. En una ocasión sus hermanos le urgieron a ir a Judea. Jesús respondió: “Mi hora todavía no ha llegado, pero para vosotros cualquier tiempo es bueno” (Juan 7.6; BA).
En Disciplina y cultura de la vida espiritual A.E. Whiteham comenta lo siguiente: “En este Hombre hay un propósito adecuado… un reposo interior, que da un aire de sosiego a su atareada vida. Sobre todo en este Hombre hay un secreto y un poder al tratar con los desechos de la vida, el desecho del dolor, del desengaño, de la enemistad, de la muerte… que hace que una corta vida de treinta años, abruptamente cortada, sea una vida ‘completa’. No podemos admirar el equilibrio y la belleza de esta vida humana, y luego ignorar las cosas que la hicieron posible.”
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1 En tanto no se indique otra cosa, todas las citas bíblicas han sido tomadas de la Nueva Versión Internacional, Sociedad Bíblica Internacional, 1999.
Charles E. Hummel (1994) La tiranía de lo urgente. I.V.P: Downers Grove, Illinois (rev. ed.)
Traducido por Pablo Joel Santana Bonilla.
© 2006 «Charles E. Hummel», Básicos Andamio
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